La decisión de rendir homenaje al escultor Roque López, en el segundo centenario de su muerte, nos han prendido un poco tarde, pero es un deseo inequívoco apreciar los valores que en justicia se merece.

    Entre los numerosos discípulos que desfilaron por el taller del inmortal Francisco Salzillo, Roque López fue quien aparece como el mejor continuador de la obra del maestro. Tan es así, tanto quiso aprender sus ideas y  prácticas, que –según afirman los auténticamente entendidos en la escultura barroca y quienes más de cerca han estudiado la obra y el entorno artístico de Salzillo– no pocas de las esculturas de Roque López salieron de sus manos con tal perfección salzillesca que podrían provocar la confusión de su autoría, y ser clasificadas como originales de su maestro. Y al revés: que ciertas obras del maestro podrían haber sido atribuidas el discípulo.

    Lo que lo evita, en gran parte, es que el discípulo quiso contabilizar sus esculturas con rigor y corrección. Por ello fue anotando de su puño y letra el listado de cuantas obras salían de su taller, con la indicación precisa de quienes serían los propietarios y cuanto era el importe de cada una. En 1888, el Conde de Roche publicó el “Catálogo de la esculturas de don Roque López”, que, además de las apuntadas precisiones, elimina, prácticamente, la posibilidad de desconciertos.

    Al margen de estos supuestos, no puede negarse que Roque López, pese a no alcanzar la categoría y genialidad de su maestro, sí demostró – en su deseo de acaparar los mejores síntomas escultóricos– provecho e interés por las enseñanzas, de modo que llegó a inyectar un elevado grado de belleza en no pocas de sus obras. Actualmente reciben culto en iglesias de Murcia capital, de ciudades y pueblos de la Región y de numerosas localidades de las provincias cercanas, como son Albacete, Alicante o Almería.

    El escultor nacido en la pedanía de Era Alta, y fallecido a causa de la fiebre amarilla que tan mortíferamente castigó a la capital en 1812, se merece mucho más que la negligencia general, pero también algo más del sencillo homenaje que la Real y Muy Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús, en unión de unos pocos le rinde. Pero nuestra aspiración es que, al menos, se recuerde su trayectoria personal, la belleza de sus esculturas más significativas y el aprendizaje tan cercano, que recibió de su exquisito maestro. Esperamos haberlo conseguido.

Rafael Cebrián Carrillo
Ex-Presidente de la Real y Muy Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno