El territorio de La Costera, en Alhama de Murcia, tiene en sus inmediaciones algunos importantes yacimientos arqueológicos, que vinieron a demostrar el antiguo poblamiento del lugar, como ocurre con otros parajes alhameños.
De época romana son los yacimientos de Casa de las Viñas y Casa de Martín Rodríguez. Los materiales y estructuras hallados en estos lugares los catalogaron como hábitats, concretamente villas romanas.
De época medieval son la Torre de la Comarza y la Torre de Ínchola, aportando esta última un hábitat medieval islámico en la zona de la Loma de Ínchola. La más interesante es la fortificación de Ínchola, ubicada en las estribaciones de Carrascoy, y que fue parcialmente reconstruida a partir de los pocos restos que quedaban de ella.
Esta torre aporta mucha información sobre el período medieval de Alhama. Para muchos autores la torre se construyó en el siglo XIV, como una aportación más del Rey Alfonso XI a las fortificaciones defensivas instaladas en el territorio murciano limítrofe con el reino musulmán de Granada. Queda enfrente de la torre de Alhama y se divisa también desde su ubicación, la de Librilla, haciendo evidente la creación de una red de defensa y alerta ante posibles incursiones enemigas. La torre tiene estructuras hídricas cercanas y sus tierras contiguas son fértiles, por lo que sería lógico pensar en el establecimiento en sus alrededores de un asentamiento humano.
Tras la etapa medieval, las tierras de La Costera, ya pacificado el Valle del Guadalentín, pasarían a formar parte de las grandes áreas de cultivo y ganadería de Alhama. Hasta mediados del siglo XIX Alhama sería parte del señorío que los Fajardo obtuvieran en el siglo XIV, y el desarrollo del municipio quedaría muy limitado, siendo buena parte de su territorio un amplio espacio deshabitado y dedicado al ganado y la agricultura. Aunque en el Catastro de 1757 aparece la casa de La Capellanía, ubicada en La Costera, no sería hasta finales del XVIII cuando comenzaran a establecerse los primitivos núcleos poblacionales, reflejados en algunos de los caseríos, que hoy día todavía pueden verse en el entorno. En 1777 se haría el primer padrón que nos refiere vecinos en Comarza e Ínchola. La desamortización favorecería la compra de terrenos a particulares, pasando La Costera a manos del diputado Mariano Girada. Años después de la creación de este tipo de monopolios, otros vecinos residentes en el lugar pudieron comprar tierras. El paraje cercano de Los Ventorrillos sería fundado en 1887. A mediados del siglo XX La Costera llegó a sus cifras demográficas más altas, algo más de 500 habitantes, pero las dificultades de las áreas con falta de infraestructuras y los decenios de emigración en toda la Región fueron despoblando este antiguo caserío y paraje.
La economía de La Costera tiene, tradicionalmente, en la agricultura y la ganadería sus actividades fundamentales. Hoy en día el cultivo de cítricos es el que ocupa la mayor parte del terreno cultivable de esta pedanía. Las producciones son, en gran parte, destinadas a la exportación.
El sector industrial se halla representado con alguna granja de ganado porcino, empresas dedicadas a la comercialización de piensos y alguna otra dedicada a la manipulación y transformación de productos agrícolas.
Más recientemente, La Costera se ha introducido en el sector del turismo rural. La cercanía del Parque Regional de la Sierra de Carracoy-El Valle es uno de los grandes atractivos turísticos de la zona, ideal para los amantes de la naturaleza y de la práctica del senderismo.
En las mesas de La Costera se puede saborear la típica cocina mediterránea, rica y variada en la que carnes, pescados, legumbres, verduras, hortalizas y frutas conforman platos siempre sabrosos y equilibrados.
Entre los guisos más tradicionales sobresalen los potajes como el de acelgas y bacalao, la olla gitana, la olla de cerdo o el arroz y habichuelas. La cercanía a la sierra también ha dejado apreciadas recetas de caza como la de las perdices en escabeche.
Son muy populares los asados de inigualable sabor si son elaborados en los tradicionales hornos de leña. Los arroces ocupan un lugar destacado en esta cocina, hay una gran variedad, pero quizás sea el de conejo con caracoles uno de los más estimados, aunque no quedan a la zaga el arroz y verduras, al que se le puede añadir bacalao, o, el arroz con costillejas.
Los postres son un capítulo aparte, entre el sinfín de dulces podemos destacar las tortas de chicharrones, las tortas de naranja, los rollos de anís o los típicos dulces navideños que aún se preparan en muchas casas como las tortas de pascua o los mantecados.
En esta pedanía podemos encontrar dos zonas bien diferenciadas, la correspondiente a la sierra y la que queda comprendida entre el curso del Río Guadalentín, por su margen derecho y el pie de la Sierra de Carrascoy. El paisaje de la zona que corresponde al Valle del Guadalentín está constituido por parcelas dedicadas al cultivo de cítricos, principalmente.
En el Parque de la Sierra de Carrascoy destaca el bosque de pino carrasco, se conservan algunas áreas de carrascal y algún ejemplar de alcornoque. A la sombra de este bosque crece un sotobosque de matorral mediterráneo, en él destacan el espino negro, la coscoja, el enebro, el lentisco, el palmito y el acebuche.
En las áreas más soleadas habitan el esparto, las jaras, la albaida, el romero y al tomillo. En las ramblas que bajan desde la sierra abundan los tarays, las adelfas, los juncos y las aneas.
La sierra de Carrascoy es Zona de Especial protección para las Aves, y son aves rapaces como el águila real, el águila perdicera, el águila culebrera, el halcón peregrino o el búho real las especies de fauna más destacables. También pueblan esta sierra otros animales como el zorro, el jabalí, la ardilla o los murciélagos.
Aunque antiguamente La Costera disfrutaba de ermita y asistencia clerical, hoy día sólo posee una moderna ermita el pueblo vecino de Los Ventorrillos. Siguen celebrándose las fiestas dedicadas a San Pedro Apóstol, en el mes de junio, fiestas casi familiares pero con muchas actividades como concursos de migas, paseos en bicicleta, varias comidas con parrillada y paella gigantes, los tradicionales concursos de lanzamiento de azada y carreras de máquinas de labrar, teatro, etc. Sin olvidar, claro, la tradicional procesión y romería con el santo patrón.
Los vecinos también pueden acudir a las fiestas de El Cañarico, celebradas en junio las del patrón San Antonio, y en agosto las de Parques y Jardines. Se trata de pequeñas fiestas de fin de semana donde unas actuaciones musicales, unas migas y una procesión entretienen a los vecinos del lugar y alrededores.