La Cueva Negra del Estrecho del Río Quípar es un amplio abrigo rocoso en el altiplano del noroeste de la Región de Murcia. El abrigo se abre hacia el norte y está a 780 metros sobre el nivel del mar y a 40 metros sobre el Río Quípar, cuyas aguas fluyen en dirección norte en la garganta. El Quípar es un afluente del Río Segura, que desemboca en el Mar Mediterráneo. El abrigo contiene sedimentos que llamaron la atención de los arqueólogos, que en 1981 hallaron utensilios sencillos elaborados sobre lascas de piedra, además de huesos de animales, incluso de formas extintas.

En 1986 uno de los arqueólogos, Miguel San Nicolás del Toro, enseñó el yacimiento a Michael Walker que sugirió que podría pertenecer al último periodo glacial, tal vez hace cincuenta mil años. Ahora sabemos que el depósito es mucho más antiguo.

Los hallazgos identificados mediante la excavación manual son separados por cuadrícula métrica y nivel y se registran las coordenadas horizontales y verticales de los restos de interés particular.

Casi seguramente el abrigo había aparecido ya hace más de un millón de a˜ nos en rocas que se habían formado antes de cinco millones de a˜ nos durante el Mioceno en el lecho del “Mar de Tetis”, muy extenso, entre los océanos Atlántico e ´Indico. A continuación, en el Plioceno, o quizás cerca del comienzo del Pleistoceno hace algo más de dos millones de a ˜ nos, estas rocas empezaron a conformar el paisaje después de que el “Mar de Tetis” había menguado para ocupar un ´área apenas mayor que la del Mediterráneo de hoy.

El abrigo está en una roca llamada biocalcarenita, producida por la consolidación y fosilización de arena marina que contiene fragmentos de coral y conchas marinas, todo ello cementado por carbonato cálcico. El profesor de Geología de la Universidad Politécnica

De Cartagena, Dr. Tomás Rodríguez Estrella considera procesos de disolución kárstica como los responsables fundamentales de la penetración en la roca de la ladera de un valle propenso a inundaciones y sometido a movimientos neotectónicos. La forma de la deposición de los sedimentos en el abrigo implica que un pantano en el terraplén del Quípar estaba antiguamente al mismo nivel que el abrigo que fue invadido por el agua de vez en cuando (quizás estacionalmente) que introducía sedimento de fuera, aunque no cabe duda que algunos elementos del sedimento cayeron directamente de la bóveda y las paredes del abrigo.

En este sentido, el profesor de Geología del Berkeley Geochronology Center, Dr. Gary Scott, aboga por la importancia del papel jugado incluso en el origen del abrigo por procesos “subaéreos” incidentes en un acantilado (viento, microorganismos, aguaceros).

El primer diente humano fósil del abrigo fue hallado en 1991 ya en la segunda campaña: se trata de un diente permanente inferior (incisivo lateral izquierdo). La corona está tan desgastada que se ve el canal o “nervio” y se imagina que el dueño sufriese dolor. El cuello del diente, entre corona y raíz, es muy ancho desde adelante hacia atrás. Tanto el desgaste de las coronas de las piezas anteriores, como la anchura del cuello son rasgos frecuentes en dientes del “Hombre de Neandertal” y del “Hombre de Heidelburgo” pero no en humanos actuales. El incisivo fue hallado en la parte de atrás del abrigo, en tierra suelta y polvorienta de color gris, que recubría el sedimento del Pleistoceno, duro, compacto y de color beige.

La tierra suelta sin duda había sido arrojada del zulo que fue cavado en el sedimento antiguo al final de la Guerra Civil (1939) y de silos excavados para esconder almendras unos pocos años después. Luego pastores cuidaron el rebaño en el abrigo e hicieron un refugio afuera adosado a inmensas rocas caídas de la visera.

Este proceso del recogido de la tierra revuelta en décadas recientes permitió la recuperación de otros dos dientes permanentes -un incisivo lateral derecho superior y un primer premolar superior derecho- y diversos restos paleolíticos y paleontológicos entre los que destaca una vértebra de un elefántido jóven. Los dientes humanos también muestran las dimensiones y el desgaste de las coronas que son tan característicos del Hombre Fósil.