Detalle de la Fachada [Iglesia de Nuestra Señora del Carmen de Lorca]
Detalle de la Fachada
Altar con la Imagen de la Piedad [Iglesia de Nuestra Señora del Carmen de Lorca]
Altar con la Imagen de la Piedad

Historia

En 1712, Fray Juan de la Concepción, perteneciente a la comunidad carmelita de Murcia, solicitó permiso para poder establecer un hospicio. Pasaron siete años para que esta petición fuera escuchada.

El obispo Belluga, en 1719 concedió licencia y los frailes carmelitas pudieron ubicarse en Lorca, en un principio en la ermita de Nuestra Señora de Gracia situada fuera de la muralla de la ciudad, en el camino de Nogalte.

Desde que se establecieron en Lorca los carmelitas contaron con benefactores, como D. José Segura Ladrón de Guevara, que dejó como herederos universales a los Padres Carmelitas, como consta en su testamente de 1724, para que fundasen convento. Pero a pesar de contar con el terreno para la construcción de su convento e iglesia propios, los carmelitas no vieron cumplido su deseo debido a la oposición de las restantes comunidades conventuales de Lorca.

La historia de la fundación de los carmelitas se resume en una serie de peticiones a las autoridades competentes, muchas veces sin éxito, situación que les llevó a pedir permiso al Rey, quien lo concede en 1741. Los franciscanos llegaron a solicitar del Rey, a principios de 1742, la anulación del permiso favorable.

La Cédula Real se dio en el Buen Retiro, el 12 de noviembre de 1741. Al acogerse los carmelitas a la Real protección obtuvieron una serie de privilegios como corresponde a los conventos de Real Patronato, y podían poner en su edificación el escudo y las armas Reales, como podemos ver en la fachada principal de la iglesia del Carmen.

En 1743, D. José de Montanaro y Aguado, Caballero de la Real Orden del Señor San Jorge y vecino de Cartagena, hizo donación de cuantiosas cantidades de dinero, que iban destinadas a la fábrica de la nueva iglesia que se había de construir y adonde se trasladaría la fundación de Padres Carmelitas descalzos que de forma provisional habitaban en la ermita de Nuestra Señora de Gracia.

En octubre de 1742 se aprobaron de forma definitiva las Capitulaciones entre la Orden carmelita y la ciudad de Lorca al objeto de que ratificasen su establecimiento en dicha ciudad y fundasen convento, aunque no se harían efectivas hasta 1745. El Concejo (Ayuntamiento) lorquino se comprometía a entregar a la Orden unos terrenos para que pudieran edificar su iglesia, y los frailes se encargarían de proveer los terrenos para el convento. La condición oficial fue que la nueva iglesia se llamase de San Indalecio, y que en su fachada se colocasen el escudo Real en el centro y el del Concejo y el de la Orden carmelita a derecha e izquierda.

En junio de 1744 el Padre Provincial de la Provincia Carmelita de Descalzos de Santa Ana, donde estaba incluida la de Lorca, dio poder para que los frailes de Lorca pudieran comprar los terrenos oportunos ya que el Real Convento de San Indalecio de la ciudad de Lorca se hallaba sin sitio proporcionado para fabricar Iglesia y Convento según las medidas y estilo de utilizados por la orden con huerta adherente a dicho Convento. (Las trazass y formas de la Orden Carmelita alude a la tipología que se aplicaba tradicionalmente a la arquitectura religiosa de esta Orden).

Después de 1754, la iglesia y el convento se estaban construyendo, al haber comprado la Comunidad otro trozo de solar al lado de su iglesia al objeto de hacer una placeta; este espacio permanece en la actualidad delante de la fachada de la iglesia prácticamente con el mismo perímetro.

En 1771 aún estaba la iglesia sin finalizar totalmente. La capilla mayor se elevaba sólo hasta las cornisas, faltando los arcos torales y la cúpula. Se sabe por donde iban las obras por la certificación del maestro que las dirigía, Manuel Fernández Alfaro.

Personajes

Entre los personajes vinculados con este templo sobresalen aquellos santos relacionados con la Orden Carmelita y que a su vez aparecen representados en distintas partes del inmueble, como por ejemplo:

San Juan de la Cruz (1542-1591), al que podemos considerar como el gran abanderado de la reforma de los Conventos descalzos masculinos. Su verdadero nombre era Juan de Yepes y nació el 24 de junio de 1542 en Fontiveros, pequeño pueblo abulense perteneciente a Castilla y León. Su ilustre paisana de Ávila, Teresa de Jesús, trabó gran amistad con él y le integró en el movimiento de la reforma carmelita que ella había iniciado. En 1568 Juan de la Cruz fundó el primer convento de Carmelitas Descalzos, los cuales practicaban a ultranza la contemplación y la austeridad. Fundó varios conventos por Andalucía y aquí llegó a ser nombrado Vicario Provincial de la orden de Carmelitas Descalzos. El 14 de diciembre de 1591, muere a la edad de 49 años. Ciento treinta y cinco años después, es elevado a la categoría de santo, por la iglesia católica.

San Alberto, conocido con el sobrenombre de 'el bienaventurado'. Fue prior en el monasterio de Mortara, en el que profesó como canónigo regular, y ocupó sucesivamente los obispados de Bobio y Vercelli hasta su nombramiento como patriarca latino en Jerusalén. Embarcado en Génova con destino a la Ciudad Santa, no pudo llegar a ella ya que se encontraba en poder de los sarracenos. Fijó su residencia en San Juan de Acre, muy cerca del desierto carmelitano, y allí, por encargo de San Brocardo, redactó la primera regla de los carmelitas, que sería confirmada años más tarde por Honorio III, estableciendo la primera congregación regular del Monte Carmelo.

Otro de los santos emblemáticos del Carmelo que tanta trascendencia tendría en la devoción a la Virgen, bajo la advocación del Carmen, y en la expansión carmelitana, se trata de Simón Stock (siglo XIII), general de los carmelitas, que en 1251 cuando invocaba a la Virgen para que le concediera a su Orden un privilegio especial, ésta se le apareció y le entregó el escapulario.