Ermita Virgen de las Huertas

Siglo XVI

Una vez superadas las crisis bélicas de los siglos XIV y XV, la piedad popular comenzó a ponerse de manifiesto desarrollando nuevos espacios religiosos.

Hasta los primeros años del siglo XVI, en la frontera, se había evitado la creación de santuarios y ermitas alejados de la villa por los constantes ataques de musulmanes. Sin embargo, el progresivo afianzamiento que se produjo nada más iniciarse el siglo XVI, fue crucial para la construcción de lugares de culto popular.

Ubicadas generalmente a las afueras de las villas, rodeándolas, aparecían las ermitas, edificaciones pequeñas, junto a los caminos.

Incentivados por las amenazantes epidemias, sequías o inundaciones, hambre y otras catástrofes, que castigaban incesantemente a la población, se propiciaron dos tipos de culto popular. Por un lado estaban las ermitas construidas con carácter protector en honor a diversas advocaciones, junto con las erigidas como testimonio de agradecimiento y, de otro lado, estaba la revalorización de los antiguos centros de devoción abandonados durante las crisis bélicas, como era el caso de los existentes en Aledo y Totana.

Siglo XVIII

Durante el siglo XVIII se planteó nuevamente el problema de la falta de eremitorios a medida que la población de Totana fue incrementándose. Conforme aumentaba el suelo cultivable, aumentaba a su vez el número de habitantes y ello planteó la necesidad de construir nuevas ermitas.

Por este motivo se acometió la tarea de erigir, en los aledaños de Espuña, en 1704, la ermita de Alquerías, la de Santa Leocadia y la de La Huerta, todas ellas situadas en las zonas altas. La de San Antonio de Padua en el Paretón, construida en 1728, la del Corral Rubio y la de la Cañada de Gañuelas, ambas situadas en la zona sur.

Todas las ermitas de estas villas han contado siempre con sus mayordomos elegidos anualmente por el Concejo junto con el cura beneficiado. Cuando los mayordomos recibían las limosnas de los fieles, las administraban empleándolas en aquellas necesidades del templo más urgentes, debiendo rendir luego cuenta detallada al Ayuntamiento y la Vicaría, o a ésta sola, según épocas.