La Restauración de la monarquía en la persona de Alfonso XII supuso un largo periodo de estabilidad política propiciada por el sistema bipartidista de alternancia en el poder, la Constitución de 1876, y una cierta prosperidad económica. Los dos partidos que fueron turnándose sucesivamente en el gobieno, fueron el partido conservador presidido por Cánovas del Castillo y el partido liberal liderado por Sagasta. La Restauración devolvió el poder a la burguesía murciana que se había enriquecido con los negocios mineros y con la adquisición de las tierras desamortizadas, la cual se agrupaba en los dos partidos nacionales.  El sistema estaba tan consolidado en la Región de Murcia que importantes políticos como Cánovas del Castillo se presentaron al Congreso por circunscripciones de la provincia.

Sin embargo, ese sistema se mantuvo por el fraude electoral y el caciquismo que no permitía la intervención de las fuerzas no dinásticas como republicanos, obreros, anarquistas y nacionalistas en un estado fuertemente centralizado. Pese a la Ley de Asociaciones de 1887 introducida por Sagasta, el único recurso de estos grupos  para desestabilizar el sistema fue  la agitación social. En la Región de Murcia, las zonas más propicias para el asociacionismo obrero fueron las mineras, las agrícolas como Jumilla, Yecla o Cieza y el arsenal de Cartagena. El paro ocasionado por la sequía y los bajos salarios motivó la revuelta de los braceros del esparto en 1897 en Cieza, Pliego, Mula y otras poblaciones.

Durante este periodo, se experimentó una cierta mejora en la economía de la Región debida, principalmente, al desarrollo de las zonas mineras, agro-industrializadas e industrializadas; no obstante hubo epidemias, años de sequía y riadas como la de Santa Teresa en 1879 de terribles consecuencias como refleja la prensa de la época, como es el caso del periódico Paris-Murcie.

También se creó un marco legislativo que consolidaba la prensa por medio de leyes que modificaban las limitaciones a la libertad de expresión, reconocida por la Constitución de 1876, y regulaban la información. Entre ellas, la Ley de Policía e Imprenta de 1883 que consagraba la libertad de expresión y eliminaba las figuras del censor y del tribunal de prensa. Este escenario favoreció la aparición de numerosas publicaciones periódicas de todo tipo. Por otra parte, durante estos años la mayoría de municipios de la Región fueron incorporando las innovaciones tecnológicas: electricidad y telefonía y en muchos donde aún no había imprentas, se fueron instalando. Así, además de Cartagena, Lorca y Murcia, muchas otras ciudades empezaron a editar publicaciones locales de intereses generales, información local y nacional, políticas, científicas, literarias, etc. dirigidas al sector social y cultural dominante. Entre ellas destacan La Luz y La Luz de la Comarca (Caravaca 1882, 1885), La Voz de Cieza (1896-1905), El Puerto (Águilas 1879-1887), El Eco Regional (Yecla 1880), La Voz de Mula, El Noticiero de Mula (1889), El Pandero (Jumilla 1884).

Muchos periódicos seguían siendo medio de expresión de las doctrinas políticas y de partido, como los conservadores: El Semanario Murciano (1878-1882), El Eco de Murcia (1881), Diario de Avisos (1877) y La publicidad (1880) de Cartagena; o los liberales: el Heraldo de Murcia (1898-1903) y El Baluarte de Lorca (1892). Otros como Las Provincias de Levante (1885-1902), órgano ciervista, eran propaganda de un determinado político. Muy pocos consiguieron mantenerse independientes como El Diario de Murcia (1879-1903) dirigido por Martínez Tornel. En estos diarios colaboraron escritores y poetas tan reconocidos e influyentes como Andrés Baquero, Fuentes y Ponte, Díaz Cassou y Sánchez Madrigal, entre otros. 

Durante la Restauración aparecen importantes periódicos y revistas dedicados a la ciencia, el arte y la literatura, la mayoría de corta duración, así: Ateneo lorquino (1871-1873), Lorca literaria (1887), Cartagena Artística (1890), El Bazar murciano (1892-1929) de más larga duración, El Mosaico (Murcia 1896-1898) o El Diablo Verde (Murcia 1898) de carácter satírico literario que denunciaba el caciquismo y la corrupción del sistema.

El momento más crítico de esta época fue el desastre de 1898, año en que España perdió las últimas colonias. Ante la guerra de Cuba contra Estados Unidos, la prensa exaltó el patriotismo y difundió falsas esperanzas haciendo creer en la superioridad militar española. Las negativas consecuencias de esta crisis para la economía, la sociedad y el sistema político dejaron al país sumido en un profundo desánimo, y provocaron un debate sobre las responsabilidades políticas y militares que revelaba los defectos del régimen. España había dejado de ser un imperio y había pasado a ser tan sólo una nación, la cual necesitaba una regeneración en todos los órdenes: social, económico, político y cultural.

Los intentos de renovación y modernización se fueron realizando dentro del sistema político de la Restauración que continuó hasta la caída de Alfonso XIII en el siglo XX.