La cualidad de mantenedora de vida del agua hizo que los romanos la dotaran de un carácter sacro; las fontanas, los acueductos, las termas o las fuentes naturales fueron puestas bajo la tutela de las divinidades. De esta concepción divina no sólo participaban las aguas termales, también los ríos o las aguas estancadas estuvieron bajo la protección de diferentes divindades.

  Los ríos

  Diferentes fuentes epigráficas e iconográficas aluden al carácter casi divino de algunos ríos durante la época romana; el Rhin fue denominado como Rhenus Pater, es decir, Padre Rhin por un legado de la legión; en algunas dedicatorias religiosas se hace referencia a un flamen, sacerdote, Rhenus. El Sena se vinculaba en ocasiones con Apolo, ejerciendo una influencia terapéutica hacia quienes peregrinaban a su Santuario. Por otra parte, las corporaciones de oficios o gremios de profesiones vinculadas con un río (pescadores, comerciantes fluviales) evocan a la Tutela, divinidad de las fuentes y de las aguas que fluyen. En el Ródano y el Rhin había capillas dedicadas a Neptuno  y Hércules, protectores de la navegación y las travesías.

  Manantiales y aguas curativas

  La divinidad más destacable es Apolo, invocado en relación a aguas termales, cuya función terapéutica es evidente. Neptuno también está vinculado a las fuentes termales, ya que es el dios de las extensiones húmedas, alcanzando su reino incluso hasta las aguas subterráneas. Las ninfas, citadas en diferentes inscripciones de la Cueva Negra de Fortuna, eran hijas de Zeus, nacidas de la lluvia, ejercían un influjo benéfico e inspiraban pensamientos nobles a quienes bebían su agua sagrada. Aparecen subordinadas a otras divinidades mayores, aunque también son invocadas para pedir un deseo relacionado con la salud física o espiritual, es decir, con intenciones curativas.

  Otras divinidades, relacionadas con el ámbito medicinal, también aparecen relacionadas con las aguas termales; es el caso de Esculapio, que también aparece citado en los grafitos de Cueva Negra. Por último, la diosa Fortuna, probable origen del topónimo de la población actual, recibe en ocasiones la advocación de salutaris o balnearis. Si en el mundo romano el agua potable era considerada como un regalo de los dioses, el agua termal, que alivia dolencias  o las curas, era una auténtica bendición. Por tanto, el lugar del que brotan las aguas es un punto de cercanía máxima con la divinidad, por lo que no es de extrañar que balnearios como el de Fortuna sea donde el culto alcance su máxima expresión.