La morfología de la casa íbera puede variar en función del territorio, pero siempre guarda unas concomitancias. En general abarca unos veinte metros cuadrados y está dividida en dos unidades diferenciadas: el gran salón de vivienda y el altillo. En la sala principal, a la que se accede a través de la entrada a la vivienda, aparece un hogar y unos pequeños bancos de mampostería para sustentar la muela cilíndrica de un molino rotario para el cereal y otro para albergar la vajilla de la casa. Parte de esta habitación serviría de almacén con grandes recipientes donde se almacenaban alimentos líquidos y sólidos, mientras que otro sector albergaba un telar, con sus pesas, fusayolas y bastidor de madera. Junto a esta gran estancia, otra de menor tamaño hacía las funciones de dormitorio, ya que en ella se encuentra una estera. Al altillo se accedía por medio de una escalera de madera.


  En época ibérica la técnica constructiva más utilizada en la construcción de viviendas es la obra de mampostería a base de piedra caliza de pequeño tamaño, trabada con barro de las inmediaciones de la obra. Esta estructura sólida de mampostería nunca se asienta sobre una fosa de cimentación, entre otras cosas debido a la austeridad de las construcciones y a su escasa altura, que hacen generalmente innecesaria la cimentación. Sobre el muro de mampostería, que generalmente no sobrepasa el metro de altura y que ayuda a preservar de la humedad el interior de la vivienda, se erigen los paramentos de adobe o tapial. Tampoco se apisona sólidamente el área que va a sustentar la vivienda. La zona se rellena, a veces sobre basuras y piedra suelta, se iguala y allana someramente. La cubierta se armaba con troncos de pino, que recorren longitudinalmente la estancia. Sobre ellos se colocan haces de aneas. Sobre este entramado, los constructores echaban una capa de barro muy fino cubriéndolo todo. Por último, la techumbre soportaría una última capa de tierra amarilla, arcillosa.

 
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