Vista del emplazamiento del Cigarralejo
Vista del emplazamiento del Cigarralejo
Vista del emplazamiento de Coimbra
Vista del emplazamiento de Coimbra


   Poblados en altura y fortificados

   Los poblados ibéricos fueron ubicados en altura, es decir, sobre una colina, una montaña o incluso sobre cerros de difícil acceso, siempre rodeados por una muralla, a veces de carácter ciclópeo, con un marcado concepto defensivo. El hecho de no haber tenido una unidad política que abarcase amplios territorios en ningún momento de su desarrollo histórico incidió directamente sobre los esquemas acerca del poblamiento que tuvieron las distintas tribus ibéricas, esto es, no se varió el modelo básico de hábitat entre los siglos V y II anteriores a Jesucristo.

   Por regla general los grandes oppida (poblados fortificados) se situaban dominando alguna importante vía de comunicación, ya fuese terrestre o fluvial, hacia una zona de alta riqueza minera como, por ejemplo, la ruta de Sierra Morena desde la costa mediterránea de Murcia y Alicante a través del río Segura y sus afluentes, explotando lógicamente el terreno circundante con base a una economía próxima a la subsistencia.

   El espacio controlado por un poblado de gran tamaño podía circunscribirse como mucho al de una comarca, con dos o tres poblados más pequeños que fuesen tributarios del primero y una serie de granjas o alquerías que estarían junto a los terrenos utilizados, tanto para el cultivo extensivo como intensivo y de huerta, así como para la correspondiente actividad ganadera. En caso de peligro inminente, las gentes de las granjas se refugiarían en los poblados más cercanos.

   Los santuarios y necrópolis

   Los santuarios también se eligieron en lugares próximos a los poblados. Sin embargo, estos centros religiosos, no muy abundantes, no se rodearon de muros defensivos y estuvieron directamente relacionados con elementos de la naturaleza; así, por ejemplo, pequeñas cuevas, abrigos o grietas en determinadas rocas eran utilizados para depositar las ofrendas en forma de exvotos en bronce, terracota o piedra, vinculándose de este modo con los dioses y fuerzas de la naturaleza. Solamente en un periodo avanzado, poco después de la finalización de la Segunda Guerra Púnica, algunos centros religiosos son monumentalizados con una arquitectura estable y tangible; en nuestra Región tenemos los casos de los santuarios de Nuestra Señora de la Luz (Verdolay, Murcia) y la Encarnación (Caravaca de la Cruz).

   Por lo que respecta a las necrópolis, siempre se ubicaron cerca de los hábitats en unos recintos acotados y probablemente marcados con una pequeña verja o muro de piedra, pero no tenemos constancia de que fueran rodeados por altos muros o tapias que las pudiesen defender de posibles ataques o destrozos provocados por potenciales enemigos.