Las sociedades ibéricas están insertas en una cultura de la Edad del Hierro Plena, con los adelantos inherentes a este periodo histórico que podemos denominar protohistórico. El término define bien lo que fue la civilización ibérica, esto es, uso de la escritura, aunque no muy generalizado, dominio del torno de alfarero (para sus producciones cerámicas) y de la tecnología del hierro (para la elaboración del armamento y de sus herramientas y útiles de trabajo), además de intensas relaciones comerciales con los pueblos colonizadores y, en este ambiente, un desarrollo urbano restringido.

   Los poblados ibéricos

   En efecto, nos encontramos con poblados. Aquí no se puede acuñar el término ciudad, tal y como la entendemos para Grecia o Roma, cuyo tamaño oscila entre una y varias hectáreas, pero donde no se localizan edificios y espacios públicos o palacios que alberguen a la aristocracia dirigente.

   Tampoco se encuentran grandes plazas o una concepción planificada del entramado urbano. Las casas se adaptan a la topografía del terreno apoyándose unas en otras, organizando así pequeñas manzanas irregulares, rodeadas por callejuelas tortuosas que únicamente se crean para acceder a una o varias casas. Prácticamente apenas o nunca se conciben como elementos de comunicación rectilíneos. Por regla general los poblados se sitúan en altura, dominando los terrenos circundantes y están defendidos por una muralla de piedra y adobe. Hay que tener en cuenta que la falta de unidad política del territorio imponía un fuerte gasto en 'defensa'.

   Las viviendas

   En el interior de los hábitats, las casas estaban formadas en su gran mayoría por una única estancia, por lo general rectangular y de diverso tamaño que puede oscilar entre 8x3 o 7x4 metros, por citar algunos ejemplos conocidos. La construcción contaba con una base o zócalo de piedra, incluyendo la cimentación con 4/5 hiladas y sobre ellas continuaba el muro elaborado con adobes. La techumbre a un agua, rematada con una cubierta de caña, barro y lajas de piedra en los ángulos, con el fin de evitar levantamientos provocados por las inclemencias atmosféricas. A las paredes se les aplicaba un revoco de color blanquecino. La habitación podía estar compartimentada en dos, con muros bajos de adobe que se utilizaban como bancos para colocar la vajilla y enseres del ajuar doméstico. Del mismo modo también existen casas más ricas, con un par de habitaciones. En este caso, una de las dependencias se usa como dormitorio y la segunda, más grande, para distintas actividades artesanales como la textil o, incluso, se han documentado pequeños centros industriales donde, junto a la vivienda, se situaba el taller para los trabajos industriales, normalmente a cielo abierto.