De Qart Hadast a Carthago Nova

   La llegada de los romanos a la Península Ibérica se produce en el contexto de la Segunda Guerra Púnica, contienda militar que enfrenta a las dos grandes potencias del Mediterráneo: Roma y Cartago.

   Qart Hadast, que literalmente significa Cartago Nueva, fue la base de operaciones del ejército cartaginés. Fundada por Asdrúbal en torno al año 229 a.C., pronto se convirtió en la sede de las estructuras administrativas y militares desde la que se controlaba el resto del territorio púnico. Durante la guerra, Cartagena fue el centro de las operaciones militares y comerciales de los púnicos; era el lugar desde el que partían buena parte de los aprovisionamientos y donde descansaban las tropas durante el invierno.

   Enfrascados ambos contendientes en una guerra de desgaste en la Península Itálica, Roma decidió atacar el sureste peninsular con el fin de cortar de raíz los abastecimientos, tanto materiales como humanos, del ejército púnico. En el año 209 a.C., las tropas lideradas por Escipión conquistaron la ciudad, poniendo fin al dominio cartaginés en el sureste y el inicio de su decadencia en la Península.

   La romanización

   Los romanos denominaron a la ciudad Carthago Nova; como en época púnica, fue el centro de operaciones desde el que se organizó la conquista de la Península Ibérica, proceso que se prolongó más de dos siglos. La existencia de un fuerte contingente militar, la abundancia de recursos minerales en su entorno más inmediato y su ubicación junto a una bahía, que la convertía en un enclave portuario privilegiado, atrajo una fuerte corriente inmigratoria que, procedente de la Península Itálica, acudió a Carthago Nova, atraídos por las grandes posibilidades económicas que ofrecía la ciudad.

   Parte de esta nueva población acompañaría la retaguardia de las tropas a medida que éstas avanzaban en el proceso de conquista. Durante el siglo II a.C. se desarrolla un intenso proceso de aculturación, cuyo resultado final será la extensión de la cultura romana por el sureste y la progresiva desaparición de los elementos indígenas, integrados en las estructuras políticas, sociales y religiosas del Estado Romano.