El Rey de España Felipe III era hijo de Felipe II y Ana de Austria, y nieto por vía paterna del emperador Carlos V e Isabel de Portugal y por vía materna de los emperadores Maximiliano II y María de Austria. Felipe III heredó los territorios del Imperio español en la Península Ibérica, Europa, el Norte de África y América.

  El monarca español delegó el poder político en los validos, el duque de Lerma y el duque de Uceda. En política interior, el duque de Lerma trasladó la capitalidad de España a Valladolid, temporalmente, en 1601, hasta su restablecimiento definitivo en la villa de Madrid en 1606. Además, el valido impulsó la sustitución progresiva del sistema de Consejos por el de Juntas para el gobierno de la monarquía.

     El político más destacado del reino de Murcia era el IV marqués de los Vélez, Luis Fajardo y Requesens (1576-1631). El marqués era señor de Mula, Alhama, Librilla y Los Vélez; alcaide de Lorca; adelantando mayor y capitán general del reino de Murcia; y, además, fue virrey de Valencia (1628-31).

     La medida más importante del reinado de Felipe III fue la expulsión de los moriscos de España. Los moriscos eran antiguos musulmanes convertidos forzosamente al cristianismo en el reinado de los Reyes Católicos. A principios del siglo XVII, España contaba con 325.000 moriscos (4%) sobre un total de 8 millones de habitantes de población. En el reino de Murcia había 15.000 moriscos, de los cuales 13.500 vivían en el Valle de Ricote.

          Valle de Ricote

  El reino de Murcia contaba con un total de 15.000 moriscos, 13.500 de ellos vivían en el Valle de Ricote antes de su expulsión.

    Fray Juan de Pereda

  Su informe era favorable a los moriscos del reino de Murcia. "A mi parecer hay bastantísimos testimonios para darlos por buenos cristianos y vasallos de Su Majestad".

    Causa de la expulsión

  El Rey Felipe III ordenó la expulsión de los moriscos ante el temor de su posible apoyo a una invasión militar de España por el Imperio Otomano.

         Regreso a España

  La mayoría de los moriscos regresaron a sus hogares y propiedades del reino de Murcia, con la complicidad de los cristianos viejos.

     Felipe III aprobó el decreto de expulsión de los moriscos en 1609, ante el temor de su posible respaldo militar a una invasión otomana de España. "Sean expulsados todos los cristianos nuevos moriscos, así hombres como mujeres y niños, excepto los que fueren esclavos".

     La nobleza de Castilla y Aragón manifestó su oposición a la expulsión por el importante papel de los moriscos como mano de obra en la agricultura, sobre todo en el reino de Valencia, donde representaban el 33% de la población. El proceso de expulsión se aplicó en la Corona de Aragón en 1609, y se extendió en la Corona de Castilla hasta 1614. En Castilla, los moriscos no constituían una amenaza importante para la seguridad nacional, debido a su dispersión por el territorio, tras el fracaso de la revuelta de Las Alpujarras en 1571.

     Los representantes del reino de Murcia en las Cortes reivindicaron la permanencia de los moriscos en España, debido a su integración religiosa y social. El monarca hispánico realizó en 1610 una excepción temporal con los moriscos murcianos, "por haberse dicho que estaban muy emparentados y unidos con los cristianos viejos y vivían como tales católicos ejemplarmente".

     Felipe III envió al fraile dominico Juan de Pereda al reino de Murcia para la elaboración de un informe final sobre la conversión de los moriscos, con la finalidad de decidir su expulsión o permanencia definitiva en España. Juan de Pereda consultó la opinión de informantes independientes y de la Iglesia.

     La Santa Inquisición mostró su apoyo a los moriscos del reino de Murcia. "No han sido castigados de 40 años a esta parte. No así los moriscos valencianos y granadinos". El obispo de Cartagena, Sancho de Ávila, también declaró su respaldo a los moriscos. "De entre los moriscos se han ordenado de 25 a 30 clérigos; hay mujeres que han realizado el voto de castidad y hay un niño mártir de la fe cristiana en tierra de moros. Ninguno vestía a lo morisco, bebían vino y comían tocino. No hablan arábigo ni lo entienden".

     El informe final de fray Juan de Pereda era partidario de la permanencia de los moriscos en el reino de Murcia. "Si no están probado por infieles no parece justo la expulsión en gente de quien hay tantos fundamentos para diferenciarlos de granadinos y valencianos. Únicamente los viejos no habían acabado de despegar de las costumbres bárbaras de sus antepasados. A mi parecer hay bastantísimos testimonios para darlos por buenos cristianos y fieles vasallos de Su Majestad".

     Sin embargo, otros informadores acusaban a los moriscos murcianos de falsedad en su conversión al cristianismo y de la práctica a escondidas de la religión islámica. El Consejo de Estado decidió en 1612 el aplazamiento 'sine die' de la resolución sobre la permanencia o expulsión de los moriscos.

  El monarca Felipe III optó definitivamente por la expulsión de los moriscos del reino de Murcia, excepto los menores de ocho años y los ancianos enfermos, mediante la resolución del 4 de marzo de 1613. "Que sean expelidos todos los moriscos mudéjares, así hombres como mujeres que viven y residen en el Valle de Ricote. He tenido informaciones muy ciertas que estos moriscos proceden en todo con mucho escándalo y para expelerlos hay las mismas causas que hubo para echar a los demás". Felipe III concedió a los moriscos un plazo de diez días para la cesión temporal o la venta de sus propiedades antes de su expulsión definitiva. Algunos moriscos escaparon de la expulsión al extranjero. "Unos se quedaron camuflados en la sierra y protegidos por señores y convecinos y otros profesando la fe en conventos deprisa y corriendo".

     La monarquía encargó a Bernardino de Velasco, conde de Salazar, la expulsión de los moriscos murcianos. Los tercios se encargaron de garantizar la seguridad durante el traslado de los moriscos del reino de Murcia al puerto de Cartagena, y la Armada Real transportó a los expulsados hacia el Norte de África, Francia e Italia entre diciembre de 1613 y enero de 1614. Los principales puntos de destino fueron Orán, Génova, Liorna y Nápoles.

     Las consecuencias de la expulsión de los moriscos fueron: la disminución de la población, la falta de mano de obra en el campo y la huerta, los cambios en la titularidad de las propiedades, la eliminación de una posible quinta columna en caso de invasión otomana y la culminación del proceso de unificación religiosa. En el reino de Murcia, la mayoría de los moriscos regresaron a sus hogares. "Hay tantos que parece que no se ha hecho la expulsión. Se han vuelto cuantos moriscos de él salieron por la buena voluntad con que los reciben los naturales y los encubren los justicias", afirmó el conde de Salazar. "La inmensa mayoría volvió a su tierra", confirma el historiador Luis Lisón. El rey Felipe III reaccionó mediante el envío de una orden al conde de Salazar para el apresamiento de los moriscos. La monarquía condenó a los moriscos a galeras o a la esclavitud en las minas.

     En la literatura, el escritor Miguel de Cervantes utilizó el personaje ficticio de Ricote, en el libro de 'El Quijote', para mostrar el drama de la expulsión de los moriscos . "Do quiera que estamos, lloramos por España que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural. En ninguna parte hallamos el acogimiento que nuestra desventura desea. No hemos conocido el bien hasta que le hemos perdido y es el deseo tan grande que casi todos tenemos de volver a España que, los más de aquellos, y son muchos que saben la lengua como yo, vuelven a ella y dejan allá a sus mujeres y sus hijos desamparados: tanto es el amor que la tienen y agora conozco y experimento lo que suele decirse, que es dulce el amor a la patria".

     Por su parte, el poeta archenero Vicente Medina compuso versos sobre la influencia contemporánea de la herencia morisca en el Valle de Ricote. "Moriscos los atavíos y moriscas las maneras y moriscas las costumbres son en mi tierra… Refajos de colorines, pañuelos a la cabeza, mangas en encaje y corpiños bordados en lentejuelas…Los hombres con zaragüelles, faja rosa, azul o negra, el chaleco adamascado, de alamares la chaqueta. Los bailes, cosa de moros. Cosa de moros sus fiestas y de moros sus pasiones y venganzas y peleas. ¿Qué le podría faltar pa ser morisca a mi tierra? Por no faltarle ni el habla, de palabras moras llena".

     En política exterior, Felipe III impulsó la 'Pax Hispánica', para la preservación sin lucha de la hegemonía universal de España, ante la crisis de la Hacienda Real. El monarca hispánico heredó la Paz de Vervins con Francia y reforzó los lazos de unión con el país galo, mediante el matrimonio del príncipe heredero, don Felipe, con Isabel de Borbón. España e Inglaterra firmaron su reconciliación con la Paz de Londres de 1604. La monarquía hispánica renunciaba a la invasión de Inglaterra y a la restauración del catolicismo en la Corona inglesa, a cambio de la supresión de la piratería en el Atlántico y la retirada del apoyo militar a los protestantes de Holanda.

     España selló la 'Tregua de los Doce Años' con los independentistas holandeses ante el agotamiento de los recursos económicos y militares en ambos bandos. Sin embargo, al final de su reinado, Felipe III rompió la política de apaciguamiento en el exterior con la entrada de España en la 'Guerra de los Treinta Años' (1618-48), para apoyar al Sacro Imperio Romano Germánico en su lucha contra los protestantes de la región de Bohemia (actual Chequia).

  Antonio Gómez-Guillamón Buendía