Al correr del siglo XVIII, gobernaba el país Carlos IV, y Las Torres de Cotillas era un señorío en las manos de Rafael María de Bustos Llamas y Molina, Calvillo, Carrillo, Balboa, Carrasco, Ladrón de Guevara..., Marqués de Corvera, Regidor, Alguacil de la Santa Inquisición, Maestre del Santo Oficio de Granada, etc, etc, etc. Tan ilustre y poderoso personaje regía al modo absolutista, como propios, los bienes y vidas de los habitantes de su Señorío; por consiguiente, a nadie ha de extrañar que los cargos del Concejo fuesen, como tantas otras cosas, designados directamente por él, 'el señor'. Y es que los aires de libertad, igualdad y fraternidad que los ecos de la Revolución Francesa fueron expandiendo un poco por todas partes, aún no habían  llegado a estas tierras.

Como a don Rafael María de Bustos Llamas y demás apellidos, le gustaba tenerlo todo atado y bien atado, por aquello de que si das el dedo, te toman el brazo, ordenó se publicasen, año tras año, férreas normativas civiles –todas prohibiciones– que hubieron de cumplir los sufridos 1.096 habitantes que poblaban por aquél entonces el Término. Veamos algunas de ellas:

  • Prohibido blasfemar contra Dios y los Santos.

  • Prohibido disparar en el interior del pueblo bajo multa de dos ducados y pena de seis días de arresto carcelario.

  • Prohibido salir de las casas después de las ocho de la noche en invierno y de las diez en verano, bajo multa de dos ducados.

  • Prohibido apacentar el ganado por la vereda del plantío de olmos ni cortar árbol alguno, bajo multa de dos ducados por olmo.

  • Prohibido llevar las mulas sin bozos y los bueyes sin campanillas, bajo multa de un ducado.

  • Queda terminantemente prohibido subir al campo si no es para labrar.

  • No se permite levantar los esquilmos sin permiso del Apoderado o del Señor.

  • Ningún vecino puede admitir en sus casas forasteros sin autorización.

  • Se prohíbe que los guardianes de cosechas tengan con ellos a sus mujeres e hijos.

  • Prohibido tener ganado a medias con forasteros.

  • No se permite pasar aguas de riego para caminos y los dueños habrán de limpiar los brazales, etc.

Para hacer cumplir tanta prohibición, ordenanza, normativas y leyes, existían instrumentos como las multas que oscilaban entre unos pocos reales y varios ducados y las penas de arresto y reclusión carcelaria que iban de seis a ocho días, según el caso. Ambos tipos de medidas resultaban eficaces y disuasorias dada la suma escasez económica en la que se vivía.

A la luz del contenido de varias ordenanzas, llama la atención la producción olivarera así como las viñas y los olmos que, al parecer, debieron abundar en el término, sobre todo porque prácticamente nada de ello queda hoy.

También sorprende en un primer momento tanta prevención hecha norma contra los 'forasteros' aunque hace doscientos años resultaba entendible a consecuencia de la terrible inseguridad de los caminos, los innumerables robos y la abundancia de bandoleros y malhechores. Lo que ya no resulta comprensible, en pleno siglo XX, es la cerrada actitud que todavía mantienen algunos en este sentido, máxime cuando en estas tierras, históricamente abiertas a todos los pueblos y culturas, todo proviene de fuera: los fundadores de Las Torres de Cotillas vinieron de Cuenca; la advocación de la Virgen, patrona de la localidad procede de Tendilla (Guadalajara); las autoridades civiles y religiosas, así como las empresas más importantes son todas foráneas y el 60% de la población actual ha nacido en otros términos municipales de la Región, en otras Comunidades, otro países e, incluso, otros continentes. Añadir más y más ejemplos sería abundar en exceso sobre algo que, fuera del siglo XVIII, no es más que un anacronismo.

De las importantes alusiones a la legislación en materia de caza y pesca, deducimos que debieron ser actividades de cierta incidencia económica. Y en cuanto a la prohibición de bailes o la obligación de tener que llegar a casa todos a la hora de los 'zagales', parecen normas un tanto estrictas para el talante alegre y festivo de los torreños; nos tememos, por tanto, que de éstas se hiciera caso omiso con harta frecuencia.