Estas construcciones formarán parte del sistema defensivo del litoral del reino de Murcia, desde Águilas a San Pedro, y su misión era dar resguardo al trafico marítimo y evitar las incursiones enemigas. Los comerciantes y pescadores del Mar Menor, obligados por la piratería berberisca, consiguieron que el Concejo de Cartagena organizara una red de defensa colocando guardas de costa como vigías del paso de los corsarios. Ya a principios del siglo XVI se emplazaban en Cabo de Palos y Portmán, entre otras. Su cometido no era otro que el control de los barcos que se acercaban a esta costa y avisar a la ciudad en el caso de que fueran enemigos para organizar la defensa y la captura de los corsarios, objetivo que muchas veces no se conseguía.

   En este clima de violencia casi constante, esta ribera al igual que otras vecinas crearon la existencia de una sociedad fronteriza condicionada por la guerra marítima y uno de sus exponentes más representativos fueron las fortificaciones de costa, que evolucionaron a lo largo de los siglos, pasando de ser meros observatorios a convertirse en muchos casos en auténticas fortalezas artilladas y ahora bajo la tutela militar, sustituyendo a la civil que hasta entonces se había encargado de su defensa. El conjunto de estas torres, que serán artilladas, formaron un débil sistema de defensa, el corto número de las torres existentes, la larga distancia a la que se encuentran, el terreno irregular y montuoso hacen que su misión sea muy complicada, en las distancias de unas torres a otras, pese a ello estas torres se considerarán indispensables para la defensa del Mar Menor, hasta que aparezcan la baterías modernas y las torres queden definitivamente fuera de servicio.