Si otros movimientos revolucionarios tuvieron una grave repercusión en Cartagena, dando lugar a sucesos violentos, como enfrentamientos, linchamientos e incluso el sitio y cañoneo de la ciudad, este Bienio de 1854-1856 resultará en ese aspecto de lo más ''pacífico''. En efecto, salvo alguna tensión entre el gobernador militar y el Ayuntamiento al principio del movimiento revolucionario (julio de 1854) y al final de éste (julio de 1856), no se produce ningún herido ni víctima mortal por causas políticas; al menos no está documentado ningún acontecimiento de este tipo.

    Sin quitar mérito a la rápida actuación de los gobernadores militares de turno, que controlaron la situación con energía para evitar  sucesos como los de 1844 (rebelión a favor de Espartero y posterior sitio de la plaza), estimo que la situación económica y social no era mala y contribuyó a que los estómagos y los ánimos estuviesen más calmados. La reactivación de la minería dio trabajo a los naturales de la tierra y a muchos forasteros. También las fundiciones, las fábricas de mecha y de otros útiles para las minas, la construcción de casas y almacenes, el comercio en general, tanto marítimo como terrestre, o la guerra de Crimea, que pone en valor las pobres cosechas de secano de la comarca, todo indica que la economía iba bien, o que al menos había trabajo y comida.

    Se puede atestiguar que esto fue así porque Cartagena en ese periodo se libró de las epidemias de cólera morbo y porque a la ciudad, y sobre todo a la Sierra Minera, acudían delincuentes de muchos lugares al olor del dinero fácil. No obstante, en el año 56 la situación debió empeorar porque así lo confirman las noticias sobre la falta de subsistencias por la sequía (no hay nieve en los pozos de Sierra Espuña) o por la avalancha de solicitudes de empleo cuando el Ayuntamiento hace público que amplía la plantilla de arbitrios y la ronda de puertas.

    En estas peticiones destacan las de muchos miembros de la Milicia Nacional, lo cual demuestra que la milicia en Cartagena la engrosaban personas de poco nivel económico. De hecho, la burguesía acomodada no estaba por la labor de arriesgar en un cuerpo que ya se escapaba de su control y mucho más en el último periodo del Bienio en el que ocupa la alcaldía Francisco Martínez, progresista honrado que no tiene miedo a quedarse en la ciudad pese a la posible epidemia de cólera. Un alcalde que con sus actuaciones en este campo y con su defensa de los bienes municipales ante la nueva desamortización, se procura el aprecio del pueblo y la enemistad de los altos funcionarios provinciales, sobre todo de Hacienda, y que deja en evidencia y en lugar secundario a las clases más acomodadas de la ciudad, que por otro lado ni eran tantas ni tan importantes. Finalmente, con su actitud conciliadora de última hora, y quizás recordando los sucesos del 44, logra que la Milicia Nacional entregue las armas y evita un baño de sangre.