Esta debilidad, esta ausencia de una expansiva industria textil, del sector de la manufactura en Murcia, pese a la amplia producción de seda en bruto, preocupó a los ilustrados del Setecientos.

Tras percibir que, a pesar de los amplios privilegios y exenciones que se habían concedido en 1731 al arte de la seda, no se advertía ninguna revitalización de la actividad fabril, en 1737 se vuelve a ordenar que se guarde las leyes antiguas con la prohibición estricta de toda extracción de la seda, aunque se solicita que los afectados argumenten su opinión.

Los labradores murcianos presentaron un Manifiesto, apoyados posteriormente por un Memorial de la Junta de labradores de Valencia y Murcia, solicitando volver al libre comercio.

Al «Reyno de Murcia, lo que únicamente le hace fértil y rico es la cosecha de seda», por lo que su pérdida es una irremediable calamidad no sólo para los huertanos sino para los propietarios que no podrían cobrar sus rentos. A todos, pues, alcanzaría el perjuicio, si se decidiese por el proteccionismo.

También a la Hacienda pública.

Pero en Murcia, dicen, no hay fábricas que merezca este concepto.

Según ellos, los torcedores están en suma pobreza, procediendo a actuar fraudulentamente en el tuerce de la seda al introducir especies nocivas que inutilizan las fibras, mientras que el menguado número de tejedores, aparte de su notoria pobreza, no tienen habilidad alguna. En todo caso no podrían consumir ni el 10 % de la seda producida.

Ésta es la opinión de los criadores. Por su parte, los fabricantes en su Memorial, apoyan la prohibición del comercio de la seda. Según ellos, Francia, Inglaterra, Venecia, los Países Bajos, etc., se han enriquecido con la seda española, mientras España se arruinaba por no cumplir fielmente las Reales Cédulas que prohibían su salida.

Recuerdan que, según los mismos productores, en Murcia se crían más de 300.000 libras de seda, cuando en los registros no se llega a los 120.000, por lo que es evidente que, como hemos señalado, alrededor de dos terceras partes de la producción total se saca por alto, por lo que los criadores no son, pues, tan fieles vasallos como afirman. En la ciudad, según los gremios, se podrían tejer en torno a las 176.000 libras anuales (el 60 % del total) por lo que sugieren que se pueda exportar seda en los últimos meses de la cosecha (primeros de enero a finales de mayo) cuando las fábricas españolas estuvieran ya surtidas.

La actitud de los gobiernos de Felipe V y Fernando VI, tras el análisis de las razones de ambos grupos y tras consultar al Consejo Real, fue la de volver a la prohibición total de la extracción de seda, excepto las destinadas a las fábricas hispanas.

Dado el perjuicio que esta prohibición producía en la oligarquía de los grandes propietarios, el Concejo controlado por ellos, solicita en 1758 que se revoque una vez abastecidas las fábricas autóctonas. Ésta será, precisamente, la actitud que se adopta, ya en tiempos de Carlos III, por Esquilache. Se mantiene la prohibición, pero sólo durante seis meses al año, desde la mitad de mayo a la mitad de noviembre. Los restantes meses puede ser extraída por los puertos de Barcelona, Alicante y Cartagena, formula conciliatoria con la que se acaba, parcialmente, el largo periodo de obstrucción al comercio de la seda.

En todo caso, y pese a las medidas proteccionistas, se mantuvo la escasa relevancia de la industria por las razones ya aludidas, la oligarquía, propietaria de la tierra, nunca estuvo tentada a invertir parte de sus amplios beneficios en la industria de la seda, por lo que la debilidad de la misma será una de las características de la sericicultura murciana, en contraste con la alta producción de seda en bruto.