La población eclesiástica fue creciendo en Murcia a lo largo del siglo XVIII con la fundación de nuevos conventos, atraídos por el desarrollo económico de la ciudad, llegándose a superar el 5% con relación a la población total murciana, por encima de la media nacional (entre 1,5-2 %). Murcia tenía 25 conventos (agustinas, agustinos descalzos, dominicos, dominicas (las Anas), capuchinas, capuchinos, carmelitas descalzas, carmelitas descalzos, carmelitas calzados, franciscanas de Santa Clara, Compañía de Jesús, religiosas del Corpus Christi, congregación de San Felipe Neri, franciscanos de Recoletos (Santa Catalina del Monte), franciscanos de San Diego, franciscanos, franciscanos de la Purísima Concepción, isabelas, jerónimos, justinianas, mercedarios, religiosas de S. Antonio, San Juan de Dios, trinitarios observantes y verónicas de San Francisco), además de cuatro colegios (San Leandro, San Fulgencio, Huérfanos y Anunciata), más el eremitorio de Nuestra Señora de la Luz de San Antonio Abad, lo que sumaba un total de 1.682 personas, entre sacerdotes, religiosos y religiosas, novicios, legos, donados y diversos tipos de asistentes (cocineros, criados, mandaderas, pastores, etc.).

Uno de los rasgos que caracterizan la sociedad murciana era su profunda religiosidad. Como dice el profesor Molina Molina7 «la existencia cotidiana estaba saturada de religión». Estas manifestaciones de religiosidad popular se hacen más patentes cuando hay que encarar la muerte, con los ritos y usos de lo que se ha dado en llamar la «buena muerte». Para un verdadero creyente, la convicción principal es que la vida es sólo un tránsito, un valle de lágrimas que se acaba en ese paso que te permite disfrutar de la eternidad.

Hay, pues, que prepararnos para un buen morir. Y contar con la intercesión de la Virgen y de los Santos, e incluso, si es posible, del propio Hijo de Dios. Y para ello, asegurarse la mediación de la Iglesia y de los santos, ya que existía la convicción de que se podían obtener beneficios espirituales gracias a estas ayudas materiales (limosnas, misas, etc.).

Y si lo más importante para un cristiano era la salvación de su alma, qué menos que ofrecer para ello en sus testamentos lo que los murcianos consideraban de más valor, los morerales, y de ellos los de mejor calidad; por lo que no es de extrañar que sean de primera calidad la mayor parte de las parcelas de moreras que poseían estos conventos, buena parte de ellas fruto de las donaciones testamentarias.

Las ideas ilustradas y reformistas no despertaban entusiasmo en la ciudad y su reino; el clero, sobre todo dominicos y franciscanos, y la temible Inquisición murciana, iniciaron desde muy pronto una caza de liberales y reformistas. («Cuatro cosas tiene Murcia / y de tres me libre Dios: /el Hospital y la Cárcel/ y la Santa Inquisición8»).

Y si su influencia era muy importante, no lo iba a la zaga su poder económico, al menos en lo que se refiere a la propiedad de morerales, pues sus más de mil quinientas ha de labradíos de riego con moreras suponían una quinta parte del total de los labradíos con moreras, porcentaje que aumentaba al considerar la propiedad de los morerales cerrados, casi 200 ha, el 40 % de los existentes en toda la huerta, porcentajes muy superiores a las propiedades que el clero tenía en el resto de Castilla y que duplican la propiedad eclesiástica media del reino de Murcia (12,4).

Los 371 propietarios eclesiásticos poseían 1.733,50 ha de morerales. La media es similar a la de los seglares (4.7 ha por propietario), pero al igual que en ellos se advierte una fortísima asimetría entre una minoría de grandes propietarios y la gran mayoría con cantidades muy pequeñas.

Los 16 primeros propietarios de morerales suman un total de 931 ha, más de la mitad del total, y cada uno de ellos tienen más de cinco veces la media (más de 23,5 ha). Son, salvo los presbíteros don José Tamaral, de Sevilla, y don Francisco Pajarilla, el Cabildo catedralicio y los principales conventos murcianos (jesuitas, Santa Clara, monasterio de los Jerónimos, agustinas, trinitarios, carmelitas, verónicas, convento de San Juan de Dios, isabelas, anas, convento de Madre de Dios, congregación de San Felipe Neri y convento de Santo Domingo).

Si a estos grandes propietarios le sumamos las propiedades de los otros principales colectivos y conventos que restan (capellanía de San Bartolomé, convento del Carmen calzado, cabildo de Cuenca, franciscanos de la Concepción, convento de la Merced, de San Antonio y agustinos), el total de estos 23 propietarios asciende a 1.038 ha, lo que representa casi el 60 % de todo el moreral eclesiástico.

Contrarrestando a estos grandes propietarios, hay 90 eclesiásticos pequeños propietarios, una cuarta parte del total, se encontró en Murcia ningún sacerdote que quisiera solemnizar el cumpleaños de Isabel II. que tienen parcelas de moreras inferiores a la media. El conjunto de sus morerales suma 259 ha, una cantidad que sólo representan el 15 % del total.

Dentro de los grandes propietarios había dos muy especiales, el patrimonio de la catedral murciana y la Compañía de Jesús. El poderío de la Iglesia catedral se repartía sustancialmente entre el obispo, la denominada «mitra de Cartagena» y los canónigos, el cabildo, y se basaba en la concesión real de Alfonso X de trescientas «alfabas» a la sede cartagenera.

En total poseían más de 150 ha de morerales, de las que sobresalían esas 70 ha del rico moreral cerrado (34,8 del obispo, y 35,5 del cabildo) sobre todo en el pago de Alhabas, del que ya hemos hablado. Este patrimonio aún daba para pequeñas partidas que se repartían el deán, las Ánimas de Santa María, los capellanes, así como la llamada «Fábrica de Santa María».

Pero sin duda alguna, el número uno de los propietarios de moreras en el estamento eclesiástico, eran los jesuitas. Éstos, además de las 188 ha de labradío con moreras, ubicadas sobre todo en el sitio del Raal (108,3) y 9,50 de moreral cerrado, poseían otras 107 ha de labradíos de regadío sin moreras (frutales y hortalizas), más 866 fanegas de olivar, viñas, sembraduras, montes, casas (27), un horno, un parador, su colegio, y más de cincuenta barracas, con ayuda del medio centenar de colonos, a los que les arrendaban sus parcelas.

 


 

(7) Molina, 1987.

(8) Esta actitud antiliberal del clero murciano fue tan duradera que aún en 1833 no