Pedro Olivares Galvañ


 

La morera en la renovación de la actividad sedera murciana

 

Es a partir del Quinientos cuando se inicia realmente la expansión de la sericicultura murciana, tanto en lo que respecta al cultivo de la morera, como en la cría del gusano de la seda y en los diversos oficios artesanos.

Se suele utilizar el retorno de Antonio de Grimaldo y Carlos de Peralta, judíos conversos murcianos, a finales del Cuatrocientos, como el comienzo de esta expansión. Tras haberse marchado de España por el edicto de expulsión de los Reyes Católicos, «alunbrados del Espiritu Sancto, conosçiendo el error e perdiçion que teníamos, nos tornamos christianos», decidieron volver con sus hijos y mujeres, trayendo consigo maestros sederos de un «arte nueva de la seda», por lo que piden al Concejo murciano que ampare sus derechos de vecindad frente a la aduana de Cartagena.

Este «arte nueva de la seda» que traían y que justificaba su conversión al cristianismo y retorno a la patria chica no era otra cosa que las nuevas técnicas sederas de uso en Italia, conocimiento, que su fino olfato comercial les hizo comprender las ventajas que les podía proporcionar.

Unido a este crecimiento de la sericicultura murciana, es en el siglo XVI cuando se inicia la expansión de la huerta y la definitiva opción del árbol que sustentará su actividad sedera, la morera (morus alba), frente al moral (morus nigra) base de la sericicultura andalusí de Almería y Granada. La morera representó en el pasado a la huerta tradicional murciana y su ampliación, de tal modo que, si la huerta avanza a costa del secano, son los plantíos de moreras los que la ensanchan, los que fuerzan a abrir nuevas acequias, y, por el contrario, cuando haya crisis sedera, se arrancarán las moreras y la huerta menguará.

La exigencia de hoja de morera como alimento de una cada vez mayor cantidad de gusanos de seda, estimuló la plantación de nuevos árboles, lo que hizo posible no sólo nuevos regadíos sino el sanear áreas pantanosas hasta entonces incultas; ejemplo de ello es la apertura de la acequia de Churra la Nueva (1545), las desecaciones en Urdienca, Monteagudo y Santomera (1548), la modificación de la rueda de Alcantarilla (1550), etc.

La segunda parte del siglo comienza con una serie de reparaciones en la mayoría de los cauces huertanos y los primeros intentos de desecación en El Raal. En los 10 primeros años del siglo XVII se llega hasta 8.210 ha regadas, pero es sobre todo el siglo XVIII el más importante en la expansión del regadío murciano, ya que es en dicha centuria cuando se llevan a cabo las ampliaciones de la huerta murciana a costa de los secanos y semirregadíos de su sector más oriental. Es entonces cuando la colonización recobra un ritmo más rápido. En 1711 se realizan obras para dotar con regadíos en El Raal, en 1720 se solicitan aguas de la acequia de Beniaján y del Azarbe mayor del mediodía para dotar secanos situados en el ángulo noreste de la huerta. En el Manifiesto de los labradores de 1737 se afirma que «son muchas las tierras que de veinte, treinta o más años a esta parte con la aplicazion de los labradores se han sacado y reducido a cultivo (1)»

En 1757 se evalúa en 96.903 tahúllas (unas 10.767 ha) la extensión de la huerta de Murcia, cantidad que permanecerá casi fija hasta la segunda mitad del XIX. El afán de extender el cultivo de la morera, en un momento óptimo de la industria de la seda, lleva a ampliar el regadío posiblemente más de lo que permitían los caudales de riego, alcanzando en 1803 una extensión de 11.667 ha.

El ritmo de creación de nuevos morerales fue, pues, muy rápido, puesto que ya en el primer tercio del siglo XVI «la seda que en ella se cría e coxe (2)» no sólo es el más importante medio de vida de los murcianos, sino que su expansión amenaza a las más famosas, pero envejecidas, sederías andaluzas, que solicitan, y consiguen, del Emperador que promulgue un decreto en el que se prohíba llevar simiente o moreras de Murcia y del Reino de Valencia a Granada y Almería (que siguen fieles al tradicional moral), a las que culpa de la decadencia en la que se ven sumidas dichas sederías andaluzas.

El carácter primordial que, dentro de las actividades económicas de Murcia, tiene la cría de la seda a partir de la hoja producida ya por sus propios morerales, se va acusando conforme discurre el siglo XVI. Ya a mitad de siglo se afirma que «el trato et grangeria principal de la dicha çibdad de que se mantenian los vezinos della, hera la cría de la dicha seda», y a finales del mismo, el obispo murciano Don Sancho Dávila y Toledo, solicita permiso del Papa para poder ampliar el tiempo del precepto pascual de comulgar, dado que las fechas de dicho cumplimiento coinciden con las tareas de la cogida de la hoja y cuidado del gusano de la seda, y la mayor parte de la población tiene grandes dificultades para cumplir con dicho mandamiento. La actividad sedera interfiriendo en el cumplimiento pascual.

Testigo de ello fue el Licenciado Cascales, quien por aquellas fechas escribe sus Discursos históricos (1621), afirmando que la Huerta murciana hay «oy trescientas y cincuenta y cinco mil y quinientas moreras, lo cual consta por los libros de los diezmos de ellas».

 


 

(1) Manifiesto de labradores de la Huerta de Murcia. 1737. AMM. Leg 3915/1. En 1739 el sobreacequiero Pedro Tomás Ruiz afirmaba haber puesto en riego en veintidós años más de diez mil tahúllas en Urdienca, Raal, Santomera, y solicitaba del Concejo murciano más agua para regar hasta treinta mil tahúllas en Alfande, Alarilla, Villanueva, Benicotó, Zeneta, Benicomay, Alquerías y Beniel.

(2) Ordenanzas de Murcia, 1695, fol 20.