La hebra de la seda de un capullo está compuesta por dos filamentos procedentes de las dos glándulas sedosas del insecto, que son la fibroína, la seda propiamente dicha, y la sericina, que rodea a la anterior y que es soluble en agua de jabón hirviendo. Estos dos filamentos están unidos por un aglutinante que da al hilo su forma. La hebra contiene aproximadamente el 30 por ciento de sericina y el 70 por ciento de fibroína. Las capas superficiales del capullo son más gruesas (alcanzando un diámetro máximo de 25 micras) y se van haciendo cada vez más finas, hasta el final, que ya no es hilable por su finura (unas 10 micras).

Para que el rendimiento del capullo de seda sea óptimo, es necesario realizar una serie de operaciones. En primer lugar, hay que proceder al ahogado y secado del capullo. A continuación, el proceso de hilatura conlleva los siguientes pasos: el hervido, el batido, la selección y la hilatura, que puede ser manual o automática.

Primero se separan los capullos dobles y el resto se clasifican por tamaño y consistencia. El aspecto y color del capullo varía de acuerdo con las razas del gusano que se ha criado. El que más se utilizó en Murcia a partir del siglo XX es el polihíbrido japonés, que da lugar a un capullo de color blanco y de forma oval. El capullo está formado por una “baba” o hebra que tiene forma de “ochos”. Su longitud varía entre 650 y 1250 metros de seda devanable. Tiene un grosor irregular, siendo más gruesa en la parte exterior y más fina en la parte interior del capullo. El grosor de la seda se calcula en deniers y expresan los gramos que pesan 9000 metros de ese hilo. Generalmente la media se sitúa en 3 deniers, ya que la hebra empieza con un grosor de 3,5 drs y puede acabar con 1,8 drs.

El batido es la operación que se usa para limpiar la parte exterior del capullo, hasta que se obtiene la “baba” o hebra, que se entregará a la hiladora para proceder a agrupar las de varios capullos y obtener un hilo que se denomina “seda Grege”, que tiene un aspecto de crin, una vez que está seco. Normalmente el hilo más empleado es el de 20/22 drs y se obtiene uniendo 7- 8 capullos de título medio 3/2,7 drs. (Ibidem, pp. 144-159).

Después se procede al purgado o espumado. Una vez batidos, los capullos pasan a otro recipiente con temperatura más baja, de 50-60 º C, y se arrastran las hebras no orientadas hasta tener las babas limpias, con las que se inicia la hilatura propiamente dicha.

La unión de varios de estos hilos por el devanado simultáneo de varios capullos, da lugar a la seda cruda, trabajo que se efectúa en las hilanderías o hilaturas. Antiguamente se utilizaban tornos rudimentarios. En la hilatura manual, se clasifican los capullos teniendo en cuenta el estado de los mismos, intentando que el hilo sea regular. La regularidad del hilo depende de múltiples factores: velocidad de devanación, peso del capullo, largo total de la hebra, metros sin rotura, irregularidades de las hebras, temperatura del agua y habilidad del hilador. Los factores que intervienen en una buena devanación de los capullos son, además de la velocidad de la hilatura, el hervido del capullo porque si es demasiado fuerte (temperatura alta o tiempo excesivo) la hebra se devana floja apareciendo numerosas irregularidades de limpieza y mucho desperdicio. Posteriormente, la hilatura se realizaba en tornos semiautomáticos y con el inicio de la industrialización, en España se usaron las hilaturas automáticas fabricadas en Japón del tipo TAMA (González, 2001, p. 320; id. 2002, pp. 164- 168). Las propiedades más estimadas de las sedas hiladas son la elasticidad, la resistencia, la cohesión, y la regularidad y limpieza.

El torcido es la operación intermedia entre el hilado y el tejido y comenzó a desarrollarse por los artesanos musulmanes para conseguir hilos más finos y de mayor resistencia. El oficio artesanal de torcedor era uno de los mejor considerados y más importantes de todos los relacionados con el arte de la seda (Garzón Pareja, 1972). Una vez realizado el hilado, se juntaban varias madejas de seda cruda en una y se le daba torsión al hilo en un torno desde 150 a 1000 vueltas o más, según la utilización que se le fuera a dar. El producto torcido presenta mayor resistencia y cohesión, su aspecto es más brillante y se pueden tejer telas más finas y diseños más complejos, adaptándose mejor a la manufactura de tejidos lujosos de seda, como satenes, damascos y terciopelos (Liceras, 2011, p. 60).

Una vez que la seda es torcida, se procede a su tintura. Los tintes son productos naturales o químicos que añaden color al tejido. Algunos tintes tienen una afinidad natural con la fibra a la que se adhieren, pero otros necesitan de mordientes para que se fijen mejor los colores. Estos mordientes son usualmente sales metálicas aplicadas al tejido antes de que el proceso de teñido empiece (Cerdá, 2012, p.14). Los más utilizados en Murcia fueron el tártaro y el alumbre o piedra de alumbre1.

Este mordiente tuvo una gran demanda en la Antigüedad y dio lugar a una importante actividad minera durante siglos.

Su extracción en los yacimientos de Mazarrón, que dataría de época romana, tuvo un resurgir en el siglo XV y un gran desarrollo en el XVI, en relación sobre todo con la demanda de este producto para la industria textil en España e Italia. En 1492, Enrique IV concedió una regalía al marqués de Villena para explotar los alumbres del reino de Murcia, creando las Casas de los “Alumbres de Almazarrón”, origen de la actual población de Mazarrón. La producción de alumbre continuó con intermitencias hasta mediados del siglo XX. Concretamente, la última etapa productiva concluyó en 1953 (Martínez, 2006).

En Murcia, los tintoreros eran escasos ya que las ordenanzas permitían a los tejedores teñir la seda por su cuenta. Fue el último gremio en organizarse y el que menos evolucionó (Miralles, 2000).

Existe un variado número de materias primas utilizadas para la tintura, muchas de ellas conocidas desde la Antigüedad. Algunos de los tintes más utilizados históricamente se podían encontrar en la Península Ibérica. Es el caso del grana quermes (Kermes vermilio Planchon), que proporcionaba el rojo carmesí2 y las orchillas (Rocella spp), que servían para imitar el púrpura auténtico que se obtenía de un molusco marino.

Otras plantas utilizadas en los siglos XV y XVI eran la hierba pastel (Isatis tinctoria L.) para la obtención de índigo y la retama (Genista tinctoria L.) con la que se obtenía el amarillo intenso.

El zumaque (Rhus coriaria L.), para la obtención de negro y amarillo, era también empleado en otras zonas sederas si bien las ordenanzas murcianas prohibían su uso y el de otros tintes como la agalla, la cáscara de granada y el betún para sedas azules y verdes (Miralles, 2000, pp. 208- 209). En la Península Ibérica se había alcanzado una gran perfección en la tintorería desde la Edad Media, como consecuencia de la especialización alcanzada por los tintoreros judíos que trabajaban para los tiraz musulmanes y posteriormente, con las innovaciones introducidas por los sederos genoveses llegados a Valencia en el siglo XV (Rodero, 2011, pp. 49- 54). En Murcia, el gremio de tintoreros evolucionó poco y eran en número escasos, entre otras razones, porque las ordenanzas permitían teñir seda a los tintoreros.

En cuanto a los tintes sintéticos, actualmente existe una extensa gama de productos en el mercado. Además de los tintes, los tejidos pueden estar embellecidos con materiales inorgánicos y sintéticos como pintura, pigmentos, dorados, trenzas, flecos, puntos de costura añadidos, metales, lentejuelas, abalorios y otros objetos de pasamanería, pieles y plumas.

El tejedor es el trabajador más importante de todo el proceso artesanal de la seda, pues aun siendo fundamental el trabajo de hiladores, torcedores y tintoreros, el producto final del tejido depende de su habilidad. Las formas que presentan los tejidos de seda son muy variadas, de las más sencillas como el tafetán a las más complejas como el terciopelo o la felpa. Así pues, fue un oficio altamente especializado y tenía que estar reconocido en su profesión por su gremio o su colegio, según se recogía en las ordenanzas desde época medieval. Normalmente, un tejedor trabajaba solamente sobre un tipo de telar y un tipo de tejido, tafetanes y damascos o terciopelos y felpas. Con ello ganaba velocidad y eficiencia. En ocasiones, en los telares más elaborados, los tejedores contaban con la ayuda de un asistente que estaba en la cima del telar para tirar el hilo y controlar el diseño del tejido. Los tejedores de terciopelos de seda eran todos hombres. Otro oficio secundario, pero de notable importancia para la industria de la seda era el Batidor (tirador) de metales, especializado en la producción de hilo metálico de oro y plata (Liceras, 2011, p. 61).

Los cordoneros, pasamaneros y toqueros se dedicaban a las actividades menores de la seda. La diferencia entre unos y otros era que los cordoneros se dedicaban a las labores de aguja y los demás a la elaboración de piezas menores.




 

(1) Los depósitos de alumbre se presentan en las rocas en forma de vetas o en masas compactas de color blanco. Su componente principal es la alunita, un sulfato alumínico potásico que se forma como resultado de la circulación de aguas termales ácidas a través de las rocas volcánicas. La obtención de alumbre se consigue por calcinación de estas rocas alteradas ricas en alunita. La presencia de este mineral está bastante extendida por todo el mundo, encontrando yacimientos en Italia, Francia, Estados Unidos, México, Bolivia y Chile. En España es abundante en Murcia y Almería y aparece también en Tarragona, Zaragoza, Teruel, Sevilla, Cádiz, y Huelva.

(2) Procede del cuerpo desecado de la hembra adulta de un insecto que vive en las ramas de la coscoja mediterránea y en los recetarios italianos de los siglos XV y XVI aparece denominado como grana del Levante y grana de Valenza en clara alusión a su origen (Rodero, 2011, p. 51).