Jorge A. Eiroa Rodríguez

Mariángeles Gómez Ródenas


 

No se conoce el momento preciso de la expansión de la seda en al- Ándalus, si bien se ha sugerido que fueron tribus sirias las que introdujeron la sericicultura en la Península Ibérica (Lombard, 1978). Según se desprende de las fuentes, existen dos momentos clave para la introducción de la sericicultura en el territorio andalusí: uno sería el reinado de Abd al- Rahman I, que podría haber traído artesanos especializados de Siria y, otro, el gobierno de Abd al-Rahman II, período en el que se creó en Córdoba el tiraz o taller real, cuyo origen hay que buscarlo en los talleres reales persas (Partearroyo, 1992). La producción de seda a comienzos del siglo X era ya famosa, incluso fuera de las fronteras de al Ándalus. El viajero Ibn Hawkal menciona que existía una gran variedad de tejidos, no sólo en Córdoba sino en otras ciudades del califato omeya. En efecto, parece que los talleres del tiraz se expandieron desde Córdoba a otras ciudades como Sevilla, Málaga, Almería, Murcia, Valencia, Lérida y Toledo (Sejeant, 1972). Interesante también es la conocida referencia de al Idrisi que hace mención a Almería como zona importante de producción sedera, con la existencia de ochocientos telares.

Según el cronista, en ellos se fabricaban los más ricos y mejores tejidos de su tiempo. Parece claro, por tanto, que los huevos de los gusanos y las técnicas para la elaboración de tejidos de seda llegaron a Murcia en el período andalusí.

Aunque la documentación existente para el caso murciano es escasa, todo parece indicar que la producción de seda en Murcia aumenta progresivamente hasta el siglo XIII, seguida por un período de relativo receso en el siglo XIV.

Actualmente sólo quedan algunos fragmentos de las delicadas piezas de seda creadas por la cultura hispanomusulmana, especialmente las conservadas del período nazarí, pero gracias a ellas podemos imaginar la riqueza y suntuosidad de estas prendas elaboradas en el Medievo.

La producción de seda, junto a otras como el lino y el paño, fue adquiriendo un notable protagonismo a partir de la segunda mitad del siglo XV y principios del siglo XVI, ya bajo dominio castellano, coincidiendo con el desarrollo que experimenta esta actividad en la ciudad de Valencia y, en general, con la buena situación de la economía hispánica a lo largo de esta centuria. A ello contribuye que se comienza a cultivar de forma intensiva la morera, árbol que irá poco a poco sustituyendo al moral, que hasta entonces había sido la base de alimento del gusano de seda, lo que da lugar a una seda de mayor calidad. La necesidad de regular la producción dio como resultado la aparición de numerosas ordenanzas para evitar los abusos de los mercaderes externos y mejorar las rentas de los productores y sobre todo de la iglesia y el concejo. A partir de mediados del siglo XVI, la aparición del Contraste de la Seda, el lugar donde había que pesar y vender toda la seda producida, al estilo de lo había sido la alcaicería o alqaysariyya en el Reino nazarí de Granada, es la consecuencia de que muchas medidas anteriormente adoptadas no consiguiesen acabar con los abusos de cosechadores, recaudadores y mercaderes.

Existe una amplia documentación histórica referida a la regulación de los diferentes oficios y gremios relacionados con la industria sedera (torcedores, tejedores, tintoreros o corredores), cuyas ordenanzas definitivas quedan también  establecidas a lo largo de esta centuria, lo que nos ofrece una evidencia más del impacto de esta industria durante el período. A mediados del siglo XVI, la industria sedera, especialmente la producción de la materia prima, es la principal actividad económica, y su comercialización de vital importancia para la ciudad de Murcia. En cuanto a la producción artesanal de seda, en el último tercio del siglo XVI, Murcia exportaba hiladillo, filadiz y cardazo, cordones, marañas hiladas, pasamanos, sedas torcidas y tintadas.

De ello se desprende que en este período, en Murcia, se producían artesanías de baja calidad en comparación con las procedentes de los grandes centros productores.

A lo largo del siglo XVII, la actividad sericícola muestra una evolución variable: la estabilidad y continuidad en la producción caracterizan los primeros años del siglo, cuando la actividad sericícola constituye una de las principales fuentes de ingreso de la ciudad, construyéndose en este período el conocido edificio del Contraste de la Seda.

En cambio, a partir de los años treinta, se produce un estancamiento, al que sin duda contribuyen varios factores, entre ellos la expulsión de los moriscos (muchos de ellos dedicados al cultivo de la morera y a la crianza de gusano de seda), la peste que asoló Murcia a mitad de siglo, la menor calidad de la seda murciana en comparación con otros centros productores como Toledo, Granada o Valencia y la crisis monetaria general que caracteriza el período. Por lo tanto, la actividad sericícola sufre una importante recesión que se prolongará hasta el final del siglo. En cambio, desde mediados del siglo XVII, la actividad artesanal de la seda experimenta un creciente, aunque moderado, desarrollo, tendencia que se mantendrá durante más de un siglo. El decidido apoyo de la Corona a los gremios sederos, favorece la producción y, a finales de siglo, además de listonería y colonia, en Murcia se producen tafetanes, damascos, terciopelos, mantos y felpas. En el siglo XVIII, la producción de tejidos en seda es aún más variada, realizándose damascos, brocados, brocaletes, tisúes, terciopelos, lamas, espolines, felpas, tafetanes, noblezas, princesas, colonias, cintas, listones y otra gran variedad de tejidos y adornos de seda (Miralles, 2000, p. 212).

Tras un breve período de crisis, que coincide con el momento de inestabilidad que caracteriza la guerra de Sucesión, a partir del segundo cuarto del siglo XVIII, la producción de seda en Murcia se consolidará. El cultivo de la morera fue de vital importancia en la expansión y generalización de los regadíos en la huerta de Murcia en el siglo XVIII. Se trata de un árbol muy resistente y adaptable, por lo que su cultivo extensivo supuso el inicio de una transición hacia una agricultura más especializada. Los grandes terratenientes y las instituciones eclesiásticas realizaron importantes inversiones en tierras de regadío con moreras para explotar el negocio de la venta de la hoja (Olivares, 2005).

A pesar de las medidas proteccionistas del Estado y del incentivo de los gremios sederos, no se produjeron las transformaciones económicas ni sociales necesarias y, a fínales del siglo XVIII, la situación de los artesanos de la seda era en general muy precaria. Las medidas proteccionistas tampoco impidieron la importación de tejidos extranjeros, procedentes de Francia e Italia, más competitivos, de más calidad y más acordes con los gustos de aquellos que podían permitirse adquirir este tipo de productos (Miralles, 2000, p. 174). A finales del siglo XVIII, e extinguen la mayor parte de los gremios sederos siendo el gremio de tejedores el único que sobrevive hasta principios del siglo XIX.

A mediados del siglo XIX, algunas enfermedades endémicas del gusano de seda, como la pebrina y la flacidez, dieron lugar a epidemias que amenazaron la sericicultura en toda Europa. Al no encontrar soluciones a estas enfermedades, en muchas regiones españolas y europeas se abandonó el cultivo de moreras y la crianza del gusano de seda. En la Península, solo el área levantina desde Valencia a Murcia y algunas zonas de Almería, Granada y Albacete conservaron sus moreras y evitaron la total desaparición de la industria sedera en España, a pesar del drástico descenso de las exportaciones. Existen diferentes causas por las que la actividad sericícola se mantiene en Murcia pero una de las principales es que se trata de una producción a pequeña escala cuyos beneficios ayudan a mantener la precaria situación económica de los agricultores (Picazo y Lemeunier, 1996). Teniendo en cuenta la importancia que la producción sericícola tenía en Murcia, la Dirección General de Agricultura, Industria y Comercio encargó, a finales de 1891, al ingeniero agrónomo Vicente San Juan, la confección de un proyecto para instalar en Murcia una estación Sericícola, para lo cual debía desplazarse a Italia, visitar las estaciones sericícolas allí instaladas y conocer los resultados de las investigaciones de Pasteur relacionadas con la obtención de semillas exentas de enfermedades (González, 2001).

La exposición recuperará las colecciones del antiguo Museo de la Seda, que desapareció en la década de los noventa del siglo pasado y que estaba ubicado en la antigua Estación Sericícola de Murcia, institución que permaneció en activo desde 1892 a 1976. Uno de los aspectos más interesantes que quiere resaltar el proyecto es que el actual Instituto Murciano de Investigación y Desarrollo Agrario y Alimentario (IMIDA) ocupa las instalaciones de la Estación Sericícola de Murcia, fundada en 1892, y que fue el primer y principal centro de investigación y desarrollo sericícola de España, centralizando y coordinando toda la producción de seda nacional hasta el cese de la actividad. En los últimos años, un grupo de investigación, está desarrollando en este centro nuevas aplicaciones que permiten revalorizar las propiedades de la producción de seda. El gusano de seda (Bombyx mori) y las proteínas derivadas de la seda han atraído una gran atención por su utilidad en los campos de la biotecnología y la biomedicina. Además de su obvia aplicación textil, que en la actualidad está dominada por la producción de seda asiática, el gusano de seda es una fuente de bioproductos.