Para la arquitectura y el arte en general el Neoclasicismo vino a suponer el fin del Barroco, no de una manera temporal por pura sucesión de estilos sino producto de la intencionalidad, de las nuevas ideas que vieron en el Clasicismo la medida justa del arte. Para los teóricos de la arquitectura había que acabar con los excesos de un Barroco que había llegado hasta puntos de ornato que se pasaron a considerar excesivos, como es el caso del estilo de Churriguera.

Estamos nos solo ante un cambio de estilo sino también ante todo un proceso de cambio para la historia de la arquitectura en España. En 1752 se fundaría en Madrid la Academia de San Fernando, patrocinada por el rey Fernando VI. La creación de esta Academia suponía la regulación de los estudios de Bellas Artes, el examen de los aspirantes a ser profesionales y la regulación de los estudios, cuestiones que evolucionarían hasta la futura desaparición de los gremios en 1783. Los artistas pasarían a ser profesionales liberales ligados a instituciones docentes como las Academias o asociaciones como la Asociación de Amigos del País. Y en esta línea desaparece el maestro oficial de obra para que surja el arquitecto, el profesional dedicado al diseño de la traza de edificios que se somete a exámenes muy severos para poder acceder a las Academias y salir de ella con su título bajo el brazo. Y la Academia se convierte, asimismo, en órgano censor de los proyectos.

Antes de que los arquitectos neoclásicos puros lleguen a Murcia aún quedarán rastros de la época de un barroco tardío más austero en formas. Las ciudades de Murcia y Cartagena serán las que observen la evolución arquitectónica e incluso urbanística.  En Murcia durante esta segunda mitad del XVIII se siguieron ampliando barrios como el de San Juan, San Antolín, San Andrés o el de San Benito, más tarde barrio de El Carmen. Entre los edificios más destacados se encuentran el conocido como Martillo del Palacio Episcopal.

La ciudad portuaria sería la que vería un mayor despliegue arquitectónico ya que la situación política y económica había impulsado de nuevo su importancia, especialmente en su aspecto defensivo. Cartagena se vio sometida a todo un proceso de ampliación, personalidades como el marqués de la Ensenada propondrían una serie de reformas para modernizar la armada española. Es el momento en el que figuras como la de Sebastián Feringán cobraron importancia y se consolidaron en el panorama de la arquitectura. La mayor parte de los edificios de nueva planta neoclásicos de Cartagena están relacionados con las instalaciones de la Armada y en ellos intervino Feringán, la actual Capitanía nace en la Casa del Rey, en 1740, en 1752 se edifica el Almacén del Arsenal y en 1752 uno de los edificios más populares, el Hospital Real de Antigones, actual sede de la Universidad Politécnica. Con los proyectos de Mateo Vodopich se completarían algunos de los proyectos de Feringán y obras tan importantes como las murallas de la ciudad portuaria, además de la reforma en planta de la población de Águilas.

El último tercio del siglo XVIII es el que ve nacer a artistas que jugarían un papel importante en la evolución de las artes en Murcia. Aunque muchas de las obras proyectadas no fueron nunca construidas y otras se destruyeron en pleno siglo XX, la generación de artistas que evolucionó desde el Neoclasicismo al Romanticismo es importante y merece un espacio en la historia del arte murciana. Se deben mencionar figuras como la de Lorenzo Alonso, conocido arquitecto que intervino en obras como la reforma de la iglesia de San Onofre de Alguazas o la de Santiago de Jumilla, pero cuya personalidad fue determinante en la nueva visión de la arquitectura que tenía que imponerse. El academicismo de arquitectos como Alonso, la defensa de los planteamientos de los estudios de Serlio o Palladio, eran una manera de reclamar la profesionalización de la arquitectura frente a los viejos conceptos de maestros de obras y alarifes, hábiles en la práctica pero alejados de las teorías que querían influir en el cambio de faz arquitectónica y urbana del paisaje urbano. Es el paso de personalidades como el maestro José Pérez o Juan Bautista La Corte, a otras como la de Jaime Bort o Bolarín García.

Llegados al siglo XIX Murcia ya contaba con toda una serie de arquitectos formados en Madrid o Valencia, y también en Academias como la de Dibujo de Murcia, que defenderían las propuestas que veían en lo grecorromano el mejor ejemplo estético a seguir. Se debía imponer la austeridad de los diseños, algo que fue también aconsejable tras una guerra napoleónica que dejó las arcas españolas exhaustas. El estudio de las escuelas oficiales y las normativas dictadas desde la misma corte harían obligatoria la formación académica para poder obtener los títulos oficiales de arquitectos municipales o provinciales.

Con los cambios de normativa sobre la titularidad de los arquitectos públicos, las reformas y aspiraciones ilustradas y las desamortizaciones, llegaría el turno con el tiempo de las obras públicas que debían mejorar la vida de los vecinos. No es de extrañar pues que este siglo XIX, junto al XX, sea el de la construcción de edificios como mercados, cárceles, cuarteles o escuelas, sin olvidar obras de ingeniería como los puentes o las presas.

A lo largo del XIX, se observa una evolución que va del Neoclasicismo más riguroso y académico a conceptos más abiertos y libres. Varios son los nombres de la arquitectura murciana, pudiendo destacar algunos como Francisco Bolarín García, autor de la Portada de la Real Fábrica de la Pólvora de Javalí Viejo o El Palacio del Santo Oficio de Murcia, Carlos Cayetano Ballester, autor de la Casa de Meoro en Murcia, Juan José Belmonte, que firmó el proyecto del Ayuntamiento de Murcia, José Ramón Berenguer, arquitecto del Salón de Baile del Casino, Carlos Mancha con destacadas obras en Cartagena, o Justo Millán, quien diseñara el Teatro Romea.

El siglo XIX preside en la arquitectura una serie de cambios que van del academicismo más purista a la libertad creadora de los arquitectos; es un signo de los tiempos, la revolución industrial, los nuevos materiales y una sociedad que se apoya cada vez más en lo científico, permiten esta velocidad en los cambios del entorno estético. De las preocupaciones por la geometría o los clasicismos de los viejos maestros se pasa a las necesidades de una sociedad que aumenta en número y necesita de nueva propuestas arquitectónicas, sin olvidar la irrupción de movimientos políticos y sociales que cambiarán, incluso en el sur europeo murciano, la concepción clasista de la sociedad que hasta este momento preside la historia.

Buen ejemplo de la transición en desarrollos estéticos es el Ayuntamiento de Murcia, de 1848, que muestra un orden colosal en fachada, típicamente palladiano, con frontón triangular, vanos de arco de medio punto y óculos, pero al mismo tiempo se pueden observar detalles decorativos florales y mayor libertad a la hora de entender la disposición de vanos.

Justo Millán es por ejemplo un buen representante de otra tendencia de finales del XIX, la recuperación de historicismos en la arquitectura. Tanto en la Plaza de Toros de Murcia, como en la Iglesia de San Bartolomé o el Teatro Romea, se pueden observar esa mezcla que se mueve entre lo más clásico o lo bizantino, entre la composición neoclásica y el neogoticismo, todo un preludio para el Modernismo que pronto llegará y los Eclecticismos, que en ciudades como Cartagena se harán pronto muy visibles.

Era inevitable que con el crecimiento poblacional de las urbes en este siglo, crecimiento generalizado en toda Europa, y los nuevos conceptos de habitabilidad, se crearan proyectos para renovar la faz de una ciudad como Murcia, demasiado escondida entre su trama medieval y anticuada en sus planteamientos estéticos barrocos. Varias fueron las propuestas sobre plano para un nuevo diseño urbano.

Los nuevos planteamientos urbanos son otras de las características de la segunda mitad del siglo XIX, ya que, aunque tarde, ciudades como Murcia o Cartagena, vieron necesarias reformas que mejoraran la salubridad de sus calles, con instalaciones de desagüe y aguas pluviales que pudieran evitar el repetido mal de las epidemias, especialmente las de cólera, que tantos muertos dejaban en urbes como la de Murcia. Además, la urbe tuvo que racionalizarse, con normativas referidas a la distribución del espacio de aceras o la línea de fachadas. Nombres como los de Martínez Espinosa o Pedro García Faria quedarían ligados a los proyectos de higiene y trazado urbano que tardarían, sin embargo, años en llegar.