Si queremos fijar los mejores ejemplos de la escultura renacentista en Murcia debemos volver al templo catedralicio y a su más destacado Maestro Mayor. Dos de las obras escultóricas renacentistas más sobresalientes de la Catedral de Murcia son la Portada de la Sacristía y la Capilla de Junterón. Ambas muestran la habilidad de Jerónimo Quijano en la consecución de unas obras pétreas que reproducen algunos de los elementos más usuales de la escultura renacentista de influencia italiana.

     La Portada de la Sacristía, aunque atribuida a Jacopo Florentino, antecesor de Quijano en el cargo de Maestro de la Catedral y que había trabajado en la Sacristía, (bóveda y mueblería) sin duda se trata de una obra del segundo. Existe un documento del 10 de enero de 1526 en el que el Cabildo estima la posibilidad de que se realice “una portada y bóveda suntuosa en la entrada que entra en la sacristía”.

     La puerta de entrada, con dos hojas de madera repletas de motivos renacentistas, obra también de Quijano, se enmarca con un arco de medio punto donde, tanto el intradós como la zona de salmeres y los tímpanos, quedan decorados con guirnaldas, rosetones o esculturas de altorrelieve. Fuera de este arco de entrada se desarrolla toda la arquitectura propia de los arcos de triunfo, columnas pareadas y un entablamento profuso donde se suceden en dos frisos los motivos decorativos, ya sean los propios del renacimiento o los estipulados por los órdenes clásicos. Todo el entablamento queda coronado por las alegorías de las virtudes teologales, Fe, Esperanza y Caridad.

     La Capilla de los Junterones, llamada así popularmente porque en su portada se puede leer “De Junterón es”, es una obra merecedora de un tratamiento amplio. Esta capilla se construyó bajo el patrocinio de Gil Rodríguez de Junterón, protonotario apostólico del Papa Julio II y arcediano de Lorca, uno de los títulos que podían ostentar miembros de la dignidad del Cabildo Catedralicio. Debemos recordar que fue Rodríguez de Junterón quien trajo desde Roma los sarcófagos del siglo III que fueron recuperados de las criptas y que hoy día se pueden apreciar en el Museo Catedralicio; el conocido como de Las Musas, estaba destinado a su propio enterramiento.

     El primer ámbito está cubierto con una cúpula sobre cuatro pechinas y arcos decorados con veneras, todo en una talla sobria y clásica. Pero tras este primer ámbito, y tras cruzar una columnata que establece el límite entre el altar y la entrada, nos encontramos el que se desarrolla en torno al altar de la capilla, altar dedicado a la Adoración de los Pastores en un bajorrelieve sobre mármol que llegó a atribuirse a Sansovino pero que es del maestro Quijano.

     Alrededor del altar evolucionan los elementos más destacables de la capilla, la cubierta es una bóveda elíptica formada con segmentos de una abigarrada ornamentación de candelieri y grutescos en los que aparecen con frecuencia incluso imágenes demoniacas. En el centro de esta bóveda se abre un óculo rodeado de una guirnalda de flores y frutos muy parecida a las que se encuentran en la cúpula de la sacristía de la catedral.

     Los paños que sostienen la bóveda están compuestos de columnas en las que se intercalan pequeños nichos que dan cobijo a catorce figuras escultóricas realizadas en 1594 por Juan Pérez de Artá y Cristóbal de Salazar. Las figuras corresponden a seis sibilas y los profetas Juan el Bautista e Isaías, que quedan ya flanqueando la Adoración del altar. La sibila es una figura mitológica de la antigüedad que fue retomada en el renacimiento, siendo frecuente su representación incluso en temas sagrados ya que se asociaban a la profecía y solían representarse, muchas veces, junto a los profetas bíblicos. El neoplatonismo, cuyas ideas enraizaron en muchos artistas renacentistas italianos, es en parte responsable de esta mezcla de herencias culturales; el cristianismo no debía sustraerse a la herencia grecolatina y la hace a esta partícipe de la revelación cristiana.

     La pared del altar que cubre esta curiosa bóveda muestra también, como la entrada, un arco de medio punto en cuya luz queda una curiosa representación del mundo angélico, un altorrelieve de ángeles que parecen sumarse al acontecimiento que se sucede por debajo de ellos, la Adoración de Jesús por los ángeles. El suelo de la capilla está cubierto con cerámica vidriada y las correspondientes placas de mármol que cierran la cripta y entre las que se puede leer la categórica sentencia: AQUÍ VIENE A PARAR LA VIDA.

Sacra Cantero Mancebo