Fragmentos
“Tanto tiempo buscando a nuestro dios en los cielos… cuando siempre ha estado en la tierra” “Tanto tiempo averiguando sus formas… cuando siempre ha estado perfilado en nuestros cuerpos” “Tanto tiempo queriendo demostrar su existencia… cuando su esencia está en nuestro corazón” “Tanto tiempo pensando en un dios probable… cuando su realidad es el probado hombre inefable” “Tanto tiempo rebuscando su imagen ficticia… cuando todos somos su retrato inmodificable” “Tanto tiempo escudriñando su mente… cuando la del hombre es inagotable” “Tanto tiempo esperando a “Nuestro dios, el Hombre”… cuando “Nuestro dios, el hombre” siempre estuvo en ti, endiosado lector incansable”
Bajo el cielo y contra la tierra se marcan las pisadas de “Nuestro dios, el hombre”, que se pierden con el paso del tiempo. Unas huellas que sólo se marcan por la razón y no se olvidan tan fácilmente.
Cosme volaba con el viento. Flavio tiritaba de amor. Rodrigo hablaba misteriosamente. El Choco callaba de dolor. Marta, Maite y Damián bebían mares de fuegos. Olga cavaba en la tierra su fosa con sudor. Ignacio helado… cegado por el sol. Remedios, remediada por la lluvia con gotas de calor. Carmen… Carmen era el fruto de la tierra, sostenida por la música de un pájaro cantor y de un Juan caotizado por el amor. Juan y Yolanda enamorados del frío, de la lluvia, del viento y del sol… ordenados caóticamente. Juan y Yolanda enamorados del agua, de la tierra, del cielo y del fuego… caóticamente ordenados. Todos naufragaban a ese amor. Todos rescatados por esa fuerza, por esa flor olorosa, alegre, triste y mustia de dolor. Mientras la naturaleza continuaba con su procedimiento cíclico, invariable, las leyes se cumplían a rajatabla. Mientras... los factores declinables e influyentes hacían el resto con los hombres y mujeres de este enigmático planeta, inundado de ese amor que todo lo para, que todo lo mueve, que todo lo atrae y que todo lo repele.
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