Las familias de campesinos, ganaderos y artesanos de la Región de Murcia abrazaban una realidad común: el trabajo diario llevaba a los hogares el sustento económico.

Pero la familia tradicional también se caracterizaba por su afecto y sensibilidad ante los problemas comunes que afectaban a la vivienda, los intereses compartidos derivados de la dependencia económica para con la casa, el control moral que ejercían sus creencias religiosas, y una diferenciación clara entre las condiciones sociales del hombre y la mujer.

La unidad familiar en Murcia mantuvo una estructura de subsistencia, sociabilidad, afectividad y solidaridad centrada en los vínculos de sangre. Los hijos asistían al padre en cuanto llegaban a la edad suficiente para colaborar en tareas del campo como llevar mulas para labrar la tierra, pastorear con el rebaño o hacer de jornaleros. La alta presencia de sobrinos, nietos o hermanos reforzaba la necesidad de brazos en el medio rural.

Por lo normal las propiedades se distribuían equitativamente en el momento de la herencia, aunque extraordinariamente se hacían algunas mejoras a los hijos que iban a cuidar en la vejez o la enfermedad a los padres, así como a algún hermano o sobrino por razón afectiva.

Los abuelos vivían en las casas familiares hasta su muerte, echando una mano en las ocupaciones del hogar. Las solteras y solteros convivían con los padres, hermanos, o bien cerca de estos. En caso de enviudar la mujer debía ponerse a trabajar, principalmente si había hijos que alimentar. Si se daba el caso de que la viuda fuera esposa de un agricultor los amos ayudaban en el trabajo.

Dentro del sistema de parentesco existían diferentes nombres para reconocer a los miembros de la familia. Los abuelos eran el “yayo” y la “yaya”, los hijos mayores “el nene” y “la nena”, el tío “el chacho” o “chache” y en el mismo escalón paternal el “padrino”. En el recuerdo también queda el compadre y la comadre, términos utilizados para identificar a los suegros.

La tradición primaba a la hora de poner nombre a los hijos e hijas. En el matrimonio el nombre del abuelo paterno era destinado para todos los primogénitos de los hermanos, siendo común que varios primos se llamaran de igual forma.

Todos estos comportamientos sociales fueron desapareciendo paulatinamente hacia un modo de vida cercano al actual, marcado por la incorporación plena de la mujer al mundo laboral, la independencia de los hijos y el lento abandono de la vida en el campo sustituida por la emigración a las grandes ciudades.