El origen de los faros está vinculado al desarrollo y necesidades de orientación de la navegación. Los inicios de la navegación fueron embarcaciones muy básicas y rudimentarias y desplazamientos con la costa siempre a la vista y, por tanto, siempre de día. El desarrollo de embarcaciones más sofisticadas, que permitían mayores desplazamientos, no modifico la dependencia de la luz solar para poder navegar. Fue cuando pudo empezar a navegar de noche, al haber aprendido a orientarse y guiarse por las estrellas, cuando necesitó señalar la costa con señales luminosas. Los primeros faros no fueron más que hogueras que se encendían en la costa, en los lugares más peligrosos. La necesidad de que estas señales no se apagasen y de que fueran vistas cada vez desde más distancia, ha sido el acicate que ha permitido llegar al desarrollo tecnológico de los faros actuales. El faro más famoso de la antigüedad fue el de la isla de Fharos, a la entrada del puerto egipcio de Alejandría, de donde parece que procede la palabra con la que conocemos a estas luces para la navegación.

     Aunque hoy en día hay un variado tipo de señales derivadas de las nuevas tecnologías, las visuales y sonoras, que puede captar el navegante con sus sentidos, no han perdido importancia. El mensaje que transmiten puede identificarse con facilidad y es posible determinar la zona aproximada en que se está navegando con sólo consultar derroteros, libros de faros o cartas náuticas de la zona.

     Las ayudas visuales deben funcionar tanto de día como de noche. Con luz se recurre al color y la forma (las torres y edificios se blanquean y algunos se pintan a franjas, bandas, rombos, etc.) (figura 1), pero la dificultad de visionarlas desde grandes distancias hace que su utilidad se centre en la navegación costera, para los pesqueros de bajura o para las embarcaciones deportivas. En cambio, en la oscuridad se recurre a la luz, siendo el color de la misma y una secuencia rítmica y repetitiva de luz y oscuridad, el método más utilizado de personalizar y diferenciar unas señales de otras.

     Los faros son ayudas visuales, cuya marca diurna y nocturna es propia e identificativa, que están situados en puntos singulares de la costa y con un alcance luminoso mayor de 10 millas náuticas.

     En 1842 en España se constituyó la Comisión Permanente de Faros y en 1847 se aprobó el primer Plan de Alumbrado Marítimo de las costas españolas del que proceden la mayor parte de los faros que hoy existen en nuestro país. Desde entonces se han aprobado numerosos Planes de Mejora de las Señales Marítimas.

     En general, la estructura de todos los faros es la misma. Constan de la torre que alberga el faro y de varias dependencias anejas, viviendas de los fareros, espacios para alojar los equipos que requiere el funcionamiento y mantenimiento del faro, etc., que se suelen reunir en un solo edificio y que suele rodear a la base de la torre. En la torre del faro se suelen distinguir tres partes: base, torre y linterna. La base es el elemento de apoyo sobre el terreno, es la de mayor diámetro y suele alojar equipos auxiliares como cuadros o grupos electrógenos. Por su parte, la torre consta de fuste y torreón con cámara de servicio (figura 1). El fuste constituye el cuerpo de la torre, y el torreón, con la cámara de servicio, constituye la parte superior de la misma. La torre tiene una escalera de caracol interna para ascender a la cámara de servicio, en la que los fareros atendían todas las maniobras que requería el funcionamiento del faro, que hoy en día se han simplificado mucho con su automatización. La cámara de servicio suele tener un balconcillo exterior. Desde éste, una escalera de mayor pendiente conduce, por medio de una trampilla que se puede cerrar, a la cámara de iluminación, en la que está instalada la óptica, y que esta cubierta por la linterna. La linterna es el cerramiento de cristal y metal que protege la luz del faro y que está situada en la parte superior de la torre. Puede tener rodeándola otro balconcillo exterior para facilitar su limpieza (figura 2).

     El sistema de iluminación de los faros ha seguido la misma evolución que la iluminación en el ámbito doméstico o de trabajo. Madera, velas, carbón, aceite, petróleo o diferentes gases, han sido diferentes formas de obtener la luz hasta que se descubrió y se generalizó la electricidad. Actualmente la energía solar es la fuente de energía utilizada en un importante número de faros automatizados.

     La necesidad de que la débil luz producida fuera visible desde la mayor distancia posible y la necesidad, cuando se generalizaron los faros en la costa, de diferenciarlos entre sí, han estado presentes en el desarrollo de los diferentes sistemas ópticos desarrollados hasta nuestros días.

     El alcance actual se ha conseguido gracias al conjunto de lentes catadióptricas acrílicas que están colocadas alrededor de la fuente de luz como los lados de un polígono regular, y que forman el característico sistema óptico de los faros (figura 3). Por su parte, este conjunto está situado sobre un carro circular que, sustentado sobre un flotador de mercurio que reduce el rozamiento, es impulsado por una maquinaria de relojería. Este conjunto giratorio ha permitido el sistema de destellos y ocultaciones con el que actualmente se identifican los faros y se diferencian entre sí.

     Los faros suelen estar dotados también de señales acústicas o señales de niebla para las situaciones de falta de visibilidad por brumas u otras condiciones meteorológicas adversas. Cañonazos, silbatos, campañas, bocinas de aire comprimido son algunos de los sistemas utilizados. Actualmente son vibradores electromagnéticos y mediante una codificación morse propia para cada faro, que se emite a intervalos, se identifican y diferencian entre sí.

     Para hacerlos lo más visible posible se suelen construir sobre puntos geográficos elevados. En la actualidad, el conjunto de faros de las costas españolas permite estar visualizando el siguiente faro antes de perder de vista el anterior.

     Murcia no es la excepción y sus 8 faros tienen alcances que se solapan entre sí (figura 4).

Juan Carlos Calvín