Moreras en un jardín particular.
Moreras en un jardín particular.
Julio Pedauyé

Hasta el siglo XV la producción sedera en España se ubicaba preferentemente en Almería y Granada y la alimentación de los gusanos de la seda se realizaba con hojas de moral (Morus nigra). Sin embargo, a partir del siglo XV, la morera (Morus alba), árbol que es introducido desde el Oriente, desplazará al moral como fuente de hoja para el gusano de seda, tanto por su mayor producción como por la calidad de su hoja, y contribuirá a la expansión del cultivo de la seda en el Sureste de España. El cultivo del moral queda desde entonces reducido a algunas comarcas más frías y aisladas del interior (Caravaca, Moratalla o Calasparra), en las que tradicionalmente la crianza del gusano se enfocó a la producción de semilla cuando la pebrina y otras enfermedades del gusano diezmaban las crianzas en las vegas media y baja del río Segura.

Debido al minifundio en la huerta de Murcia el cultivo de la morera se realizaba fundamentalmente en los linderos de los bancales, aprovechando de este modo tanto la mayor humedad de los brazales y acequias, como la capacidad de las raíces de la morera para sujetar la tierra de los quijeros. De este modo, la morera era considerada como un cultivo secundario, o simplemente como los árboles de los que coger la hoja para criar gusanos. Sólo los señoríos o grandes latifundios cultivaron desde el siglo XVIII la morera como cultivo intensivo.

La suerte de los morerales, como no podía ser de otra manera, siempre corrió de la mano de la seda. Así, durante el siglo XIX, tras la guerra de la Independencia, muchas de las sederías españolas cerraron sus puertas, quedando reducida su producción a Valencia y Murcia.  Sin embargo, la no incorporación de los progresos científicos e innovaciones que en su cultivo e hilado de la seda se estaban produciendo en Europa, sumado a las terribles plagas de pebrina a mediados del citado siglo, provocaron el declive de esta industria y de los morerales que fueron sustituidos por otros cultivos más rentables de cítricos y frutales.

Tradicionalmente en la crianza del gusano de seda colaboraba toda la familia, desde la abuela, que vigilaba no se pasase ningún cambio o mudanza de los gusanos, hasta los niños y jóvenes, sobre los que recaía la obligación de coger la hoja. Las mujeres, algunas de las cuales avivaban en su seno la simiente, hacían la limpia de los lechos de los gusanos y, los cabeza de familia, ahogaban los capullos y se encargaban de comprar la semilla y vender los capullos. Todos arrimaban el hombro, sobre todo cuando la crianza llegaba a su final y la demanda por parte de los gusanos de hoja fresca crecía de manera exponencial.

En Murcia había familias que llegaban a criar hasta 5 onzas de simiente de la que obtenían, cuando la cosecha era buena, en los años veinte del pasado siglo, hasta doscientos duros y, a principios de los años cincuenta, mil duros. Con este dinero los huertanos pagaban el rento de las tierras, compraban vestidos o el ajuar a las hijas.

A principios del siglo XX comienzan a entrar en Europa las sedas asiáticas, más baratas, lo que obliga a los Estados Europeos a promulgar diversas leyes proteccionistas. En Murcia, muchos criadores de gusano cambiarán la orientación productiva de su explotación y se dedicarán a criar gusano para la obtención de hijuela. Este hilo se empleará para pescar y también como material médico de sutura.

Posteriormente, en los años cincuenta y sesenta, la aparición del nylon y otras fibras sintéticas acabarían tanto con la crianza de los gusanos para seda como para hijuela.