La renovatio imperii

    Pero en ese momento apareció un inesperado protagonista, el Imperio Romano de Oriente, al que las fuentes hispanas se refieren siempre como los romani, los últimos romanos. En 527 llegó al trono imperial de Constantinopla Justiniano que, tras firmar la paz con los persas y consolidar su poder en 532, inició un programa político de restauración de un Imperio Romano reunificado, la renovatio imperii, que llevó a los ejércitos imperiales hacia el oeste.

    En 533 el general Belisario ataca y conquista el reino vándalo de África, que se convierte de nuevo en provincia imperial. Poco después Belisario desembarca en Italia y conquista Roma y Rávena. Los ostrogodos presentaron mayor resistencia y fue necesario enviar nuevos ejércitos en 540 que completaron la conquista de Italia en 554. El siguiente objetivo fue la Península Ibérica.

La colaboración con los rebeldes godos

    Visigodos y bizantinos ya habían chocado en 533 y 545 por el control de la estratégica fortaleza de Ceuta, que terminó en manos imperiales. Sin embargo, el inicio de un periodo de inestabilidad en la corte visigoda precipitó los acontecimientos.

    En 548 el rey Teudis fue asesinado, al igual que su sucesor Teudiselo en 549. El nuevo rey, Agila, trató de fortalecer su poder con la conquista de Córdoba, pero derrotado ante sus murallas se vio enfrentado a la rebelión de los visigodos de la Bética en 551-552, encabezados por Atanagildo.

    En medio de la guerra civil Atanagildo, en posición más débil, pidió la ayuda de los imperiales de Ceuta: ''Después Teudis, de oscuro origen, recibió el reino, y como soberano fue asesinado por los suyos. Le sucedió hasta ahora Agila, que continúa reinando. Rebelde contra él Atanagildo ha llamado a las tropas imperiales, por lo que ha sido enviado el patricio Liberio con un ejército''. Jordanes, ''De Origine et Rebus Gestis Gothorum'' 58

    El gobierno imperial no dejó pasar la oportunidad y envió una pequeña fuerza que, operando desde Ceuta, permitió la supervivencia de Atanagildo. Éste terminó firmando un acto con los imperiales, por el que probablemente se convertiría en rey federado del imperio, reconociendo la soberanía de la corte de Constantinopla.

    Pero conforme los bizantinos iban aumentando su influencia en el sur de España resurgió el nacionalismo visigodo, dispuesto a defender la independencia política de la monarquía. Con el final de la guerra en Italia, en 554, era presumible esperar la llegada de nuevos refuerzos imperiales que consolidaran el dominio bizantino, lo que en efecto sucedió, con el envío de tropas al mando del patricio Liberio. Ante esto, los seguidores de Agila llegaron a un acuerdo con su rival, y tras asesinar a su propio líder en 555 reconocieron a Atanagildo como rey. Comenzó entonces la guerra entre visigodos y bizantinos.

El conflicto

    Las tropas imperiales, que nunca fueron numéricamente muy importantes, empezaron a ampliar su dominio territorial, avanzando desde África a través de la costa meridional. No sabemos cuando fue conquistada Cartagena. Quizás desde África o Sicilia, en 555 o poco después. Pero en estos primeros momentos Cartagena no pasaría de ser una plaza fuerte, importante estratégicamente pero sin papel político alguno. De hecho, las fuentes bizantinas del momento presentan los territorios imperiales de España como parte de la provincia de Mauritania Tingitana, con capital en Ceuta.

    Nada sabemos sobre las condiciones en las que Cartagena fue ocupada por los imperiales, si hubo resistencia o las condiciones en las que quedó el obispado. Parece claro que tuvo que existir una cierta inestabilidad, y quizás debamos situar en este momento un cierto éxodo de población, del que la tradición medieval sobre Severiano sería un eco, aunque no podamos precisar nada ante la total carencia de fuentes históricas.

    Es probable que existiera una cierta resistencia eclesiástica al dominio bizantino, puesto que existía una importante fricción entre la Cristiandad occidental y el poder imperial por la cuestión de la condena de los tres capítulos, un episodio más de las feroces luchas teológicas del Cristianismo oriental en esa época, como veremos más adelante.

El control bizantino

    Durante algún tiempo los bizantinos predominaron militarmente, controlando directa o indirectamente el valle del Guadalquivir y el sureste, y amenazando con destruir el incipiente reino visigodo. Pero las aristocracias godas, aleccionadas con el ejemplo de vándalos y ostrogodos, dirimieron sus diferencias internas y, dirigidos por Atanagildo, reconocido como rey, pudieron mantener a raya los ataques imperiales.

    En 568 el trono pasó a Leovigildo, noble godo de la Narbonense, el cual, aprovechando las graves dificultades por las que pasaban los ejércitos bizantinos en el norte de África, enfrentados a las sublevaciones bereberes, inició un sistemático proceso de ocupación militar de los territorios del sur peninsular. Esto dejó a los bizantinos arrinconados en unas pocas fortalezas costeras, fundamentalmente Cartagena y Málaga. Sólo la rebelión de su hijo Hermenegildo en 579 impidió la total expulsión de las tropas imperiales. Pero la situación cambió poco después.

La provincia bizantina de Spania

    En 582 llegó al trono en Constantinopla el emperador Mauricio, que inició profundas reformas administrativas en el gobierno de la zona occidental del Imperio. En los inicios de su reinado estableció un exarcado en Rávena, que dirigiría la administración de Italia e Iliria. Poco después, hacia 585, creó el exarcado de Cartago, que gobernaría los territorios africanos e hispanos.

    En el curso de esa reforma se creó una nueva provincia, Spania, englobando los territorios bizantinos de la península, y cuyo nombre muestra a las claras el objetivo imperial de reconquistar el dominio de toda España. A su cargo fue nombrado un magister militum con el título de patricius, el máximo nivel de autoridad en la administración imperial.

    Aunque no podamos estar seguros, ante la falta total de documentación, los indicios parecen mostrar que Cartagena fue la capital provincial. La arqueología muestra que hacia finales del siglo VI, en torno a 580-590, se levantó en el solar del teatro romano un barrio de viviendas y almacenes, relacionados con un auge de la actividad comercial y el abastecimiento de una guarnición militar. Lo mismo podríamos decir de la gran necrópolis recientemente descubierta en la zona de la antigua calle del Ángel.

    De la misma forma, se ha conservado un importante texto contemporáneo sobre obras de renovación urbana, que formaban parte del gran movimiento de restauración de la vida urbana que en occidente se desarrollaba a impulsos de la política de la renovatio imperio de Justiniano, reavivada a la llegada al trono de Mauricio. Se trata de la famosa lápida de ''Comenciolo''. Un estudio detallado de la misma demuestra que el texto fue restaurado en el siglo XVIII, acción que dio lugar a errores que podemos subsanar echando mano de las transcripciones realizadas en la primera mitad del siglo XVIII.

    ''Quien quiera que seas el que admiras la descomunal altura de las torres, y la entrada de la ciudad, protegida por dos puertas y coronada por una cúpula, sostenida por dos arcos levantados a izquierda y derecha. Esto así lo ordenó levantar el excelentísimo Comitiolo, enviado por el emperador Mauricio contra el salvaje enemigo, valeroso comandante de las tro-pas de España. Así España recuerde siempre tan magnífico gobernante, mientras giren los cielos y el Sol circunde la Tierra. En el año 8º del emperador, en la indicción 8ª'' [589-590]

    Esta inscripción es esencial en varios aspectos. Es la prueba irrebatible de la existencia de la provincia de Spania. Muestra, desde el lado imperial, el estado de guerra contra el reino visigodo de Toledo, que en ese momento estaba en medio del proceso de conversión de los godos al catolicismo. Además indica la escala de las obras de renovación urbana, que se centraron, como ocurrió también en el norte de África, en la reparación de las defensas de la ciudad.

    La personalidad del personaje que da nombre a la lápida no se ha aclarado hasta hace pocos años. Hoy sabemos que el arreglo de la lápida en el siglo XVIII hizo que se deslizara el nombre de un personaje histórico, el general Comentiolus, uno de los principales subordinados del emperador Mauricio, y cuyas acciones en los frentes persa y balcánico en este periodo nos han sido transmitidas por diversos textos bizantinos. El nombre real, confirmado por las lecturas conservadas de la inscripción de la primera mitad del siglo XVIII, era Comitiolus, personaje del que tenemos otra mención como gobernador imperial en el sur de España a principios del siglo VII. No cabe duda alguna de que se trata de la misma persona.

Comitiolo: un ejemplo de la presencia bizantina

    Comitiolo, del que se resaltan en la inscripción los valores militares, dirigió entre 590 y 600 una sostenida ofensiva contra el reino visigodo, que probablemente permitió a la provincia bizantina quebrar la presión ejercida en tiempos de Leovigildo y asegurar una cierta holgura territorial a las plazas costeras dominadas por el Imperio. Varias expediciones, aunque no consiguieron resultados tangibles en forma de ocupación de territorios, tuvieron la suficiente entidad como para alarmar a la corte visigoda e inducir al rey Recaredo a tratar de abrir, a través del papa Gregorio I, un canal de comunicación con la corte imperial, buscando un tratado de paz que reconociera una frontera estable entre el reino visigodo y la provincia de Spania. El papa, enfrentado en ese momento con el emperador Mauricio, disuadió a Recaredo de iniciar esas conversaciones, pero los visigodos se vieron obligados a mantenerse a la defensiva hasta principios del siglo VII.

    Nada sabemos sobre la entidad de las fuerzas imperiales en España en ese momento, efectivos que, además, tuvieron que fluctuar debido a las necesidades de las provincias del imperio en África, acosadas por continuas rebeliones bereberes. Quizás constaran de algunos regimientos de caballería pesada, los buccellarii, apoyados por fuerzas más o menos irregulares de infantería. La flota de galeras imperiales establecidas en Ceuta aseguraba el dominio del mar y mantenía abiertas las rutas comerciales y de abastecimiento hacia África y el Mediterráneo oriental.

    Tropas suficientes para maniobrar en una frontera fluida, pero incapaces de amenazar seriamente los territorios de soberanía visigoda. La reactivación de la guerra en los Balcanes y Mesopotamia impidió cualquier refuerzo de consideración, por lo que la estrategia de Comitiolo fue convirtiéndose paulatinamente en defensiva.