El pleito entre agricultores y ganaderos

   La economía de Beniel siempre se había basado en una explotación ganadera extensiva, que se apoyaba en la presencia de marjales y dehesas. En el siglo XV se planeó la intención de cultivar nuevos lotes de tierras. Esta pretensión trajo consigo un fuerte enfrentamiento entre agricultores y ganaderos. Los primeros defendían la idea del amojonamiento de las tierras, para ponerlas en cultivo, y los segundos estaban en total oposición a ello. Los ganaderos constituían un colectivo representado por la oligarquía concejil, que apoyaba los intereses económicos pecuarios de la nobleza murciana, por lo que se mostraron enérgicamente contrarios al amojonamiento de las tierras y a cualquier tipo de restricción de los pastizales con los que se contaba.

   La disputa de intereses se prolongaría varios siglos. Ante la negativa del Concejo murciano a cultivar las tierras aptas para ello, el pleito entre los agricultores y ganaderos de Beniel fue presentado a los Reyes Católicos, quienes promulgaron una sentencia desfavorable para los primeros. Lejos de proceder a la repartición en pequeños lotes de la tierra, la propiedad de ésta pasó en su totalidad en manos del aristócrata Gil Rodríguez de Junterón, perteneciente a una familia de procedencia valenciana pero asentada en Beniel desde la segunda década del siglo XIV.

    La familia Junterón

    Tras esta decisión, la familia Junterón quedó vinculada al proceso histórico del municipio, con un patrimonio que iría creciendo por las herencias adquiridas. Hombre de gran influencia en la vida pública y religiosa de aquella época (como queda de manifiesto en la Capilla de Junterones de 1541, que él mismo mandó construir en la Catedral de Murcia), Gil Rodríguez de Junterón transfirió las tierras adquiridas en Beniel como vínculo y mayorazgo a un pariente próximo, heredadas a su vez por su homónimo Gil Rodríguez de Junterón y Agüera.

    Los bienes vinculados al mayorazgo que había adquirido no le permitían dar las tierras a censo enfitéutico, necesitando una autorización real expresa. Se trataba de conseguir el permiso para llevar a cabo la cesión perpetua o por mucho tiempo de la tierra a cambio de un pago anual, por lo que el dominio directo de la tierra le pertenecía al señor y el derecho útil a la persona que utilizaba y aprovechaba la finca. Con el establecimiento de estos contratos se conseguiría una mayor productividad de la tierra. La reforma que el primer señor de Beniel propuso ante el Concejo en 1569 supuso la aparición de estos censos, que adquirió con diferentes vecinos del término municipal.

   A pesar de los contratos perpetuos que convertían a los censatarios en casi propietarios, Beniel continuó siendo un lugar de aguas estancadas poco  productivas, donde los colonos no podían hacer frente a las obligaciones que esos contratos con la familia Junterón conllevaban. El mayorazgo de las tierras de Beniel pasó en 1600 a Diego Rodríguez de Junterón, momento en el que Felipe III concede la jurisdicción civil y criminal del territorio. Beniel quedaría desvinculado de la jurisdicción de Murcia, lo que atrajo a nuevos colonos hasta la zona. En estos tiempos la villa de Beniel experimentará un crecimiento demográfico de cierta relevancia y, aunque dificultados por la poca rentabilidad de las tierras, se consiguió crear espacios dedicados a trigales, moreras, vides u olivares de cierta productividad.

   La huella de Molina de Junterón

   A pesar de todo, habría que esperar a los tiempos de Gil Francisco Molina de Junterón para asistir al verdadero impulso de la villa, convirtiéndose en uno de  los personajes más ilustres de Beniel. Fruto de su influencia fue la llegada hasta estas tierras de labriegos manchegos, que estimularon el campo benielense. Molina de Junterón comprendió que una de las mayores lacras para el desarrollo del municipio estaba en la inexistencia de un sistema de drenaje adecuado. Por ello, la idea de la reapertura del azarbe mayor de Cinco Alquerías, con el objetivo de ser utilizado por todos los vecinos de las zonas colindantes, supuso un verdadero acierto. Esto lo llevó a cabo en consenso con la marquesa de Rafal, dueña de este lugar.

   Por un lado, se explotaron sectores anteriormente inservibles y, por otro, se recogieron las aguas estancadas de toda la zona, pudiendo ser reutilizadas en las plantaciones de secano que se habían ido expandiendo. También efectuó una ardua labor de desecación, que aumentaría la población notablemente. Los vecinos de Beniel se involucraron en las tareas agrícolas y en las relativas al negocio de la seda, aportándoles beneficios considerables. En 1690 renovó el derecho a dar tierras en censo enfitéutico, lo que aumentaría la productividad de los cultivos, al estar más implicados los censatarios.

   La reactivación demográfico-económica de Beniel desde el siglo XVII y prolongada durante el XVIII respondía también a una coyuntura favorable en el área mediterránea y, concretamente, en el reino de Murcia. Esta situación estaba potenciada por la demanda del cereal. Pero este auge no dejó de estar acompañado por las sequías e inundaciones que hicieron estragos entre la población. Beniel vivirá durante gran parte de su Historia a expensas de los caprichos de estos factores, en parte ajenos a su dominio.

   El marquesado de Beniel

   El 9 de Septiembre de 1709 Molina de Junterón fue nombrado marqués de Beniel. Recibió el apoyo del cardenal Belluga, que lo presentaba como defensor de la causa de Felipe V en la Guerra de Sucesión, y también por el Concejo murciano del que formaba parte. El Marquesado conocería en poco tiempo un rápido desarrollo. Ante la pujanza de las tierras y la nueva estructura socio-económica generada en el municipio, el segundo marqués de Beniel, Gil Antonio de Molina, contempló la posibilidad de incrementar sus riquezas arrendando las tierras que tenía en censo enfitéutico. Disputaría estos contratos con los colonos de su padre, considerándolos nulos por el desfase entre lo estipulado en esos contratos y la realidad comarcana del momento. El pleito, prolongado durante varios años, se decantó favorablemente a Gil Antonio de Molina. En 1731 se le ratificaría la jurisdicción civil y criminal con mero y mixto imperio. Gil Antonio de Molina se convirtió en una de las mayores fortunas murcianas, diciéndose que con él el Marquesado de Beniel alcanzaría su cenit, pero también el comienzo de su decadencia. En el siglo XVIII las condiciones de desarrollo de la localidad se harían visibles, manifestándose principalmente en el auge poblacional de la zona, que duplicaría sus efectivos demográficos. En los últimos años se iniciaría un proceso de estancamiento, confirmado durante el siglo siguiente.