En 1501 la orden de conversión de los moriscos del valle de Ricote fue una de las primeras dictadas para esta peculiar comunidad, que se repartía por las poblaciones de Asuete (Villanueva), Olea (Ulea), Ojós, Ricote y Blanca. En 1507 el párroco de Ulea, que también administraba la iglesia de Villanueva, dedicada a San Mateo, en una pequeña casa antes mezquita, se quejaba de la actitud de los moriscos, que seguían utilizando la reconvertida mezquita en templo católico para sus rezos. El párroco advertía que se veía obligado a guardar las especies eucarísticas por no confiar en los vecinos. Y en este punto recordamos que la fe del Corán poseía una Taquiya o Kitman, una posibilidad para disimular la fe musulmana, aceptando costumbres como las de comer cerdo o recibir los sacramentos. Para un musulmán, rechazar su fe de manera sincera constituye un acto punible de apostasía.
Informe a Felipe III
En 1570 el valle de Ricote se describe como un lugar en el que los moriscos viven en su aljama casi aislados. Pero la extraña situación de convivencia tendría su punto final con la monarquía de Felipe III. El monarca pediría a un dominico, Fray Juan de Pereda, un informe sobre el estado de la cuestión con respecto a los mudéjares, "que los moriscos antiguos del reino de Murcia que llaman mudexares, por entenderse que vivían cristianamente", mudéjares porque los musulmanes granadinos les reprochaban su mudanza en la confesión religiosa.
El religioso de la orden de predicadores recorrería la región para evaluar la situación, sin escatimar en entrevistas con los gobernadores de la encomienda, los párrocos y todo aquel que le pudiera ofrecer información al respecto. Por este informe sabemos que en aquel momento Villanueva contaba con 371 mudéjares y 65 cristianos viejos, unas desproporción que se repite en el resto de poblaciones del valle de Ricote.
Las opiniones recabadas por el fraile serían muy distintas. Villanueva y Ulea seguirían lamentándose de la actitud de sus mudéjares, nada integrados. Otras poblaciones hablarían bien de ellos, sin distinguir dificultades de integración. Pereda no concluye nada a favor de la expulsión, pero tampoco en contra. Tras varios aplazamientos, en 1610 el Rey Felipe III ordena la expulsión de los mudéjares del valle de Ricote, el reducto que se resistía a la orden y conseguía continuos aplazamientos. Exceptuando ancianos y niños que pudieran quedar a cargo de familias de cristianos viejos, todos se vieron obligados a malvender sus posesiones y embarcar para salir de la Península Ibérica.