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Ronda y Manilva, dos festivales de arte

Ronda y Manilva, dos festivales de arte

Paco Vargas
Paco Vargas

    En una semana hemos asistido a dos festivales que en Málaga cierran la temporada veraniega y dan paso a las actividades de las peñas flamencas: el Festival de Cante Grande de Ronda y el Festival Flamenco de la Vendimia de Manilva. Dos eventos, que son cita obligada para los aficionados malagueños por su trayectoria y su nivel artístico, amén de la rigurosidad en el aspecto organizativo, cualidades ambas que la mayoría de estos encuentros estivales no suelen tener.

    El Festival de Cante Grande de Ronda ha reunido en esta edición a tres generaciones alejadas en el tiempo mas no en el concepto artístico, pues tanto los veteranos, Fosforito y Chano Lobato, que demostraron con su entrega y profesionalidad que el cante no tiene edad, como los más jóvenes, Aurora Vargas y El Capullo de Jerez, que comunicaron con el respetable nada más sentarse en la silla, así como los aspirantes, Antonio Ortega (cante), El Niño de Brenes (guitarra de concierto) y Carmen Mesa (baile), ganadores del concurso Aniya la Gitana, consiguieron, en un espectáculo que rondó las cuatro horas de duración, que las casi dos mil personas que llenaron el recinto disfrutaran de principio a fin del arte flamenco sin necesidad de echar mano a montajes extraños ni a las sempiternas y cansinas figuras que lo son por la forma y casi nunca por el fondo. Fosforito, que recibió un homenaje por parte del Ayuntamiento rondeño en forma de placa conmemorativa, entregada por Francisco Caballero, presidente de la PF de Ronda, suplió sus escasas fuerzas con la sabiduría y el pundonor de los que hizo gala a lo largo de una lucida actuación junto al guitarrista Antonio Soto; mientras que Chano, tan escaso de fuerzas como su contemporáneo, nos dejó unas soleares que por sí solas justificaron su presencia en el festival. Aurora Vargas y Capullo de Jerez son el cante en estado puro, limpio de artificios y mentirijillas, salvaje, anárquico, imperecedero y único: podrán gustar o no, pero nadie les puede discutir el sello personal que estampan en cada una de sus actuaciones en las que a nadie, absolutamente a nadie, dejan indiferentes. Y eso, en los tiempos que corren, es mérito de mucho valor.

    El Festival Flamenco de la Vendimia, así denominado porque Manilva es conocida mundialmente por sus uvas y sus vinos, ha pecado en esta edición por exceso en la cantidad de artistas contratados: nueve actuaciones ?dos de baile y siete de cante- se nos antoja un número excesivo para un espectáculo que al final resultó largo, aunque es cierto que el respetable se mantuvo firme y atento hasta el final, pues el atractivo no era poco y los artistas estuvieron todos a un nivel que bien pudiéramos calificar de notable. El grupo local de baile "Embrujo", con la inestimable colaboración de Gaspar Rodríguez (guitarra) y Bonela Hijo (cante), calentó el ambiente para dar paso a Juan Campos "El Minino", que demostró su falta de actividad cantaora pese a que José Fernández hizo lo imposible para que su actuación fuera más lucida. Gustó al público la cantaora malagueña Antonia Contreras, sobre todo en los cantes por malagueñas y granaínas junto a un Andrés Cansino que puso una guitarra inspirada y justa para que se luciera. Andrés Lozano no es de los cantaores que se arrugan, ni aun con su voz imposible, llena de matices flamencos que llenaron de gozo los exquisitos paladares de los buenos aficionados allí presentes: escucharlo por soleá y por tangos fue para todos una prueba evidente de que el cante cuando se hace de verdad no necesita de más. Cancanilla de Marbella está en un momento dulce y cantó y bailó con tal conocimiento que el respetable no pudo contener su emoción, sobre todo cuando nos dejó un cante por seguiriyas -magnífica la guitarra de Chaparro de Málaga-, rematado con el cambio de Manuel Torre, que paró los pulsos del tiempo. Carrete de Málaga, bailaor de la vieja escuela malagueña, se limitó a mostrarnos una parte del espectáculo que cada noche interpreta en su tablao de Torremolinos; mientras que los dos jerezanos, del barrio de Santiago, Capullo de Jerez y Fernando de la Morena, nos dejaron sus diferentes conceptos del cante, pero mientras Capullo ejerció de despertador de corazones, el de la Morena los fue adormeciendo hasta el aburrimiento: no tuvo su mejor noche. Pansequito, sin embargo, resumió en cuarenta minutos toda una trayectoria artística: sigue siendo, pese a  la edad, un cantaor joven que engancha a la primera porque el cante en su voz suena siempre personal, bravío y gustoso, acompasado y rítmico, diferente y único. Desde sus alegrías hasta los fandangos pasando por las bulerías por soleá, el taranto, la cartagenera y sus personalísimas bulerías, sentó plaza de cantaor grande sin perderle nunca la cara al cante por derecho que sale, esplendente y embriagador, de su garganta quebrada y jonda pero plena de sabiduría y matices uniquitos que sólo a él le pertenecen.

Paco Vargas