Free cookie consent management tool by TermsFeed XXXIII CATA FLAMENCA DE MONTILLA - Región de Murcia Digital
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XXXIII CATA FLAMENCA DE MONTILLA

XXXIII CATA FLAMENCA DE MONTILLA

Paco Vargas
Paco Vargas

Bodegas Navarro, 9 de septiembre d 2006

GUILLERMO CANO Y ANTONIO JOSÉ MEJÍAS, EL TRIUNFO DE LA JUVENTUD

Paco Vargas

Después de treinta y tres años no cabe buscar excusas a una organización deficiente, que no personalizo porque sé del trabajo que le cuesta a cualquier peña flamenca organizar un evento de estas características, aunque sí debieran encontrar soluciones de acuerdo con los tiempos que corren y con los nuevos modelos organizativos que rigen en los umbrales del siglo XXI. Los festivales de flamenco, que nacieron como alternativa a los coletazos de los espectáculos que encabezaban los últimos de la Ópera Flamenca, supusieron en su día una verdadera revolución por cuanto buscaron espacios alternativos al modo imperante de presentar los espectáculos flamencos y, además, fueron una verdadera tabla de salvación para aquellos artistas que no tenían alternativa a la fiesta privada pagada por el señorito de turno, que en general no entendía ni le interesaba el flamenco, pero sí tenía poder y/o dinero que solía utilizar para denigrarlos cuando no para abusar de ellos. El alcohol, las putas y el “mañana te veré” fueron tres elementos que caracterizaron estas juergas, sobre todo entre los años cuarenta y los primeros setenta, tiempo en el que se da un cambio en la fisonomía del señorito borracho y putañero por el del político esnob y prepotente, aunque mal aficionado, que no sabemos lo que es peor. De todos modos, a la desaparición de estos y otros males han contribuido los festivales de flamenco del estío andaluz, que no debemos confundir con esos otros eventos –La Unión, Jerez, Málaga, Córdoba o Sevilla- que, con esa u otra denominación, tienen unas características artísticas y organizativas que están en las antípodas de estos espectáculos veraniegos.

Así las cosas, asistimos a Montilla con la ilusión de contribuir al homenaje que se le tributaba a uno de los pocos maestros del cante flamenco que aún podemos disfrutar. Homenaje que resultó lucido y oloroso, aunque falto de las formas protocolarias propias de estos actos, consecuencia quizá de una cierta falta de rigurosidad organizativa que los responsables de la Cata Flamenca debieran corregir en ediciones posteriores, porque como se suele decir en Córdoba “Lo que eh, eh”, lo que traducido al español quiere decir que lo bien hecho bien parece. Chano Lobato sí estuvo a la altura y salvó los muebles con sus palabras de agradecimiento y su entrañable transparencia, su natural gracia y su arte indefinible.

La parte artística tuvo de todo: excesiva duración –seis horas de espectáculo cansan a los aficionados más recalcitrantes-, y diversidad en las actuaciones de los integrantes del cartel: desde el que vino a salir del paso, cual fue el caso de Vicente Soto “Sordera” que se despachó con tres cantecitos, hasta la entrega y la profesionalidad del homenajeado, que dio una lección de honestidad flamenca, pasando por los jóvenes  cantaores Guillermo Cano y Antonio José Mejías que se erigieron en los triunfadores de la noche.

El joven cantaor onubense de Bollullos Par del Condado, que estuvo bien acompañado por Jesús Zarrías, guitarrista de Puente Genil y sobrino del cantaor Julián Estrada por más señas, fue el encargado de abrir el festival dejando al respetable el recuerdo de un artista serio, profesional, personal y distinto, pues a pesar de los problemas técnicos – con la corriente eléctrica y el sonido- estuvo en su sitio desde las tonás, que remató con la cabal de El Pena, hasta los fandangos de su tierra pasando por las alegrías, la malagueña que transitó hacia el taranto, la taranta, el cuplé por bulerías (“Mi niña Lola”) y los tangos: en todos y cada uno de los cantes dejó unas formas personales, que intuimos irán afianzándose con el tiempo y el estudio. Afición no le falta. Algo similar vino a suceder con el joven cantaor local Antonio José Mejías, que subió al escenario acompañado por Antonio Carrión, Cristian Mejías, El Vampiro y Juan Manuel Guerrero, pues respondió a las expectativas –venía de obtener dos importantes premios en el Festival Internacional del Cante de las Minas- con una actuación valiente y entregada que comunicó con el público desde el primer cante por malagueñas hasta el último por fandangos, no sin antes despertar la pasión de los aficionados, que llenaban el recinto, dejando un regusto a cante verdad en las soleares, los tientos y tangos y las bulerías en las que tan a gusto se sintió que se atrevió hasta a darse una pataíta mientras era aclamado por sus paisanos. Las dos voces femeninas de la noche, Carmen de la Jara y Esperanza Fernández nos dejaron una expresión distinta y el perfume flamenco de Triana y Cádiz confundido con el olor propio de la vendimia que inundaba las Bodegas Navarro. Sin embargo, Daniel Navarro, bailaor laureado en el Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba (Premio “Mario Maya” 2001) y en el Festival Internacional del Cante de las Minas de La Unión (Premio “El Desplante” 2005) y con una intensa e interesante carrera artística pese a su juventud, no tuvo su mejor noche por cuanto imponderables propios y ajenos consiguieron que no pudiéramos disfrutar del baile espectacular y bravío que suele mostrar en sus actuaciones.