Victoria Cava en Águilas
El debut de un artista flamenco siempre es emocionante, aunque se corre el riesgo de sufrir viendo como el novel artista se enfrenta por primera vez a un público exigente con el riesgo de fallar. No fue el caso. Victoria Cava, que solamente había actuado para gente cercana y para el cuadro flamenco de Antonio Piñana hijo, sorprendió a propios y extraños por su valentía y su conocimiento del cante a pesar de sus diecinueve años. No en vano es la discípula que Antonio Piñana ha elegido para formar.
De voz potente, larga y aguda, rozando una afilada candidez, comenzó por malagueña con abandolao. Guiada en todo momento por el sabio toque de Piñana, ella ya adelantaba que iba a ser un bonito espectáculo. Siguió con soleá apolá y tangos morunos. Su atrevimiento era obvio. También tocó los palos mineros, que tan bien conoce la familia Piñana: minera y cartagenera grande. De nuevo nos sorprendía con una farruca (la que grabó Curro Piñana en su álbum debut: De lo humano y lo divino), guajiras, bulerías y, antes de despedirse anunció Victoria unos fandangos, pero el público le reclamó antes una granaína y media, que ella ofreció con sumo gusto y que sonó a gloria por su especial modo de decir. Acabó su actuación con una serie de fandangos. Puso al público aguileño en pie y esperan que vuelva muy pronto.
Victoria Cava es la promesa más definida del cante flamenco regional. En ella están depositadas muchas esperanzas. Pero ya se sabe, en tierra de concursos y festivales como es Murcia, debe dar la campanada en La Unión o en Lo Ferro si quiere que los medios se fijen en ella. Así de duro, pero así de real.