Free cookie consent management tool by TermsFeed La Unión 2006. Galas dias 7 y 8 - Región de Murcia Digital
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La Unión 2006. Galas dias 7 y 8

La Unión 2006. Galas dias 7 y 8

Paco Vargas
Paco Vargas

XLVI FESTIVAL INTERNACIONAL DEL CANTE DE LAS MINAS DE LA UNIÓN

Gala flamenca, 7 de agosto de 2006, Catedral del Cante

Paco Vargas

La quinta gala flamenca, penúltima de las programadas en la edición que ha cumplido los cuarenta y seis años, estuvo protagonizada por el cante de Diego “El Cigala” y el baile de Merche Esmeralda y su compañía. Dos partes de un mismo espectáculo que si bien contentó al personal que llenaba la Catedral del Cante, estuvieron claramente diferenciadas en el concepto del arte flamenco que cada uno de los artistas protagonistas tiene del mismo. El Cigala es un buen cantante de boleros que cada vez se aleja más del flamenco. Y lo digo sin ánimo de molestar, pero la realidad de los hechos precisa la verdad de la palabra, pues lo cierto es que en un recital que duró hora y cuarto no logramos escuchar un cante que negara lo afirmado: ni el efímero cante por tonás, ni las supuestas soleares, ni los tangos extremeños, ni el taranto –que finalizó a ritmo de tangos-, ni las canciones por bulerías, ni la vidalita –que más que cante fue una intuición-, ni los fandangos finales definieron las líneas estéticas de este cantaor que lejos de afianzarse en el concepto cantaor que le dio vida y fama, se aleja cada día más de él. De tal modo, que entre “Lagrimas negras” y “Picasso” se le fue el santo al cielo y se olvidó de que estaba en uno de los festivales flamencos más importantes del mundo. El cante flamenco no precisa ni lágrimas ni formas cubistas, requiere cantaores profesionales y serios que conozcan su oficio y nos conduzcan a la emoción que produce el verdadero arte. Lo demás, toallas y copas incluidos, está de más.

El contrapunto lo puso Merche Esmeralda y su compañía, que de la mano de la Agencia Andaluza para el Desarrollo del Flamenco trajo un espectáculo, estrenado con total éxito en el Festival de Jerez, en el que además de Manolo Marín –que no tuvo su mejor noche-, Rafael Campallo y Adela Campallo –que ayudaron al resultado final del espectáculo-, invitó a Javier Barón quizá para que añadiera un toque de vanguardismo al espectáculo, algo que bajo mi opinión no lo necesita. Fue Merche, sin embargo, la que llevó el peso del mismo a fuer de dejarse la piel y la sabiduría sobre el escenario, que es a lo que están obligados los artistas que merecen ese nombre. Sentó plaza de bailaora grande cuando traspasó el corazón del respetable bailando una soleá antológica, que fue suficiente para justificar su presencia sobre el proscenio; pero su paso a dos en los tangos junto a Marín y su baile por bulerías en la fiesta final vinieron a demostrar que el baile flamenco cuando se hace con honestidad, con pasión y con jondura no necesita de falsas imposturas.

XLVI FESTIVAL INTERNACIONAL DEL CANTE DE LAS MINAS DE LA UNIÓN

Gala flamenca, 8 de agosto de 2006, Catedral del Cante

Paco Vargas

Con la voz cansada y exenta de brillantez llegó José Mercé a La Unión para coprotagonizar la última gala flamenca de este festival que alcanza su plenitud con el concurso, prueba de fuego para los más jóvenes que aspiran a ser profesionales y a tener un nombre y un sitio en este cada vez más complicado y competitivo mundo del flamenco. Había la lógica expectación por ver si el cantaor jerezano venía a la Catedral del Cante con la verdad flamenca que lleva dentro o si venía a soltarnos ese soniquete facilón y aburrido que caracteriza sus últimas grabaciones comerciales. Hubo de todo, pues si bien es cierto que cantó por derecho –hasta donde sus fuerzas se lo permitieron- no lo es menos que tuvo que sucumbir –ante la falta de respuesta del respetable- y acabó cantando, con la ayuda del público al que animaba a seguir desafinando, “Al alba” y “Aire”, dos de sus temas más conocidos y menos malos: afortunadamente nos libramos de la versión infumable que ha hecho de “Mammy Blue” en su último disco. Pero antes, con la sola compañía de Moraíto Chico, pudimos escucharle las malagueñas de Manuel Torre y Chacón, que remató con la rondeña de “El Gallina” y un cante de Juan Breva, una larga gama de soleares, unas seguiriyas de su tierra, que intentó acabar con la toná liviana, y unos fandangos. Luego, con “su gente” –buenos músicos todos- en el escenario, continuó interpretando alegrías de Cádiz adobadas de nuevos giros y rematadas con una jotilla canaria. Se levantó y dejó que Moraíto se luciera por bulerías y tangos. Volvió e hizo unos tanguillos (“Te pintaré de azul”). Y, en fin, dejó a Diego Magallanes para que dirigiera la orquesta sentado en el piano mientras él recuperaba fuerzas y tomaba “Aire”, que fue lo que nos dejó como despedida. Y eso fue todo.

Manuela Carrasco es la verdad del baile flamenco. Y es una profesional que da las cinco pesetas del duro sin que le falte ni le sobre nada: es una bailaora cabal. Se plantó en el escenario, rodeada de un numeroso cuadro que rezuma arte y oficio, y bailó por tarantos al compás de la voz quebrada y recia de Enrique “El Extremeño”; mientras se cambiaba, Pedro Sierra y La Tobala interpretaron los tangos. Y luego apareció la diosa para dejar una soleá que paró el tiempo e hizo eterno el silencio. Manuel Molina hizo su papel cantándole unas bulerías lentas, marchamo de la casa, pero el mal sonido nos impidió escuchar la belleza de sus letras. Se retiró exhausta y gozosa, tocando el cielo con sus manos eternas, y el respetable puesto en pie. El cante por malagueñas de La Tobala, el baile de Torombo y las bulerías de Samara Amador dieron paso al baile final por alegrías, que acabó siendo una fiesta por bulerías y que arrastró al público a una catarsis colectiva. Ella es la emoción, la pasión, la certeza del goce flamenco, el baile limpio y libre de ejercicios malabares, la expresión festiva y el miedo negro. Manuela es el baile