Cuando Mahoma muere en junio del año 632, diez años después de la Hégira o huida desde La Meca a Medina, el triunfo de la nueva doctrina religiosa que predicó era ya un hecho en la Península Arábiga. Pero la expansión de la nueva fe, a la que acompaña una manera determinada de entender la sociedad y el sistema político que la rige, no quedó paralizada con el fallecimiento del Profeta.

Muy al contrario, el avance del Islam fue rapidísimo. Tras conseguir extenderse por todo el Norte de África, la invasión de Europa Occidental sólo pudo ser frenada por las tropas francas de Carlos Martel en la batalla de Poitiers, quienes vencieron en el año 732 a las huestes islámicas que se disponían a penetrar en Aquitania (suroeste de la actual Francia). Pero los soldados musulmanes procedían de una península ibérica que había quedado incorporada al mundo islámico.

En el año 711, Muza ibn Nusair, gobernador de Ifriquiya (parte del norte de África), enviaba a su lugarteniente Tarik al mando de un ejército a cruzar el Estrecho de Gibraltar. Aprovechando las luchas internas de nobleza visigoda, en la batalla de Guadalete vencería a las tropas del último rey godo de España, don Rodrigo.

 Con el refuerzo de más soldados mandados directamente por Muza, territorio y ciudades de la España gótica irían cayendo rápidamente: Sevilla, Carmona, Mérida, Toledo, Zaragoza, y Pamplona, donde llegaron en el 714. La incorporación de estos amplios espacios en tan breve espacio de tiempo hay que relacionarla también con la hábil política de combinar victorias militares y pactos con los nobles dirigentes hispanovisigodos.