Podemos imaginar como una densa maquia la vegetación típica del litoral en los tiempos de menor explotación humana
Podemos imaginar como una densa maquia la vegetación típica del litoral en los tiempos de menor explotación humana
F. Robledano
La agricultura tradicional ha contribuido a la diversificación del paisaje del litoral mediterráneo
La agricultura tradicional ha contribuido a la diversificación del paisaje del litoral mediterráneo
F. Robledano

El litoral siempre ha sido una zona atractiva para el hombre. Se conocen asentamientos humanos en abrigos y cuevas costeras paleolíticas (14.000 años antes del presente), como la Cueva de los Mejillones en Calblanque, cuya ocupación duró hasta las primeras fases del neolítico (4.500 a.C.). Aunque los pobladores prehistóricos del litoral cazaban ungulados (jabalíes y cabras monteses), parece que la mayor parte de su dieta era de origen vegetal (tres cuartas partes frente a una de carne y pescado). El consumo de los frutos del mar complementaba a la caza y recolección en tierra, lo que explica los depósitos de conchas que caracterizan a estos asentamientos.

Posteriormente el Mediterráneo fue vía de intercambio cultural, colonización y transporte de diversos recursos que se producían en nuestras comarcas (minerales, plantas textiles, productos agrícolas). Luego, durante varios siglos los asentamientos humanos en la costa se redujeron a la mínima expresión por la despoblación y las amenazas procedentes precisamente del mar (piratería), pero poco a poco el litoral fue recuperando un protagonismo importante, que ya no ha abandonado. El auge de la actividad portuaria y del transporte marítimo, el asentamiento de industrias, el desarrollo de la agricultura intensiva y, sobre todo, el turismo, hacen que a partir del último cuarto del siglo XX se dispare la concentración de población en estas comarcas. Un proceso que en la Región de Murcia no se ha manifestado de una forma homogénea (algunas comarcas han permanecido largo tiempo ajenas a él), pero que por supuesto no se ha detenido.

Por lo que se refiere específicamente al litoral terrestre, desde el momento en que los primeros pobladores neolíticos empiezan a practicar la agricultura y la domesticación de animales (cabras, ovejas y cerdos), se produce una transformación de los ecosistemas forestales en cultivos o pastos, lo que constituye una simplificación de estos medios para facilitar el desarrollo de unas pocas especies o variedades de plantas útiles para el hombre. Éste ya venía aprovechando tradicionalmente el medio forestal como fuente de combustible (leña), materiales, caza..., pero ahora además requiere suelos fértiles para cultivar y espacios abiertos para practicar el pastoreo. El fuego demostrará pronto ser una herramienta útil para ganar terreno al bosque, como demuestran los estudios de polen, carbones y yacimientos arqueológicos, que relacionan el incremento de la población neolítica con importantes cambios en la extensión y composición de los bosques mediterráneos.

Históricamente, no obstante, la explotación de los sistemas forestales no siempre ha sido unidireccional ni homogénea. Es cierto que han existido periodos de explotación muy intensa, como la época romana en la que grandes extensiones fueron deforestadas, bien en busca de madera para la actividad minera, bien para la propagación del esparto, la planta textil por excelencia hasta la aparición de las fibras sintéticas. Pero también hubo periodos de escasa población y actividad, en las que el monte fue abandonado por inseguro y el bosque y matorral ganaron terreno, recuperándose de anteriores fases de mayor presión humana. Así, en los siglos posteriores a la dominación púnica y romana, la vegetación de la comarca de Cartagena se describe como una extensa maquia, un lentiscar poblado por pinos carrascos, coscojas, acebuches, palmitos, esparto, cornical, etc. Las sierras prelitorales serían más boscosas, con formaciones arboladas de pinos y carrascas en las umbrías. Los arenales costeros estarían cubiertos por bosquetes de sabinas, enebros y pinos. En resumen, un paisaje bastante similar al que encontraría el hombre paleolítico, que se mantendría con bajas tasas de explotación hasta el siglo XVI.

Posteriormente, gran parte de las llanuras litorales y los piedemontes de las sierras fueron de nuevo roturados y puestos en cultivo, y gran parte del terreno repoblado por gentes de diversas procedencias, dando paso a una nueva fase de explotación agrícola y minera intensa. En las últimas décadas, y gracias a la explotación de los acuíferos y a las transferencias hidráulicas desde otras cuencas, la agricultura de las llanuras litorales se ha orientado hacia una mayor intensificación, incrementándose la superficie de regadío a expensas del secano. Al mismo tiempo, se ha producido un abandono generalizado de la agricultura el las zonas de montaña, facilitando la recuperación del bosque, por otra parte ya desprovisto de aprovechamiento. También recientemente, el turismo ha irrumpido con fuerza en la escena, ocupando territorios cada vez más amplios para la construcción de urbanizaciones. Todos estos procesos conllevan una importante transformación del paisaje y pueden conducir a una pérdida de biodiversidad, ya que la riqueza biológica de nuestro litoral se basa en gran medida en la intervención humana, que ha creado a lo largo de la historia, paisajes culturales de una gran riqueza.

Mediante una explotación poco intensiva del medio, el hombre ha permitido que coexistan ambientes muy variados, en distinto grado de transformación. Ha dado lugar a un mosaico en el que formaciones naturales, más maduras y complejas (bosques y matorrales) alternan con ambientes simplificados, como cultivos (herbáceos y arbóreos), pastizales, eriales, etc. Además, ha mantenido en el paisaje elementos que facilitan la relación entre los componentes más maduros, como las márgenes con vegetación natural, los bancales, muros de piedra, edificaciones y árboles aislados, la vegetación ribereña de las ramblas... Todo ello no sólo ha facilitado la persistencia de muchas especies de los ambientes más maduros, sino que ha permitido que se incorporen al paisaje otras típicas de medios abiertos. Al final, el equilibrio entre sectores con distinto grado de explotación, incrementa la oferta de recursos alimenticios (semillas, frutos, presas animales), y la disponibilidad de hábitats, refugios y lugares de nidificación, en un paisaje cultural en el que no hay prácticamente un m2 que el hombre no haya ocupado en algún momento de la historia.

Francisco Robledano