Vista de la entrada del Santuario de Fortuna
Vista de la entrada del Santuario de Fortuna
La capilla central del Santuario de Fortuna
La capilla central del Santuario de Fortuna


  El yacimiento de Baños de Fortuna es un Santuario y, por tanto, el papel de los fieles es determinante. Pocos datos cuentan los investigadores para determinar qué rituales se celebraban en el interior del edificio. El principal inconveniente, además de carecer de fuentes escritas, es la pérdida de documentación arqueológica, pues el uso ininterrumpido del manantial hasta el siglo XIX y la utilización de los restos romanos como cantera han hecho que se pierda una fuente valiosísima de información. Sin embargo, los restos arqueológicos permiten relacionar la organización interior del edificio con un posible ritual. 

  Aunque las aguas que brotan tienen en su origen un toque divino (recordemos a modo de ejemplo la Fuente Pirene de Corinto), en las termales la divinidad se manifiesta de manera permanente. Es algo que el hombre romano podía percibir con claridad. Si el agua alivia o cura es porque la divinidad está presente. Si a unas personas las cura y a otras no es porque está vigilante y decide quién debe o merece ser curado. En este sentido, en Fortuna, hasta mediados del XIX, el Balneario tenía una ermita bajo la advocación del Cristo de la Salud. Respecto a la participación de los romanos en el Santuario resulta obvio que no puede ser sino a través de rituales. Es complicado precisar con exactitud el ritual o rituales que seguían los visitantes de este santuario. Sin embargo, lo descubierto por las excavaciones nos permite relacionar la estructura del edificio y lo hallado en él con un posible ritual.

  La parte delantera del edificio tiene dos accesos, por los que el peregrino enfermo accedía al interior del área sagrada, desde los laterales del estanque, verdadera zona de transición entre lo profano y lo sagrado, ya que el agua sagrada sale al exterior del santuario sin despegarse físicamente de éste e irrumpe en el mundo de los hombres. Es casi la misma intención que tienen las pilas de agua bendita en la zona más exterior de las iglesias.

  Desde ese indefinido acceso los fieles llegaban hasta la piscina sagrada, la cual era rodeada en fila india por su lado septentrional hasta llegar a la capilla Norte, donde sus pies se mojarían por la lámina de agua, que desde ésta resbalaba hasta la piscina. Inmediatamente después llegaría al espacio diáfano existente frente a la exedra y se encontraría cara a cara con la imagen de la divinidad, que surgía de las aguas en el punto exacto en que el manantial llegaba a la piscina. Estaría en ese momento en el verdadero sancta sanctorum del lugar. Sobre el puente monolítico que salva la diaclasa, podría intentar mirar el fondo de la grieta del agua surgente, aunque le sería imposible distinguirlo dada su profundidad y los vapores que las aguas emanaban.

  Ante el lugar de mayor conexión con la divinidad del santuario, realiza sus votos y pide una cura para algún mal o enfermedad, arrojando a la piscina una moneda, una pieza de cerámica o colocando a los pies de la cabecera aras talladas ex profeso. Una vez superado este trance, el camino continúa por delante de la capilla Sur, vuelve a mojarse los pies, prosigue por el pasillo meridional y abandona el recinto para comenzar en la zona balnearia del complejo o en el mismo templo el tratamiento. Una vez que ha hecho sus ofrendas esperaba que las aguas y sus propiedades le fueran propicias y le sanaran. Posiblemente, tras las sesiones de baños y la verificación de su mejoría acudiría a la Cueva Negra, verdadera morada de los dioses, a depositar el exvoto al que se hubiera comprometido con la divinidad.