La expulsión de los moriscos lorquinos

  La Edad Moderna abre un periodo aciago en Lorca y los campos de sus proximidades, entre ellos Torrecilla. La expulsión de los moriscos españoles, decretada en 1609 por Felipe III, se conjugó con un periodo de sequías, terremotos, inundaciones y epidemias, que vino a despoblar gran parte del territorio.

  Muchos de los pequeños agricultores arruinados decidieron emprender el camino de la emigración a Granada. A mediados del siglo XVII la demografía en la pedanía lorquina se había resentido radicalmente. Su economía, basada en la agricultura e industria de la lana y la seda, cayó en picado. El único elemento favorecido por las continuas crisis fue el fervor religioso y el culto mariano, por lo que multiplicaron el número de ermitas y se promovió la construcción de Iglesias.

  El siglo XVIII trae la luz de la esperanza

  La comarca de Lorca se convertiría en campo de pruebas de las novedades reformistas de finales del siglo XVIII. Este proceso estuvo encarnado en la figura del conde de Floridablanca, que puso al frente de la estrategia a su cuñado, el lorquino Antonio Robles Vives.

  Esta circunstancia trajo consigo que Lorca fuera una de las comarcas españolas más favorecidas por el reformismo borbónico, de incidencia notable en las obras hidráulicas para la mejora de los regadíos. Durante este proceso se mejoran las infraestructuras de Torrecilla, sobre todo su red de canales y ramblas para el riego de los cultivos.

  En Lorca se inició un proceso de modernización y desmantelación del pasado medieval, se rompía el límite de la muralla y surgirían nuevos barrios periféricos, que acogieron a la creciente población. Esta evolución afectará a la diputación de Torrecilla. Los campos retomarán su antigua actividad y surgirán nuevos cortijos.