Dijimos que, al estallar la epidemia, de los cuatro boticarios que había en la ciudad, tres huyeron, y el otro falleció con toda la familia, quedando la casa abandonada con todos los muebles enseres y medicinas y, estando la ciudad sin más servicio farmacéutico que el que escasamente podía proporcionar el Hospital de Señora Santa Ana, el Ayuntamiento, en 9 de agosto, escribe al Corregidor suplicándole hiciera las diligencias necesarias para enviarle un boticario, a quien se le debía dar botica armada en casa de donde vivir, un salario de los propios concejiles y, para él, lo que sacara por la venta de medicinas. Los únicos cementerios existentes en la ciudad, estaban situados, uno en la ermita de Santa María de Gracia (en el centro de la población) y el otro, junto a la ermita de San José. A los mayordomos de ésta, D. Diego Aliaga y D. Francisco Alvas, se les ordenó que, en el término de dos días aderezasen y limpiasen la ermita y el cementerio. Para llevar los convalecientes de un lugar a otro, los cadáveres a los cementerios y limpiar las calles, se utilizaba un carro, a cuyo dueño se le daban seis reales diarios. Dada por terminada la epidemia, el 27 de julio se manda quemar el carro en el cementerio de San José y enterrar las cenizas con cal y tierra, y al dueño del vehículo se le dieron trescientos reales.

    También prestó grandes servicios un moro esclavo, propiedad del licenciado Bartolomé Boçomo, a quien la corporación municipal le prometió la libertad por su comportamiento, pero llegado el momento de cumplir su promesa, el licenciado se negó a ello, si no se le pagaba su valor antes de firmar el documento de su liberación. En cabildo celebrado el 17 de agosto, la ciudad dice que la libertad que ha dado al moro ha de pasar adelante por habérsela ofrecida por el trabajo personal de dicho esclavo, con riesgo de la vida, por sacar los muertos, que por ningún dinero se halló quien lo hiciera, y hoy está sirviendo en sacar las ropas de los del contagio y limpiar las calles y, que D. Diego Castañeda de Haro, Regidor, se vea con el Licenciado Boçomo y ajusten lo que se ha de pagar por el esclavo, para pagárselo y darle la libertad prometida por esta ciudad. El 16 de agosto se prohíbe terminantemente las corridas de toros y toda clase de fiestas donde pueda aglomerarse la gente, y a los guardas de las Puertas se le dan órdenes prohibiendo en absoluto la entrada de gentes en la ciudad, lo cual se venía tolerando sin saber la procedencia de los que venían a ella. El 20 de agosto, comienzan los albañiles a trabajar en el cementerio de Nuestra Señora de Gracia, apisonando, fortificando y terraplenando las sepulturas.

    El 29 de agosto, presentase en el Ayuntamiento D. Francisco Valcárcel, y exhibe el siguiente título que lee el escribano D. Lucas Moreno: El Licenciado D. Fernando de Saavedra, caballero de la Orden de Santiago del Consejo de S. M. Su Oidor en la Real Chancillería de Valladolid, Corregidor y Justicia Mayor de la ciudad de Murcia y Cartagena y su partido por el Rey Nuestro Señor, dijo que, atento a las buenas partes, letras y suficiencias del Licenciado D. Jacinto Valcárcel, Consultor del Santo Oficio de la Inquisición y Abogado en los Reales Consejos, los nombraba y nombró por su Alcalde Mayor de la ciudad de Cartagena y su partido para que, presentándose ante los señores del Consejo y siendo confirmado este nombramiento, haciendo el juramento y solemnidad acostumbrada, use y ejerza el dicho oficio de Alcalde Mayor de la ciudad de Cartagena y como lo han usado los demás antecesores, y por razón de él, lleve los salarios, gajes y emolumentos que le pertenece, gozando de todas las honras y preeminencias acostumbradas. Hecho en Madrid el 16 de junio del 1648 años, siendo testigos D. Antonio de Saavedra, D. Pedro de Montalbán y D. Francisco de Silva, Licenciado D. Fernando Sáavedra. Por mandado del Sr. Corregidor, Pedro de Quadras Vaso.

    Terminada la lectura de este documento, juró el cargo de Alcalde D. Jacinto Valcárcel con la solemnidad debida, dando fe el escribano D. Lucas Moreno. Al día siguiente, el Alguacil Mayor D. Juan Espinosa de los Monteros suplica al Ayuntamiento le mande dar alguna cosa por haber asistido durante todo el mes sin salario alguno a la saca de las ropas de los muertos, al arreglo de fosas, a la limpieza de las calles y tapiar las puertas de las casas del Arrabal de San Roque, deshabitadas por haber fallecido sus moradores. El Ayuntamiento le libró por su trabajo 500 reales. Este Arrabal fue el lugar de la población donde hubo más víctimas. El 31 de agosto, ante las noticias que corren por la ciudad de haber barcos franceses por las costas de Alicante, temiéndose vinieran a Cartagena, se toca a rebato, produciendo enorme conmoción ver el escaso número de vecinos que concurren, convalecientes la mayoría de haber sufrido la peste. Después de dar el Alcalde órdenes oportunas, encareciendo la necesidad de que las guardias de la población se hagan con la escrupulosidad y celo de siempre, de circular más órdenes por el campo para que los labradores estén alerta, y los regidores que todavía habían por el término municipal vengan a la población; se escribe a la ciudad de Murcia dándole cuenta del caso y rogándole que este prevenida por si fuese necesario su ayuda y socorro.

    El día 5 de septiembre se encarga al regidor Luis García de Cáceres, busque un sacerdote para decir las misas en la capilla del Ayuntamiento por haber fallecido de la peste el capellán Salvador Jimeno. El 15 de septiembre, dada la falta de trigo que existe en el Almudí, se hacen diligencias en todo el campo de Murcia, para ver el medio de traer a la ciudad por lo menos tres mil fanegas de dicho cereal, y el 17, por no haber en la población abastecedor de carne de carnero, el Ayuntamiento otorga poder amplio al alguacil Mayor para que, en nombre de la Ciudad, vaya a Totana y pueblos que crea convenientes y compre con dinero en mano, cien carneros, registrándolos en los puertos de aduanas por francos y libres, como hacienda de este municipio.