La abundante presencia militar

    La presencia de soldados en los desfiles pasionarios se remontaba a los orígenes de éstos. La falta de penitentes fue supliéndose con la de soldados de la guarnición. Esta y no otra fue la causa principal de la impronta militar que subyace en los cortejos pasionarios de Cartagena, indiscutiblemente influyente en el aspecto disciplinario de todo cuanto rodea a este fenómeno cívico-religioso. El ejército contribuyó con su presencia en los cortejos al esplendor de esas fastuosas y solemnes fiestas religiosas, dando en ellas el tono de seriedad y de orden, de disciplina y método. El ejército forma parte del pueblo cartagenero y con él siente latir su corazón en esta sublime semana de pasión. (Cartagena Ilustrada, 15-4-1927).

    El propio protocolo o ritual del desfile ya marca una peculiar y estricta normativa propia de la disciplina castrense. No en vano, muchos de los hermanos mayores de las cofradías y presidentes de las agrupaciones tenían en su haber la condición de militares. Fue el caso en los años veinte del Hermano Mayor californio Casiano Ros, comisario de la Armada, entre otros. La cofradía marraja a través de sus cabildos siempre recordó la compostura que hay que observar para evitar roces y molestias, además de las recomendaciones de su hermano mayor Juan Muñoz Delgado a los que desfilaban: andar acompasado, paso natural, mayor cordura en vestir los trajes con demasiada antelación.

    No obstante ese sentimiento de orden y seriedad fue más aparente que real. Baste decir que la ruptura de esa disciplina también formaba parte de la cotidianeidad del cortejo. Era habitual, antes de constituirse las agrupaciones, por parte de los soldados que desfilaban abandonar el hachote a manos de los portacables, en la puerta del primer café que cogían al paso; y frecuentemente arrojaban sus dulces proyectiles a los balcones en la cuantía que permitían los bolsones que deformaban sus túnicas, hasta que las autoridades hubieron de prohibirlo como medida de seguridad. En esta situación los jóvenes componentes de la agrupación implantan su austera disciplina, hacen voto de silencio. Pronto la inmovilidad en las paradas es perfecta. Se crea un sistema para que los penitentes inicien su marcha simultáneamente y se detengan todos al mismo tiempo, resolviéndose cuantos inconvenientes provocan en la marcha la sujeción de los cables (AGRUPACIÓN DE SAN JUAN (MARRAJOS, 1952). La disciplina y el espíritu de penitencia entre los hermanos que desfilaban fue el resultado de un proceso de ruptura con el estamento militar en cuanto a la dependencia de éste, enquistada en la fisonomía de los desfiles. La marcialidad, en cambio, siguió presente dada la notable presencia de cofrades militares en las estructuras organizadoras del festejo.

    Marcialidad impulsada desde dentro

    Al instaurarse la República en 1931 las procesiones cartageneras se encontraban en pleno auge en cuanto a patrimonio y penitentes, incluso se había registrado un cambio fundamental en la inercia del festejo: la renovación de la trama propia del cortejo pasionario, especialmente visible en la sustitución de los vestuarios de satenes y percalinas y largas colas por otros de raso y terciopelo. Las premisas de marcialidad y severidad estuvieron presentes, desde entonces, en la composición de todos los tercios, incluso éstos se afanaron por crear su propio estilo que le hicieran acreedores de ejemplaridad y majestuosidad.

    Fue el caso inequívoco del ''estilo sanjuanista'' del que hace gala la hermandad de San Juan de la Real e Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno (marrajos). Los notables esfuerzos hechos tras la guerra civil culminaron en 1944 con la adquisición de una nueva talla de San Juan Evangelista, obra de Capuz, rematada con la consecución más depurada de dicho estilo. Para realzar aún más la notabilidad de la agrupación hicieron prosperar su proyecto cultural con la edición de las obras completas del Apóstol, monografías sobre San Juan Evangelista y la fundación de un ''aula sanjuanista'' donde darán su lección personalidades de las ciencias y las letras (AGRUPACIÓN DEL STMO. DESCENDIMIENTO DE CRISTO, 1955). En la posguerra prosiguió con mayor celo la depuración del mencionado estilo impulsado por el propio presidente de la agrupación, el alcalde de profundos principios falangistas y figura señera del régimen, Miguel Hernández Gómez.

    Los méritos sanjuanistas han perdurado hasta la actualidad. Todo era cuestión de dar ejemplo en el orden, disciplina y riqueza, dando por todo ello el estímulo a los demás tercios con ese espíritu penitencial y entusiasta. No faltaron entusiastas para irradiar el efecto de la consabida marcialidad. A estos cofrades se les atribuyó la introducción del ''paso'', majestuoso, disciplinado, tan característico de esta agrupación; ellos fueron los que con su marcialidad impusieron un orden que pronto llamó la atención de las demás agrupaciones (SAURA HIDALGO, 1976). La componente sanjuanista se trasladó indefectiblemente a la nueva cofradía surgida en el franquismo, la del Resucitado. Para mayor lucimiento del titular se trasladó del Viernes de Dolores al Domingo de Resurrección.

    La simbiosis ejército y procesiones ha estado muy ligada al devenir del festejo religioso popular. Dos de las grandes figuras de la Pasión para los cartageneros, San Juan y San Pedro, se vincularon, junto a Santiago, a las estructuras castrenses. En el desfile californio del Martes Santo se ha podido contemplar la unión de dos procesiones, la de San Juan Evangelista saliendo del Parque de Artillería y la de San Pedro que ha hecho lo propio desde el Arsenal Militar de Marina, para confluir ambas en la Plaza de San Sebastián. Los desfiles penitenciales en realidad han constituido en Cartagena una representación castrense de la Pasión. Su impronta es innegable.

    Elementos de cohesión entre el ejército y los desfiles

    Dos instituciones militares sirvieron de mecenas para sendos pasos de claro componente popular. El presidente de la Agrupación de San Pedro fue siempre, por derecho propio, el Comandante General del Arsenal Militar y Mayordomo de la misma, un prestigioso jefe de la Armada (Marina de Guerra). (RODRÍGUEZ; NARBONA, 1960: 44). Solamente en el paréntesis de la II República se produjo el abandono de la tradicional tutela y mantenimiento del desfile de San Pedro por parte de la Maestranza del Arsenal militar, acatando las órdenes oficiales, si bien pudo conservarse la custodia del trono en dicho recinto y el traslado del Martes Santo. (AGUERA ROS, 1982: 19-20). El tercio de San Juan, por su parte, quedó unido al Ejército de Tierra: en las filas de sus hermanos figuraban jefes y oficiales del Regimiento de Artillería y tradicionalmente su trono era arreglado en el Parque de Artillería (RODRÍGUEZ; NARBONA, 1960: 44). Por su parte el tercio de San Juan Evangelista marrajo desfilaba con penitentes civiles en unión de soldados de la guarnición de la plaza militar.

    Con el advenimiento de la II República se romperá momentáneamente ese vínculo entre ejército y procesiones, resurgiendo con fuerza las agrupaciones necesitadas de personal para recomponer sus tercios. Si bien la década de los treinta marcó un momento histórico en la integración de la ciudadanía en las distintas hermandades, decreciendo los efectivos militares en los desfiles, cuarenta años después vemos rememorar la salida del trono de San Pedro en 1970 a hombros de marineros y soldados de infantería de Marina, novedad que destacó aún más el espíritu castrense de la procesión del Martes Santo. Si esto fuera poco desde el 1 de mayo de 1955 San Pedro figura como operario de primera clase del Arsenal -carpintero fijo de la Maestranza- en condición de excedencia forzosa y percibiendo, por ello, solo una parte de sus emolumentos, con el nombre de Pedro Marina Cartagena. (AGUERA ROS, 1982: 26-28). Siendo hermano mayor de la Cofradía de N. P. Jesús Resucitado, Joaquín Boj Segado, el capitán general de la Zona Marítima del Mediterráneo, José Yuste y Pita, donó su fajín de almirante a la imagen de la Virgen del Amor Hermoso que lucirá desde entonces, del franquismo a la democracia.

    No hay que olvidar, como elemento indiscutible de enlace entre las cofradías pasionarias y el ejército, la incorporación de los granaderos a los desfiles penitenciales. A ello contribuyó en la Segunda República la prohibición oficial de desfilar los militares en Semana Santa, incluidos los piquetes de soldados: la respuesta no tardó en llegar en forma de constitución de las agrupaciones de granaderos que vinieron a suplir la presencia militar imitando su disciplina, marcialidad y rigidez fundamentales. La de los californios tuvo lugar en 1932 gracias al proyecto que lideraron Carmelo Castellón, Jesús Castelló, Eduardo de la Rocha, Francisco de la Cerra de la Cerra, Pedro García y Carlos Sacristán entre otros.

    Los tambores y cornetas -especialmente el cornetín de órdenes- hicieron el resto junto a los populares pasacalles. Los vestuarios y la música que acompañaron a sus desfiles rememoraban el ambiente militar, impregnando de éste todavía más a la ciudad que en esta época alcanzaba su mayor grado de militarismo. De la complejidad de la marcha de los Voluntarios se pasó al no menos ritmo marcial del pasodoble ''Amparito Roca''. Las visitas a los centros castrenses por excelencia: Gobierno Militar y Capitanía General, y los desfiles en los patios de armas del Parque de Artillería, Cuartel de Instrucción y Arsenal Militar configuraron un escenario dominado por una decoración puramente propia de una plaza militar. El espíritu gregario que generaron estas manifestaciones y la propia impronta de los desfiles formaron un conglomerado a pleno gusto de las jerarquías militares. (AGRUPACIÓN DE GRANADEROS (CALIFORNIOS), 1982).

    La pasión latente en los cortejos penitenciales estableció una imperiosa similitud con la pasión castrense. Sólo basta rememorar la imponente demostración de pólvora el sábado de gloria. Aquí confluirán pueblo, Iglesia y Ejército entre general clamoreo de campanas, salvas de ordenanza de los cañones de la Muralla del Mar -que luego pasaron al Arsenal Militar- y la actitud primaria de los cartageneros subidos a las terrazas de los inmuebles armados de escopetas o pistolas, pasándose la mañana pegando tiros al aire. Paralelamente al entusiasmo propio de desfiles, tan ligados al orden castrense, surgen las críticas de quienes califican a estas magníficas procesiones de ''cabalgatas falleras'' o algo así, y a los que contemplan el paso marcial de esa maravilla de orden y disciplina como ausentes en absoluto de sentido de piedad y religiosidad. (TRILLO-FIGUEROA, 1955).

    Se extremó asimismo la puntualidad a la hora de recogerse el desfile. Su incumplimiento conllevará en más de una ocasión pleitos entre las cofradías rivales. Aquello de lo que presumían los actores de los cortejos pasionarios de Cartagena se convertirá en objeto de censura por parte de los que verían en los desfiles manifestaciones de fe, austeridad y silencio propias de los pueblos castellanos. La modernización del festejo pasionario propició la creación de una Junta de Cofradías al inicio de los ochenta con el objeto de evitar que un desenfrenado apasionamiento y crecimiento pueda ahogar la Semana Santa. Como órgano rector de la Semana Santa ordenaría su actuación y evitaría los peligros de su gigantismo, de su adocenamiento, de su asfixia económica, y olvidarse de su fundamento religioso y de la propia personalidad y características de las procesiones cartageneras. (LOPEZ CASTELO, 1983).