Momento de cambio

    La estructura de las cofradías pasionarias en Cartagena hasta los albores del siglo XX no posibilitaba cualquier reforma descentralizadora. Éstas se encontraban en un punto muerto a principios de este siglo: apatía, falta de entusiasmo y escasez de las aportaciones. Con las agrupaciones se produce la renovación: ''vestidos sus tercios de capirotes por soldados con la cara descubierta, sus desfiles carecían de lucimiento''. La iniciativa correspondió a los grupos de San Juan y Santo Sepulcro y con ellos nacieron las agrupaciones actuales (MUÑOZ DELGADO, 1955).

    Asfixiadas en su propia jerarquización, dirigismo, dependencia económica de los mecenas y composición cerrada, el cambio no se hizo esperar a través del nacimiento de las agrupaciones,  orquestado desde la propia cofradía. Con la constitución de éstas, a partir de los años veinte, se descentraliza el entramado de las cofradías y se amplia el protagonismo, ya no tan excluyente y reducido solo al hermano mayor y a los cuatro o cinco mayordomos. Ahora, al presidente de la subcofradía se sumaron los hermanos protectores próximos al centenar por agrupación, quienes con sus cuotas costearán todos los gastos que su trono ocasionaba. Según Linares Botella, ''las agrupaciones fueron creadas, primordialmente por las cofradías con el fin de que aquellas se hicieran cargo de los cuantiosos gastos que originaban su salida en procesión sobre todo en los capítulos de música y adorno floral que eran bastante elevados. A cambio de esto, las respectivas cofradías concedieron a las agrupaciones cierta autonomía''.

    Financiación

    El capítulo correspondiente a la financiación de los pasos derivó en serias dificultades a la hora de sacar las procesiones a la calle. No obstante los recursos llegaban años tras año. Al clásico mecenazgo le acompañaron los inevitables créditos bancarios, la mayoría de ellos proporcionados por el Monte de Piedad, principal valedor del tercio de la Santa Agonía en la posguerra.

    No hay que olvidar además las tradicionales subvenciones municipales, fiestas benéficas (nochevieja, verbena-tómbola, rifas), funciones teatrales y las cuotas de los cofrades. En mayo de 1917 se constituyó una Junta de Iniciativas a beneficio de las procesiones de Viernes Santo con Fernando Flores como secretario, y Federico Casal, como vocal, entre otros. Según testimonios de Carlos Romero, tras la estancia en París de su padre Carlos Romero Font, éste hizo acopio de una serie de películas pornográficas que proyectará en su domicilio a sus amistades -por grupos de 10 en 10- a 5 pesetas la sesión/individuo. Un chivatazo a la policía no impidió su suspensión ni la oportuna recaudación. Cuando los agentes procedieron al registro Romero Font les puso películas de Chaplin. No tardó en surgir una absoluta complicidad incorporándose los forzosos visitantes a las duras sesiones visuales.

    Se criticó en numerosas ocasiones que no hubiese una cohesión de elementos comerciales, industriales, políticos de todas clases y fuerzas vivas, que apoyasen económicamente los desfiles (Cartagena Nova 7-2-1934). En 1933 se propuso solicitar del Ayuntamiento la cesión a favor de las cofradías de la recaudación que producían las sillas y tribunas, petición que llegó tarde, toda vez que dichos ingresos se donaban a la Casa de Misericordia. (Cartago Nova, 1933).

    La cofradía marraja articuló en su época dorada recursos de diversa procedencia. A las indispensables limosnas de hermanos se añadieron los donativos, especialmente relevantes los de la Unión Mercantil e Industrial, Ayuntamiento de Cartagena, empleados de la Sociedad Española de Construcción Naval -para el trono de ''La Agonía''-, espectáculos y otras funciones, como las tómbolas instaladas en el Muelle y calle Mayor, el concierto del Teatro Principal, los bailes de la Candelaria y Carnaval, loterías de Navidad, los recreos de ''La Peña'' y los intereses del legado. En plena efervescencia procesionista hace buena recaudación la ''petitoria''. Estas comisiones fueron la base fundamental para el funcionamiento del festejo pasionario.

    El resurgir

    Tras la guerra civil, y en el seno de las cofradías, se dictaron órdenes para impulsar las mismas y devolver el entusiasmo perdido. Los ofrecimientos no cesan. Uno de los más destacados fue el de Ramos Carratalá ''gestor municipal'' por su dinamismo a la hora de conseguir subvenciones. El fotógrafo Casaú ofreció un día completo de venta íntegra en su establecimiento; Enrique Mora le secundó con el ingreso de su Cinema Alcázar. No faltaron los telegramas de adhesión al caudillo y los nombramientos de hermanos mayores honoríficos por parte marraja en favor de José López-Pinto y del obispo.

    En pleno auge del nacional-catolicismo no podía sorprender dichos nombramientos como tampoco la presencia de las más altas dignidades eclesiásticas y altos mandos militares: el obispo de la diócesis de Cartagena Miguel de los Santos Díaz y Gómara presenció los desfiles pasionarios de abril de 1943. En febrero de 1942, los marrajos elevaron a consiliarios de honor a Bastarreche -entonces Comandante General del Apostadero- y a Ricardo Marzo y Pellicer -Gobernador Militar de la plaza- y a hermano de honor al ministro de Marina (abril de 1943). El primero mereció en 1948 la presidencia de honor de la Cofradía del Resucitado. El colofón de nombramientos tan singulares se puso en 1943 con el título de hermano mayor honorario de la cofradía California a favor del mismo Franco. En épocas más recientes tuvieron el privilegio de ser nombrada Hermano de Honor la Escuela de Maestría Industrial (1973) y en 1977, Felipe de Borbón ascendió a hermano mayor honorario.

    Un nuevo empuje puso en marcha la renovación escénica de los desfiles, la recuperación de pasos olvidados -como el de la Santa Cena- y el ciclón de las reformas. Este empuje siempre estuvo presente en el devenir de los cortejos, pudiéndose afirmar que ninguna Semana Santa de Cartagena ha sido totalmente similar a la anterior en cuanto que la novedad se concitaba como un aspecto inmutable en el festejo. De ahí la cantidad inconmensurable de reformas de los tercios, particularmente visibles en los años veinte y treinta: fue especialmente relevante por parte marraja el Cristo Yacente, de Capuz que se estrenó en la procesión del Santo Entierro de 1926 y el grupo de La Piedad, al que se sumó en 1927 un Sepulcro y la renovación total de sus tercios de penitentes que comenzaron, por entonces, a lucir el terciopelo.

    Las reformas fueron surgiendo casi sin interrupción. Por parte california destacaron dos majestuosos tronos del granadino Luís de Vicente con destino a los grupos de ''La Oración'' y de ''El Prendimiento'', sustituyendo asimismo algún tercio de capirotes de los ya existentes por otros de más visualidad y valor. (Cartago-Nova, abril 1928). En 1930 estrenaron alumbrado en cuatro tercios, con cirios artísticos y de gran valor, junto al sudario que precedía al trono del titular de la cofradía. Principal novedad fueron dos parejas de cornetas junto al estandarte del Prendimiento y San Pedro. El trono de La Samaritana encargado al escultor valenciano Aurelio Ureña, fue imposible estrenarlo en los desfiles de ese año dado el excesivo trabajo que conllevaba. Los marrajos invirtieron en innumerables reformas en todas sus agrupaciones. La más importante fue el estreno del trono y tercio de ''El Descendimiento'', obra de Capuz. Los años 70 y 80 representaron otro de los momentos de mayor brillantez y transformación con la construcción de nuevos tronos e imágenes, alguna que otra corona, mantos y túnicas, nuevo hachotes, mazas, varas y banderines, sudarios, carteles y vestuario en general.

    La constitución de las agrupaciones marcó ciertamente la tendencia en muchos aspectos organizativos de las hermandades, particularmente en el incremento de las mejoras de sus tercios. La aversión a las novedades, muy propia de otros tiempos, se rompió definitivamente, abandonándose el viejo espíritu misoneísta y dando paso a una carrera por dotar a los pasos de la mayor riqueza en la decoración del trono y en los vestuarios de los penitentes. Muy renovada fue la procesión del Encuentro de 1927. El cambio se produjo en forma de aumento de los tercios de capirotes.

    Nuevas agrupaciones

    Fueron innumerables las agrupaciones que se constituyeron en esta década y en la siguiente. Por parte de la cofradía California destacaron: la Oración del Huerto (1929); la Samaritana (1929); la  Virgen del Primer Dolor (1929) integrada entonces por los Hijos de María de la Casa de Misericordia; San Juan Evangelista (1931), fundada por Julio Ortuño Aparicio y Jerónimo Martínez Montes; la de Granaderos (1932); San Pedro Apóstol (1932); la Santa Cena (1935) integrada en su mayor parte por empleados de los astilleros de La Constructora Naval y componentes de la desaparecida Agrupación de Santiago; el Ósculo (1939), a iniciativa de Balbino de la Cerra y Salvador Botí; la del Prendimiento (1939); La Flagelación (1942), fundada por miembros de la Asociación de Hijos de María de la Casa de Misericordia; la de N. P. Jesús en la entrada de Jerusalén (1944), formada por niños y niñas de las diferentes agrupaciones de los californios; las de la Coronación de Espinas y Santiago (1971); San Juan en el Juicio de Jesús (1978), bajo los auspicios de la Agrupación de San Juan, y las del Lavatorio de Pilatos y Virgen del Rosario (1983).

    Por parte marraja: el Santo Sepulcro (1926) impulsado por Inocencio Moreno Quiles, Ángel Gómez, Emilio Barba, Rodolfo Díaz, Enrique Briones, Juan Muñoz Delgado y Cleto Sanz (presidente); Virgen de la Soledad  y  Ntro. Padre Jesús Nazareno (1928); Virgen de la Piedad (1929); San Juan Evangelista (en 1929 formalmente); Descendimiento de Cristo (1930); Granaderos (en 1929 y, formalmente, en 1933), entre otras más tardías. En 1942 y en el seno de la Cofradía Marraja se vio que a los cortejos pasionarios de Cartagena les faltaba un broche triunfal -el de la vida, el de la resurrección-.

    A las ya consagradas cofradías marraja y california se unirá en los primeros años del franquismo una nueva hermandad: la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Resucitado. Ésta nació en 1941 y se constituyó en el seno de la Cofradía Marraja. En 1943, a modo de ensayo, realizaron su procesión y solicitaron al Obispado su creación al objeto de celebrar anualmente la procesión del Domingo de Resurrección. Fue erigida canónicamente el 31 de diciembre de dicho año, desfilando en 1945 por primera vez. La capilla de la cofradía se ubicó en la Iglesia del Carmen siendo su primer hermano mayor José Antonio Pérez González. Al igual que sus antecesoras muy pronto fueron surgiendo sus diferentes agrupaciones: en 1946 la de la Stma. Virgen del Amor Hermoso, talla de González Moreno -al igual que la imagen del titular-, que irá bajo palio con arreglo a la costumbre sevillana. A ésta siguieron el grupo de la Aparición de Jesús a la Magdalena, del mismo escultor (1947); el de la Resurrección, de F. Coullant Valera (1949); el grupo de la Aparición de Jesús a los discípulos de Emaús, de Coullant (1957) y soldados romanos (1953). Completaron el escenario del cortejo la Aparición de Jesús a los discípulos de Emaús; la Aparición a Santo Tomás; Santo Ángel de la Resurrección; Aparición de Jesús en el mar de Tiberiades; sepulcro vacío o anuncio de la resurrección a las Santas Mujeres, Agrupación de Damas y la de porta-pasos.

    Los hermanos mayores conservaron su jerarquía dentro de la hermandad y continuaron siendo los dirigentes del proceso de construcción y desarrollo del festejo penitencial. Se les rendirá toda clase de pleitesía y no se reparó en elogios hacia su labor, no en vano su posición privilegiada dentro de las hermandades transcurrió paralela al apoyo económico que prestaban. Dirigieron las cofradías con especial autoridad en la fase de eclosión de las agrupaciones, por parte marraja, Juan Antonio Gómez Quiles, acaudalado banquero -al que apoyaron sus hermanos Inocencio y Juan-, Juan Muñoz Delgado (mayo 1942, de forma efectiva, hasta 1953), Antonio Ramos Carratalá (abril de 1940-mayo 1942 y, más tarde, de julio de 1953 hasta enero de 1966) y José Mª de Lara Muñoz-Delgado (1966-1981). Apuntalaron la hermandad en su momento de renovación: Ángel Gómez Moreno, Cleto Sanz Miralles, Salustiano Muñoz-Delgado Doggio, Félix Fernández, Ramón Martínez Jiménez y Jacobo Sánchez Rosique, entre otros. (Cartago Nova, abril, 1930).

    Por parte california, José Duelo Gimet, al que siguieron, tras la guerra civil, Juan Moreno Rebollo, Marqués de Fuente el Sol, Francisco Celdrán Conesa, Juan Alessón López, Pablo Francisco López Álvaro (ya en época reciente, en noviembre de 1981), sin mencionar los más modernos.  Personajes de gran carisma en los años treinta fueron Alberto Duelo Gimet, Juan Alessón López, Juan de la Rocha Sauvalle, Juan Soro Macabich y José Iglesias Moncada.

    La Cofradía del Cristo del Socorro, aunque más austera -la flor del trono la donaban vecinos de las calles por donde transcurría la procesión y los mismos hermanos; no llevaban tambores, cornetas ni música; solo desfilaban en rogativa de penitencia colectiva por la paz del mundo y únicamente destacaba el rezo de las estaciones del Vía Crucis y del Santo Rosario- también contó con preclaros directores: en 1911 presidía la hermandad el abogado Vicente Monmeneu y López Reynoso, siendo hermano destacado Luis Angosto Lapízburu, gran impulsor de la misma. Veinte años después fue Hermano mayor el intendente de la Armada, José Moya Quetcuti. (Véase una relación histórica de los hermanos mayores de las cofradías pasionarias en VICTORIA MORENO, 1990: 420-423)  

    Cualquier intento democratizador en el seno de las cofradías encontró serias dificultades. Por el grupo de cofrades marrajos fue abortada la costumbre de renovar los cargos directivos una vez pasado el periodo de procesiones. El argumento esgrimido no fue otro que el del perjuicio que ocasionaba a los intereses de la cofradía la mencionada norma, ya que no posibilitaba continuidad alguna a la labor emprendida por el hermano mayor de turno. Todo apuntaba a la desaparición de las votaciones y a que los cargos se ostentasen perpetuamente mientras no se demostrase incapacidad en la labor encomendada. Las tres reglas de oro que debían cumplirse eran fe, entusiasmo y sacrificio. Además en el cabildo marrajo del 5 de junio de 1941 se dispuso mantener su jerarquía los hermanos que hubiesen ocupado cargos y continuar en la directiva ocupando cargos de comisario o consiliario.

    Los marrajos rindieron a Juan Muñoz Delgado los mayores elogios durante toda su etapa de hermano mayor, desde 1942 a 1953, mostrando signos de una honda veneración, o lo que es lo mismo, reproduciendo el mesianismo tan característico del estamento castrense. No faltaron animadores y fieles comparsas: destacada fue la ofrenda de la Agrupación de la Agonía de un retrato al óleo de Muñoz Delgado que se colocó en el local de la hermandad en abril de 1946; el hermano Antonio Cárdenas fue el gran delfín de Muñoz, en cada cabildo repetía los mismos elogios y pedía el aplauso general para el hermano mayor -el insustituible, el indiscutible hermano que tan sabiamente dirige la nave marraja-. Proclamas similares brotaron de Mariano Pérez Antón en mazo de 1949 con ocasión de la construcción de la Casa-Almacén marraja en la Iglesia de Santa María.