En la sociedad campesina de la Región de Murcia cada uno de los momentos de la vida venía marcado por las costumbres que pasaban de generación en generación, de padres a hijos, a través de la tradición oral. Tanto los nacimientos como el paso a las diferentes etapas de la vida quedaban marcados por la fuerte religiosidad reinante entre agricultores, ganaderos, jornaleros y artesanos. Así bautizo, Primera Comunión, matrimonio o misas de difuntos definen claramente las divisiones entre la niñez, adolescencia, madurez y vejez.

Estas mismas creencias hicieron que el devenir diario de las poblaciones rurales quedara salpicado por toda una serie de ritos y actividades mágicas o esotéricas que buscaban propiciar la salud a lo largo de la vida o la buena muerte en el caso de las defunciones.

La llegada al mundo de un hijo o hija era el momento más deseado por las nuevas parejas. La atención de la familia hacia la mujer durante el embarazo y en el parto se veía complementada con oraciones y dichos que conformaban el nacimiento. En determinadas ocasiones las parejas que no habían concebido un hijo al poco tiempo de casados realizaban rituales relacionados principalmente con el agua con el fin de sanar su esterilidad.

En los primeros días de vida del bebé afloraban los remedios contra el “mal de ojo”, colocando un lazo de color rojo en el carrito o una campanilla en la cuna para distorsionar la atención de posibles miradas cargadas de malaventura.

Tras la infancia llegaba la niñez y, con el paso del tiempo, los muchachos se adentraban en una nueva etapa crucial en la vida, la pubertad, periodo marcado por cambios fisiológicos y el incremento de relaciones sociales entre jóvenes.

Con el nombre de época casadera se define el momento en el que tanto hombres como mujeres poseen la edad suficiente como para formar una familia. También aquí existían rituales propiciatorios para encontrar a la mejor novia o al futuro marido.

Romerías, ferias y bailes representaban momentos del calendario festivo idóneos para entablar relaciones y empezar el noviazgo junto a la ermita, al amparo de los santos protectores. A la conformidad de ambas partes y el intercambio de regalos le seguía la petición oficial del matrimonio por parte del mozo y la aprobación de la familia de la novia.

El matrimonio era el acto más destacado de las costumbres familiares y un ritual sobrecargado de símbolos. En la boda, los novios acudían al templo religioso con sus mejores galas para después ofrecer a familiares y amigos un buen banquete, siempre que la situación económica lo permitiera.

Por último llegaba el horizonte de la muerte. La tradición cristiana de la Región de Murcia y su herencia medieval dejaron numerosas cofradías o hermandades que contemplaban entre sus obligaciones el auxilio de orden material, pero también acompañar a sus miembros a “bien morir”, orando junto a la cabecera de su lecho o permaneciendo en una habitación próxima a la casa. Posiblemente sea la muerte el momento que más ritos, vaticinios o adivinaciones llevaba asociados en el mundo rural. En la mayoría de los pueblos campesinos los “avisos” o presagios de muerte se advertían de mil maneras, especialmente observando el comportamiento de ciertos animales domésticos o con la presencia inesperada de personas con alguna tara física.

Al llegar el último estadio de la vida, al difunto se le cerraban los ojos, se encajaba su mandíbula y posteriormente se amortajaba. El velatorio quedaba instalado en el hogar familiar desde donde partía hacia la iglesia y a su última morada, la sepultura en el cementerio.