La base de la estructura social de la vida en el campo durante los siglos XVIII, XIX y XX la constituyó la familia entendida como padre, madre, hijos e hijas.

La base de las comunidades campesinas era el patriarcado ejecutado con cierta libertad y respeto, donde la autoridad suprema era el padre o el ascendiente varón de mayor edad ya que el duro trabajo en el secano conducía a una sobrevaloración del hombre. Estas estructuras familiares de corte tradicional encerraban el afecto y la sensibilidad ante problemas comunes.

Las familias eran pequeñas, nucleares, y solía ser extraño que viviera en el hogar más de una pareja, en parte por la poca disponibilidad de las explotaciones para sostener más de una familia y porque, debido a la dureza del trabajo en el campo y a la baja esperanza de vida apenas había ancianos.

Las relaciones entre sus miembros también presentaban una clara división, la madre se encontraba más cerca de las hijas por afinidad laboral en el hogar y el padre junto a los hijos trabajaba la tierra.

Desde pequeños la confianza entre padre e hijo solía forjarse día a día compartiendo actividades y oficios. El trato entre ellos era en ocasiones duro ya que debido a las condiciones de vida el amor y la complicidad apenas podían percibirse. De forma habitual el padre entregaba una parte de sus tierras a su hijo para que las trabajara por su cuenta y adquiriera los conocimientos propios del campo, asegurándose de esta manera una salida profesional con la que poder mantener a su futura familia.

Los hijos realizaban las faenas propias de su oficio hasta que se casaban, momento en el cual se establecían por su cuenta como jornaleros, labradores, artesanos o desarrollando cualquier otro trabajo relacionado con la vida campesina.

Normalmente el hijo menor permanecía en casa con los padres para cuidarlos en su vejez, heredaba la vivienda y se hacía cargo del ajuar familiar.

Por otra parte las hijas ayudaban a la madre en las labores del hogar, alejándose de él por lo general al contraer matrimonio, pasando a vivir en la casa que había pertrechado su marido.

Sin duda alguna, el hogar, el trabajo, las relaciones de vecindad, los acontecimientos sociales, las festividades, el entorno urbano y las relaciones con los señoríos influyeron a lo largo de los siglos en la conformación de las estructuras campesinas murcianas.