Free cookie consent management tool by TermsFeed El paisaje huertano - El paisaje huertano II - Región de Murcia Digital
NATURALEZA

El paisaje huertano

El paisaje huertano II

 

       Todo paisaje es el resultado de la interacción del hombre con su entorno durante muchas generaciones. El hombre con sus actividades agrarias y ganaderas ha configurado el paisaje y, al mismo tiempo, éste le ha influido determinantemente en su cultura, en su forma de entender la vida.

Nuestro paisaje de la huerta es el fruto de las actividades de sus pobladores durante miles de años. Hoy sabemos que en la Edad de Bronce ya se cultivaban en la Región cereales y se pastoreaban ganados de cabras y ovejas. Que fenicios y cartagineses introdujeron numerosas especies vegetales como los granados, las palmeras datileras o los almendros. Que los romanos trajeron del oriente nuevos artilugios como norias y acueductos para facilitar el riego de los cultivos y que, posteriormente, los árabes perfeccionarían el sistema de riegos llevando el agua hasta el último rincón de la huerta mediante acequias y azarbes.

Que los repobladores venidos del norte peninsular tras la reconquista continuaron cultivando estas tierras y sus descendientes introdujeron variedades y cultivos tan significativos para un murciano como la morera y la seda, o ya en la época moderna, que nuestros bisabuelos y abuelos inundaron nuestras huertas de naranjas y limones.

Pero, al mismo tiempo, esta tierra y su clima han determinado el carácter y la cultura tradicional de sus habitantes: una vestimenta propia de climas templados con inviernos suaves y veranos calurosos, unas casas, las barracas, construidas con materiales baratos y abundantes (adobes de barro y cañizo, por ejemplo), unos alimentos fruto de la tierra que cultivaban y conservados mediante técnicas como la salazón muy apropiadas en climas calurosos, unas fiestas en honor de Santos y Vírgenes que “traían agua” o “protegían las cosechas” …

Hombre y paisaje, paisaje y paisanaje son interdependientes, se necesitan mutuamente para ser y mantenerse como son, para su estabilidad.

No puedo estar más de acuerdo con Miguel Delibes cuando dice que “la destrucción de la Naturaleza no es solamente física, sino una destrucción de su significado para el hombre, una verdadera amputación espiritual y vital de éste. Al hombre, ciertamente, se le arrebata la pureza del aire y del agua, pero también se le amputa el lenguaje, y el paisaje en el que transcurre su vida, lleno de referencias personales y de su comunidad, es convertido en un paisaje impersonal e insignificante”.

Hace no mucho tiempo, volviendo a casa del trabajo, escuché en la radio del coche la contestación que dio un viejo huertano que vivía en Santiago y Zaraiche a la simpática periodista que le preguntaba, con motivo de un programa acerca de las nuevas áreas de expansión de la ciudad, si estaba contento porque le ofrecían más de 40 millones por una tahúlla y su casa vieja. El anciano le contestó: ¿cómo voy a estar contento? Me compran la tierra y la casa, y me la pagan mejor que nunca hubiese soñado, es cierto, pero qué va a ser de mí después? ¿Qué pinto yo metido en un piso en Murcia o en una residencia de ancianos? No hija, no estoy contento, sino muy triste, todo lo que soy esta aquí, mi casa, mis recuerdos, mi huerto, mis amigos, lejos de aquí no soy nada…

Huerto de naranjos en primavera
Huerto de naranjos en primavera
© Julio Pedauyé

Huerto de limoneros en primavera
Huerto de limoneros en primavera
© Julio Pedauyé

Huerto de ciruelos a principios de abril
Huerto de ciruelos a principios de abril
© Julio Pedauyé

 

Autor: © Julio Pedauyé Ruiz