Plano de Villamarzo. Representa Carthago Nova con el Estero y el Mar de Mandarache en el siglo I
Plano de Villamarzo. Representa Carthago Nova con el Estero y el Mar de Mandarache en el siglo I

   Contamos con un excepcional documento histórico, el relato de Polibio de Megalópolis, quien nos la describe en varios pasajes de sus Historias con un realismo sólo propio de quien pudo contemplarla con sus propio ojos y que tiene un valor añadido, pues su visión de la ciudad estaría más cercana a la realidad de la ciudad púnica que a la posterior romana. Aquel texto ha servido de base para numerosos estudios sobre la topografía antigua, destacando en tiempos recientes los llevados a cabo por Antonio Beltrán y Julio Mas.

Texto donde describe Polibio la topografía de Carthago Nova

   "Está situada hacia el punto medio del litoral español, en un golfo orientado hacia el Sudeste. La profundidad del golfo es de unos veinte estadios y la diferencia entre ambos extremos es de diez; el golfo, pues, es muy semejante a un puerto. En la boca del golfo hay una isla que estrecha enormemente el paso de penetración hacia dentro por sus flancos. La isla actúa de rompiente del oleaje marino, de modo que dentro del golfo hay siempre una gran calma, interrumpida sólo cuando los vientos africanos se precipitan por dos entradas y encrespan el oleaje. Los otros, en cambio, jamás remueven las aguas, debido a la tierra firme que la circunda. En el fondo del golfo hay un tómbolo, encima del cual está la ciudad, rodeada de mar por el Este y por el Sur, aislada por el lago al Oeste y en parte por el Norte, de modo que el brazo de tierra que alcanza al otro lado del mar, que es el que enlaza la ciudad con la tierra firme, no alcanza una anchura mayor que dos estadios.

   El casco de la ciudad es cóncavo; en su parte meridional presentaba un acceso más plano desde el mar. Unas colinas ocupan el terreno restante, dos de ellas muy montuosas y escarpadas, y tres no tan elevadas, pero abruptas y difíciles de escalar. La colina más alta está al Este de la ciudad y se precipita en el mar; en su cima se levanta un templo a Asclepios. Hay otra colina frente a ésta, de disposición similar, en la cual se edificaron magníficos palacios reales, construidos, según se dice, por Asdrúbal, quien aspiraba a un poder monárquico. Las otras elevaciones del terreno, simplemente unos altozanos, rodean la parte septentrional de la ciudad. De estos tres, el orientado hacia el Este se llama de Hefestos, el que viene a continuación, el de Aletes, personaje que, al parecer, obtuvo honores divinos por haber descubierto unas minas de plata; el tercero de los altozanos lleva el nombre de Cronos. Se ha abierto un cauce artificial entre el estanque y las aguas más próximas, para facilitar el trabajo a los que se ocupan en cosas de la mar. Por encima de este canal, que corta el brazo de tierra que separa el lago y el mar, se ha tendido un puente para que carros y acémilas puedan pasar por aquí, desde el interior del país los suministros necesarios" (Polibio, X, 10).

   Pero a las fuentes escritas se unen los descubrimientos que la arqueología ha desvelado y que confirman o desmienten los datos aportados por las fuentes y los estudios historiográficos. Con un ligero error de orientación (el Noroeste por el Norte), lo descrito por Polibio es aún reconocible en buena parte de la topografía actual.

   Así, la imagen que desde la entrada de la bahía nos revela Polibio no ha diferido sustancialmente de la que hoy podemos ver, aunque conviene precisar que algunos cambios relativamente modernos distorsionan aquella percepción. El primero debe concretarse en la vertiente marítima de la ladera del Castillo de la Concepción, la más elevada de la ciudad y también la más abrupta, cuyos escarpes hay que imaginarlos cayendo al mar desprovistos de las actuales construcciones sobre la Muralla de Carlos III y del mismo muelle de Alfonso XII. La existencia de tal barrera montañosa impedía a todas luces su elección como lugar para el establecimiento de un muelle en época antigua, favoreciendo en cambio su emplazamiento en lo que, entonces, constituía el último tramo del puerto, un ancho brazo de mar que se adentraba por las actuales plazas de Héroes de Cavite y Ayuntamiento hasta alcanzar el primer tramo de la calle Mayor, continuando por las calles Bodegones y Villamartín.

   A partir de la plaza de Castellini debió existir una zona de tránsito gradual entre el área portuaria propiamente dicha y otra de aguas más someras, que se adentraría a modo de playa hasta la calle Marcos Redondo, en cuyas inmediaciones desembocaría la rambla de Benipila; un cauce que desde tiempos prehistóricos divagó hasta ese emplazamiento forzado por la acumulación de sus propios depósitos aluviales, formando un tramo de tierra firme, la actual Alameda de San Antón, que separaba la playa de la laguna.

   Así pues, la comunicación entre el mar y la laguna en época romana debió establecerse en el tramo que hoy ocupan las calles del Carmen y Santa Florentina. La cita de Polibio, que alude a la apertura de un canal artificial entre el estanque y el mar, podría encontrar su refrendo tras la intervención arqueológica que recientemente se ha llevado a cabo en un solar de la calle Santa Florentina, donde se ha documentado una alineación de bloques de arenisca, que separaba dos ambientes sedimentarios diferentes, uno emergido perteneciente a la estribación occidental del cerro del Molinete y otro claramente marino.

   La disposición de la laguna, en lo que a su contorno respecta, ofrece menos dudas. Su mantenimiento hasta fechas recientes, el importante acopio de información gráfica en época medieval y moderna, así como el testimonio de las dos necrópolis que se emplazaron a sus orillas, dejan un escaso margen de error. La laguna mantuvo una conexión con el mar y ésta permitió el mantenimiento de una fauna malacológica muy semejante a la actual del Mar Menor, como lo demuestran los testigos procedentes de los sondeos practicados en 1982 en un solar de la calle Ramón y Cajal.

   De haber sido así en tiempos de Polibio, y todo parece indicar que sí, no nos hallaríamos ante un lago, ni laguna ni estanque, sino ante un pequeño mar interior. El mantenimiento de la comunicación entre uno y otro garantizaría en precario su supervivencia, amenazada por los constantes aportes que vienen colmatando la llanura aluvial.