La escasa documentación del período árabe en Murcia, cuyas referencias se limitan a los catálogos cartográficos y anecdotarios de algunos geógrafos árabes no permiten documentar la Historia del Jimenado en este período, si bien existe la hipótesis de que la localidad sería una alquería perteneciente a Ibn al Salt.

  Los terrenos de El Jimenado habrían sido donados en el siglo XIII a Pedro Fajardo, cuya familia los tendría en posesión y con diferentes arrendatarios hasta el siglo XVI. Tras ser propiedad de los Fajardo quedarían liberados los vecinos de este señorío, para pasar a depender de la Corona.

  Existe documentación del siglo XV sobre cesiones de tierras a distintos propietarios, en 1450 a Juan de Riazas, a Alonso de Tordesillas y a Sancho Teruel, con la condición de que se comprometieran a construir una torre de defensa. Pero la repetición en 1465 de este condicionamiento en la cesión de terrenos a Juan de Carmona indica que la torre no se había llegado a construir. Esta torre, como otras muchas en el entorno del Campo de Cartagena, tendría el objetivo de defender la zona de los ataques berberiscos.

  Las cesiones de tierra continuarían a lo largo de los siglos XV, XVI y XVII, cuando en algunos documentos se cita el topónimo de Aljimenado, describiéndose las tierras de la zona como de labor y de abundante caza de perdices y conejos, así como de terrenos para pastos, cultivo de esparto, barrilla, lentisco, olivo, vid y trigo. De estos siglos sería también la primera ermita, construida frente al aljibe y dedicada ya a la Virgen de la Consolación, puesto que se llega a nombrar la zona como Partido de la Consolación.

  Es en 1713 cuando consta ya esta población como aldea de realengo. Y al siglo XVIII pertenecen muchas de las concesiones de hidalguía que la Corona haría a distintas familias de la población, como los Pedreño y los Roca, cuyos caseríos, dispersos a lo largo del término, estarán presididos por sus escudos de armas. En el itinerario de carreras de postas de 1761 aparece nombrado El Jimenado, así como en los planos del Obispado y en algunos documentos que advertían de las infracciones del ventero del lugar, que cobraba el agua del aljibe de la localidad a los transeúntes, que allí paraban a abastecerse.