Durante el siglo XIX la configuración de la localidad cambiaría solo un poco. Seguiría siendo un lugar de población dispersa y abundantes cultivos. En 1863 la localidad ya contaba con alcalde pedáneo. En 1865 se inauguraría el puente, que daría acceso a la población de manera más eficiente y cómoda. Un censo de 1887 contaba en la población unos 1.200 habitantes, lo que significaba un aumento considerable de sus valores demográficos.

 Primeros edificios

  Es a finales de este siglo XIX cuando las barracas, construcciones precarias, fueron desapareciendo para dar paso a edificios de más consistencia, y con ello la población fue congregándose en torno a la calle principal, a través de la que se generaría el pueblo. Un episodio destacado de esta época da una idea del carácter de los algaideros. La mayor parte de las tierras eran propiedad del marqués de Corvera, que las vendió al político Juan de la Cierva y Peñafiel, quien se apresuró a cambiar el sistema de arrendamiento de las tierras, lo que perjudicaba claramente a los agricultores, acostumbrados a poder cultivar para su subsistencia.

  Los algaideros, ante la injusta situación, crearon una junta o asociación de vecinos, que presionó al propietario hasta que éste cambió de nuevo el sistema de producción y cultivo. Tras la Guerra Civil (1936-39) los cultivos habían quedado ya muy repartidos entre la población algaidera, sobre todo a raíz de las expropiaciones de la época republicana.

  Desde 1912 la localidad dispuso de una ermita, situada donde hoy día se erige la iglesia parroquial, y como aquella, dedicada a la Virgen del Rosario. En los recuerdos de los vecinos del pueblo durante el pasado siglo XX se mezclan el famoso alambre, que unía la vecina Los Torraos con La Algaida, y que era cruzado por los vecinos con habilidad, incluso cargados con capazos de habas, albaricoques o alfalfa. A partir de los años 50' comenzaron a despuntar las fábricas de conservas, que aún funcionan en la población, muy dedicada también al sector servicios y con una creciente vocación de ser un lugar residencial, que aún conserva huertos cultivados y la apreciada vereda del río.