Los hornos han experimentado una lenta evolución desde las primeras producciones cerámicas neolíticas: del simple hoyo prehistórico, el horno evoluciona hasta una compleja estructura diseñada para dirigir y contener el calor del fuego, formando parte de un gran complejo industrial en la que todas las actividades alfareras están perfectamente planificadas.

Características generales

     Los alfares presentan generalmente una serie de características comunes: se sitúan en las proximidades de cursos de agua, pues el fácil acceso a este elemento, además de las arcillas que se recogen en los márgenes fluviales, facilita la producción cerámica. Además están próximos a vías de comunicación con el fin de dar salida a sus productos. En el caso de Lorca, los alfares están situados junto al río Guadalentín, por donde discurría la antigua Vía Augusta, vía de comunicación que comunicaba el litoral con las tierras altas de Andalucía; esto permitía además la absorción de nuevas ideas y técnicas, como fue el uso del torno.

     Se construían extramuros de los núcleos urbanos, de manera que los posibles humos o incendios no afectaran a las áreas habitadas. Así lo establece la Ley de Urso (Osuna, año 44 a.C), en su capítulo 76, la cual estipulaba la obligación de que los talleres industriales se ubicaran fuera de la ciudad, estableciendo duras sanciones a los infractores.

Proceso de fabricación

     Ocupaban una superficie bastante amplia, con el fin de poder distribuir convenientemente los espacios necesarios para las diferentes fases productivas. Además de los hornos, cuyas cámaras de cocción estaban orientadas a un patio central, existían zonas especiales donde se realizaba el tratamiento y manipulación de la arcilla. A la depuración manual, le sucedía la adición de agua; a continuación era filtrada en cedazos e hidratada en piletas (balsas de decantación), donde se eliminaban las impurezas que pudieran alterar la cocción de las cerámicas. A continuación se le daba la forma definitiva en la zona de torneado, pasaba a la zona de secado y por último se cocía en los hornos. Las cerámicas defectuosas se arrojaban a vertederos, llamados testares. Por último, había espacios destinados al almacenamiento de los productos ya preparados para su venta, distribución y para el alojamiento de los trabajadores del alfar.