Free cookie consent management tool by TermsFeed CRÓNICA DE LA FINAL DE LA XLVI EDICIÓN DEL FESTIVAL INTERNACIONAL DEL CANTE DE LAS MINAS - Región de Murcia Digital
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CRÓNICA DE LA FINAL DE LA XLVI EDICIÓN DEL FESTIVAL INTERNACIONAL DEL CANTE DE LAS MINAS

CRÓNICA DE LA FINAL DE LA XLVI EDICIÓN DEL FESTIVAL INTERNACIONAL DEL CANTE DE LAS MINAS

José Francisco Ortega Castejón
José Francisco Ortega Castejón

José Francisco Ortega Castejón

Universidad de Murcia

Ayer tuvo lugar la clausura del XLVI Festival Internacional del Cante de las Minas de La Unión. Con un lleno a rebosar, el público disfrutó de una jornada en la que los participantes de las modalidades de cante, baile y guitarra que pasaron a la final dieron lo mejor de sí en su afán por conseguir alzarse con el triunfo de sus respectivos concursos.

El ganador del prestigioso trofeo, la Lámpara Minera, fue Miguel de Tena Martínez, al que sinceramente felicitamos desde aquí. La decisión del jurado fue acogida con aplausos por la mayor parte del público, aunque también hubo quien se encogió de hombros, no por no estar de acuerdo con el fallo, sino por considerar que tal vez el premio debió quedar desierto. Según las normas que rigen en el concurso, para alzarse con la Lámpara Minera es necesario conseguir el primer premio de Mineras y otro primer premio en cualquier otro de los estilos mineros. Miguel de Tena, además del máximo galardón por Mineras, también obtuvo el primer premio de Tarantas y esta decisión posibilitó su triunfo. Sin embargo, su interpretación de la taranta, al menos en la final de ayer, no fue todo lo redonda que cabría desear. En muchos cantaores se aprecia una tendencia a gritar, y cuando esto ocurre es frecuente que se pierda el control de la línea melódica del cante. Y a ello hay que añadir otra cuestión y es el acompañamiento al toque que a veces se ven obligados a “sufrir” los concursantes. No discuto que sea una opción muy legítima el querer renovar el lenguaje armónico de la guitarra, pero esta moda que últimamente han adoptado algunos tocaores de introducir nuevos acordes o de perderse por falsetas inverosímiles en lugar de estar al quite y “orientar”, ayudan muy poco o nada a que el cantaor se centre. En unos cantes tan complejos como son los cantes mineros, con una línea melódica tan difícil de controlar, precisamente por los cromatismos que la caracterizan, pienso que no hay porqué añadir más escollos. Al menos en los concursos. Otra cosa es que cantaor y tocaor hayan tenido tiempo y lugar de compenetrarse y trabajar a fondo. De todas formas, atención y mesura y recordar que el uso indiscriminado de la disonancia, la introducción de más y más cromatismos supuso en la música clásica el fin de la tonalidad y el nacimiento de nuevos sistemas de composición. Y no sería descartable que, a este paso, nos viéramos abocados al flamenco en clave dodecafónica. Lo cual no significa que yo esté en contra: la novedad, nunca carente de riesgo, me resulta muy apetecible. Lo que ocurre es que tratándose de cantes ya conformados, ¿para qué darles otros barnices si no es necesario? Experimentemos con lo nuevo y seamos respetuosos con la tradición. ¿Qué pensaríamos de un Beethoven a ritmo de heavy? 

¿Qué decir del resto de los premiados? Acertados me parecieron los premios otorgados a Juan Antonio Camino (siguiriya) y a Pedro Bermejo Peralta (tangos extremeños). Aplaudido también fue el concedido a Antonio José Mejías, aunque también tuvo sus más y sus menos con la cartagenera. Isabel Rico obtuvo el premio a la mejor malagueña, en una interpretación si se quiere correcta (salvo leves desafinos que tienden a deslucir una línea melódica tan lírica como la de las malagueñas), muy bien acompañadas (excelente Fernando Rodríguez, también por alegrías) y ornadas con algunos recursos expresivos (recoger la voz en momentos precisos o dejar la melodía suspendida por un instante, como en un suspiro) pensados para emocionar más al oyente.

El comienzo de la salida por soleá de Domingo Herrerías nos dejó literalmente pegados a los asientos: ¡qué poderío de voz, que colocación! Pero debe llevar cuidado este cantaor pues a veces se relaja en exceso y su voz se convierte ñoña e insípida.

Juan Pinilla Martín obtuvo el premio a la mejor murciana. Hizo el cante que en su día popularizada Manuel Ávila –que probablemente aprendió del Cojo de Málaga, aunque alguna vez dijera no recordar cuál fue su fuente- y lo hizo con corrección salvo leves deficiencias en los arranques de algunos tercios. También estuvo correcto en la minera, con menos garra si se quiere que Miguel de Tena, pero correcto. Ahora bien, donde desbarró y de lo lindo fue en la levantica. Para olvidar… y seguir estudiando.

      En el apartado de baile, hubo algún malintencionado entre el público que comentó que en el primer premio otorgado a María Juncal pesó más su hermosura que su “flamencura”. Realmente daba encanto verla allí en el escenario irradiando como un sol. Pero más allá de algún arrebato taconeril bien respaldado por los palmeros, muchos quisimos ver más arte en las manos y los brazos de Pilar Ogalla, que se alzó con el siempre inconsolable segundo premio.

Alguna decepción también se pudo apreciar en Cayetano Moreno, un tocaor de la tierra, que consiguió el segundo premio de la modalidad de guitarra. Probablemente nuestro guitarrista albergara mayores esperanzas. El primer premio, el Bordón Minero, fue para Juan José Rodríguez. Comenzó su actuación creando en el público unos momentos de desasosiego, con un quita y pon del micrófono y con una sesión de temple de la guitarra que se hizo interminable. Pero cuando comenzó su actuación hizo gala de un potente sonido y desplegó su mejor virtuosismo para ganarse al respetable. Tal vez donde mejor estuvo fue en la malagueña, aunque el remate por verdiales parecía no tener fin, repitiendo una y otra vez la misma cadencia. De todas formas, y no sólo es mi opinión, lo que nos ofrecen los concursantes en la modalidad de guitarra suele ser muy aburrido, y salvo esos momentos espectaculares en los que se deslizan como surfistas por escalas que suben y bajan de manera vertiginosa, no terminan de engachar al público, salvo a los especialistas. Y la razón es sencilla: los oyentes se enfrentan a una suerte de acertijo musical. Habitualmente en sus interpretaciones escuchamos una suerte de puzzle compuesto de falsetas empalmadas, en ocasiones sin orden ni concierto (no se atisba estructura alguna que las sostenga) que más se aproxima al número circense (por la dificultad) que a la verdadera música. Puro fuego de artificio. Personalmente hecho en falta que a estos concursantes no se les obligue a demostrar que también saben acompañar el cante. Sí que es verdad que la guitarra flamenca de concierto avanza de forma imparable; pero, a mi juicio, no debieran perderse de vista los orígenes. Y éstos están en el cante, en el perfecto maridaje del toque con el cante.

Y ya para concluir, lejos de algún mohín de resignación o alguna pequeña decepción, lo que se observó en la entrega de premios era alegría en general. Y no había razón para menos: todos los finalistas, premiados; el público, al parecer satisfecho (con algún que otro cabeceo resignado pues “no había mucho dónde elegir”). Y satisfacción también en el jurado pues con su decisión, digamos salomónica, dejó contentos a todos. A ver qué ocurre el año próximo.