La parroquial de la Asunción

    Durante siglos la torre de la Iglesia de Santa Maria de la Asunción, nuestra entrañable Santa María la Vieja, presidió, desde las faldas del monte de la Concepción, el trajín ciudadano y portuario de Cartagena. Sus campanas marcaron, durante mucho tiempo, las vidas de generaciones de cartageneros. El crecimiento de la ciudad, en los siglos XVIII y XIX, relegó el templo al olvido, pero hasta entonces, muchas de las emociones y anhelos de los ciudadanos de Cartagena fueron materializados en él.

    A lo largo de los siglos XVII y XVIII la iglesia, la considerada por los cartageneros de entonces la ''Catedral Antigua'' fue el puntal de las reclamaciones -más insistentes conforme Cartagena se iba convirtiendo en uno de los centros comerciales y militares más importantes de la costa mediterránea- que exigían el regreso de la cátedra episcopal cartaginense a su sede originaria. Esa reivindicación nunca fue satisfecha, pero generó una rica mitología alrededor de los orígenes primitivos del cristianismo cartagenero.

    Es precisamente en ese tiempo cuando comienza a surgir la relación entre la iglesia de la Asunción y el apóstol Santiago. Las noticias sobre Santiago el Mayor en Cartagena aparecieron en la ciudad en la segunda mitad del siglo XVII, y pronto pasaron a formar parte de la mitología piadosa local, tanto con el ''descubrimiento'' del muelle de Santiago en Santa Lucía como con la temprana conexión entre Santiago y el templo de la Asunción. Así desde principios del siglo XVIII la iglesia parroquial aparece como centro de la acción evangelizadora jacobea.

    Cuando en 1777 el cabildo de beneficiados de Cartagena se trasladó a Santa María de Gracia, todavía en obras, la vieja iglesia de Santa María de la Asunción quedó literalmente abandonada. Muebles, ornamentos, incluso el órgano, fueron trasladados apresuradamente al nuevo templo, quedando únicamente en la vieja basílica el culto al Cristo Moreno y las imágenes de los Cuatro Santos y de Nuestra Señora del Rosell. Santa María la Vieja quedó así desplazada al papel secundario de ayuda de parroquia, aislada en su incómoda posición en la ladera del monte.

    Pronto se inició un proceso de ruina paulatina. El culto, cada vez más incomodo ante la proliferación de otras iglesias y conventos en la zona llana de la ciudad, quedó reducido al mínimo. Su valoración artística, en plena época neoclásica, a finales del XVIII, era totalmente negativa, presentada como obra menor y de ínfima calidad de un momento de decadencia del gótico tardío. Por último, los costes de una reconstrucción se mostraban como excesivos para las necesidades de Cartagena.

    En los primeros años del siglo XIX se efectuaron varios informes sobre una posible obra de consolidación y restauración, pero la iglesia quedó abandonada a su suerte, y el proceso de ruina continuó entre el desinterés de las sucesivas corporaciones municipales, en medio de los crecientes conflictos políticos que jalonaron la mayor parte del siglo XIX.

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Revista Cartagena histórica, nº 21