Reticulado a base de pirámides de la Torre Ciega [Carthago Nova]
Reticulado a base de pirámides de la Torre Ciega
Cipo funerario. Museo Arqueológico de Cartagena [Carthago Nova]
Cipo funerario. Museo Arqueológico de Cartagena

Las necrópolis o cementerios romanos quedaban situados en el exterior de la ciudad, a ambos lados de las vías principales de entrada a la población, exponiendo así los mausoleos de las familias relevantes de la urbe a las miradas de viajeros y ciudadanos.

Los enterramientos ubicados cerca de las puertas principales de la muralla eran los más cotizados por lo que correspondían a las familias notables de la ciudad, quedando enterrados en él las sagas de personajes adinerados o significativos de la población.

Las necrópolis abarcaban diferentes líneas de enterramientos a derecha e izquierda, paralelas a la vía principal, con ubicaciones de menor coste.

Los espacios de enterramiento se encontraban separados, marcándose sus lindes mediante piedras semicirculares ubicadas en las aceras. Además, el propietario podía elevar un muro marcando su parcela, dentro del cual construía el sepulcro, como se aprecia en el yacimiento de la puerta de Herculano en Pompeya.

Los romanos empleaban diferentes tipologías de sepulturas, atendiendo a su economía. Entre ellas destacan:

Fosas comunes o putticuli. Simples agujeros en el suelo a modo de pozos donde se introducía a los individuos más modestos de la población (en Mérida se conserva uno de estos putticuli en el que se ha comprobado que existen cuerpos colocados, arrojados a su interior, e incluso existe la hipótesis de que algunos intentaron amortiguar su caída con los brazos).

Columbarium. Enterramiento colectivo excavado en la roca o construido en obra, con nichos colocados formando columnas y filas donde se introducían las urnas con las cenizas de los difuntos. A las sepulturas se le adhería a modo de tapa una lápida con inscripción. Su uso se extendió entre las clases medias y bajas hasta el siglo III d.C.

Fosas individuales. Estos enterramientos individuales se identificaban colocando una estela o piedra con el nombre del difunto, un pedestal con inscripción o un ara que guardaba en su interior la urna funeraria.

Grandes monumentos funerarios como mausoleos o panteones. Las familias nobles o adineradas de la ciudad construían verdaderos mausoleos que podían albergar los cuerpos o las cenizas de uno o varios miembros de la misma gen. Así, existían construcciones que recreaban la morfología de templos rectangulares, circulares e incluso pirámides. Normalmente se construían con muros de sillar y cobertura de bóveda de cañón, demostrando así la riqueza de su propietario. Algunos de estos sepulcros eran verdaderas obras de arte en grandiosidad y decoración con guirnaldas de flores, ofrendas o pinturas, representando simbólicos dibujos de barcos, caballos y con claras referencias al placer de la vida.

Cenotafios. En algunas ocasiones se erigían edificaciones como recordatorio de la importancia del fallecido, sin contener el cuerpo del difunto. Podía tratarse de monumentos con grandes altares e incluso templetes circulares que a través de sus inscripciones rememoraban a algún ciudadano notable.

Sarcófagos. A partir del siglo II d.C. se generalizó el enterramiento en cajas de madera (similares a las actuales) o en sarcófagos. Estos últimos consistían en cajas de piedra decoradas atendiendo al estatus social y político del difunto, en las que se introducía el cadáver y que se ubicaban en el interior de monumentos funerarios.

Enterramientos y monumentos funerarios en Carthago Nova

La ampliación de la ciudad de Cartagena durante el siglo XIX, tras las murallas del siglo XVIII, hizo que las estructuras de las necrópolis ubicadas a las afueras del núcleo poblacional romano quedaran arrasadas prácticamente en su totalidad. Pero la recuperación de un elevado número de lápidas funerarias y algunos textos de historiadores romanos han permitido a los arqueólogos reubicar algunas de estas necrópolis.

En las calzadas que partían de la ciudad hacia el oeste y llegaban hasta la Bética y Complutum se ubicarían dos necrópolis: una en el actual Barrio de La Concepción, otra entre La Alameda y San Antón (con un posible panteón datado en el siglo I d.C).

También, en el barrio de Santa Lucía, a escasos 700 metros del núcleo urbano, se conservan algunos vestigios de una necrópolis. Los especialistas sostienen la posibilidad de que estos enterramientos flanquearan una vía secundaria que comunicaba la capital con el emplazamiento minero del Valle de Escombreras, para proseguir después hacia La Unión y el Portus Magnus (Portmán). Las sepulturas recuperadas corresponden a la tipología de inhumación y, al menos, dos panteones de mediados del siglo I d.C.

En la vía Augusta, que comunicaba Tarraco con Carthago Nova, se levanta la Torre Ciega, actualmente a 1,4 kilómetros del núcleo urbano. Se trata de un monumento funerario turriforme (con forma de torre y sin vanos al exterior, de ahí su nombre) constituido por dos cuerpos: el primero o basamento de 3,22 metros de altura y 4,57 metros de anchura aproximadamente; el segundo, el remate de la zona superior, de sección triangular y forma troncocónica, se perdió con el paso del tiempo y posteriormente, ya en el siglo XX, sería reconstruido. Su cara Este conserva una inscripción que reza: T (iti) Didi P(ubli) f(ili / Cor(nelia tribu), traducido como Tito Dicio, hijo de Publio, de la tribu Cornelia, según se recoge en el artículo "Carthago Nova. Estado de la cuestión sobre su patrimonio arqueológico" de María José Madrid, Antonio Murcia y Elena Ruiz.